Alguien ha lanzado al aire claro, posiblemente de primavera, rizos –previamente cortados- de una muchacha de pelo endrino. Los rizos se han convertido en hojas de árbol.
Un telegrafista jubilado y romántico –ya no los hay en activo: los mensajes se mandan por correo electrónico-, ha distribuído al mismo tiempo, con justeza, una serie de puntos y rayas. (Morse se hace el distraído).
Y así se formó esta bella estampa con pareja, árbol y farola o semáforo.
El dibujante –ya hablando en serio- de esta escena consiguió una síntesis perfecta y, pese a la economía del trazo, muy expresiva.
Es un genio. Nos demuestra que la sencillez elevada a la enésima potencia no está reñida con la expresividad, e incluso con el romance, no por soterrado menos evidente, que en este caso palpita en el escorzo de las figuras.
Se ve en el rostro de la mujer vuelto hacia el del hombre, cuya circunspección se atenua con el ademán de aproximación a medias de su brazo derecho.
Una instantánea con movimiento y significado, sabiamente silueteada con una tinta alegre, que revela que el hombre y la mujer van camino a un parque. Una vez en él, se sentarán en un banco, bajo un árbol recién florecido, y se confesarán su amor.
No con otra intención salieron cada uno de su casa, se encontraron y caminan juntos con una esquemática sordina en blanco y negro.
Hay algo geométrico en la consistencia del dibujo, en algunas líneas rectas que parecen trazadas con regla.
La geometría del espacio, en esta oportunidad, ha cambiado sus coordenadas por un idilio en trámite con fondo blanco. ¡Ya era hora de que la geometría nos diera una satisfacción, que nos ha dado muchos quebraderos de cabeza en nuestra bachillerato!
Punto, raya, punto, punto, raya, rizo…
Un telegrafista jubilado y romántico –ya no los hay en activo: los mensajes se mandan por correo electrónico-, ha distribuído al mismo tiempo, con justeza, una serie de puntos y rayas. (Morse se hace el distraído).
Y así se formó esta bella estampa con pareja, árbol y farola o semáforo.
El dibujante –ya hablando en serio- de esta escena consiguió una síntesis perfecta y, pese a la economía del trazo, muy expresiva.
Es un genio. Nos demuestra que la sencillez elevada a la enésima potencia no está reñida con la expresividad, e incluso con el romance, no por soterrado menos evidente, que en este caso palpita en el escorzo de las figuras.
Se ve en el rostro de la mujer vuelto hacia el del hombre, cuya circunspección se atenua con el ademán de aproximación a medias de su brazo derecho.
Una instantánea con movimiento y significado, sabiamente silueteada con una tinta alegre, que revela que el hombre y la mujer van camino a un parque. Una vez en él, se sentarán en un banco, bajo un árbol recién florecido, y se confesarán su amor.
No con otra intención salieron cada uno de su casa, se encontraron y caminan juntos con una esquemática sordina en blanco y negro.
Hay algo geométrico en la consistencia del dibujo, en algunas líneas rectas que parecen trazadas con regla.
La geometría del espacio, en esta oportunidad, ha cambiado sus coordenadas por un idilio en trámite con fondo blanco. ¡Ya era hora de que la geometría nos diera una satisfacción, que nos ha dado muchos quebraderos de cabeza en nuestra bachillerato!
Punto, raya, punto, punto, raya, rizo…
© José Luis Alvarez Fermosel
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