Llevaba más de una semana en Nueva York. Aquel día había decidido ir a ver a mi amigo O’Halloran a la brigada de Robos y Hurtos, al sur de Manhattan, donde trabajaba, para invitarle a comer a Forlini, un restaurante italiano que está cerca del Palacio de Justicia.
Como es lógico, siempre hay allí jueces, abogados, policías y ocasionalmente algún mafioso, todos entusiastas degustadores de la “pasta asciutta”, que no desdeñaba O’Halloran, pese a su ascendencia irlandesa.
Apenas llegué pregunté por él en la guardia.
- Está en una de las habitaciones del fondo, interrogando a una testigo; puedes pasar -me dijo la voluminosa y simpática sargento Strasser-.
Me fui para el fondo, encontré el lugar y vi a O’Halloran por ese cristal por el que se puede ver lo que pasa en la sala de interrogatorios, aunque desde dentro parece que no. Di un golpecito en la puerta y O´Halloran se levantó de su silla, abrió, me saludó y me invitó a pasar.
Dentro había una señora que no llegaría a los cincuenta años, pelirroja, bastante guapa, de ojos claros y vivaces. Estaba bien vestida.
- Entonces -decía O´Halloran-, el asaltante era poco más o menos como yo.
- Muy parecido –respondió la testigo-.
Un hombrón de más de un metro ochenta y cinco
Mike O’Halloran es un hombrón de más de un metro ochenta y cinco de estatura y ochenta y tantos kilos de peso. Jugó al “rugby” varios años. Es rubio, de ojos castaño-verdosos y rostro muy blanco, que se arrebola con frecuencia.
- ¿Está segura? –y Mike se levantó y se irguió cuan largo era-.
- Quizás un poco más bajo –admitió la señora, que se llamaba Mathilda, según me enteré luego, y parecía muy despabilada-.
El interrogatorio prosiguió más o menos en los siguientes términos:
- ¿Blanco o negro?
- Blanco.
- ¿El color del pelo?
- Rubio, como el suyo; pero lo llevaba más corto.
- ¿Cómo iba vestido?
- No con traje, como usted; con una de esas chaquetas azules..-
- ¿Un “blazer”?
- Sí, creo que sí.
- ¿No está segura?
- No; de eso, no.
- ¿Llevaba una navaja?
- No, una pistola.
- ¿Una pistola o un revólver?
- ¿Qué diferencia hay?
O’Halloran sacó de la funda que llevaba al costado derecho su revólver de reglamento –la policía neoyorquina no usaba todavía pistola-, y se lo mostró a la testigo, a la que le brillaron los ojos. Se notaba que hubiera dado cualquier cosa por agarrar el revólver: un Smith & Wesson del 38, de cañón corto.
- Esto es un revólver –explicó el detective-, mostrándolo en la palma de la mano.
- Pues eso, eso es lo que llevaba el ladrón.
- ¿Cómo pudo usted fijarse en todos los detalles, desde el "diner" (1) donde estaba?
- Porque soy muy observadora. Yo estaba frente a la ventana, comiendo mi "sveltburger" (2) pero mirando a la calle. Lo vi todo desde que empezó, y no me perdí detalle.
Al cabo, Mike dejó a la testigo…
El interrogatorio siguió durante un buen rato y al cabo Mike dejó a la testigo en manos de otro detective y nos fuimos a comer, no sin decirle antes a la maciza sargento Strasser donde íbamos a estar.
Terminábamos nuestros "bavette alla calabrese" (3) cuando vino un "camariere" y le dijo a O’Halloran que lo llamaban por teléfono desde la comisaría –todavía no habían proliferado los teléfonos celulares-.
Después de unos minutos regresó con la sonrisa en los labios.
- ¡Ya se detuvo al asaltante del “drug store”! –reveló-.
- ¡No me digas! Y al final, ¿era un mastodonte como tú?
- No; era una mulata del Bronx de 17 años, con un “jogging” gris, el pelo rapado y… “armada” con una pistola tan rudimentaria o más que la que tenía Dillinger (4) cuando se fugó de la cárcel de Crown Point.
Como es lógico, siempre hay allí jueces, abogados, policías y ocasionalmente algún mafioso, todos entusiastas degustadores de la “pasta asciutta”, que no desdeñaba O’Halloran, pese a su ascendencia irlandesa.
Apenas llegué pregunté por él en la guardia.
- Está en una de las habitaciones del fondo, interrogando a una testigo; puedes pasar -me dijo la voluminosa y simpática sargento Strasser-.
Me fui para el fondo, encontré el lugar y vi a O’Halloran por ese cristal por el que se puede ver lo que pasa en la sala de interrogatorios, aunque desde dentro parece que no. Di un golpecito en la puerta y O´Halloran se levantó de su silla, abrió, me saludó y me invitó a pasar.
Dentro había una señora que no llegaría a los cincuenta años, pelirroja, bastante guapa, de ojos claros y vivaces. Estaba bien vestida.
- Entonces -decía O´Halloran-, el asaltante era poco más o menos como yo.
- Muy parecido –respondió la testigo-.
Un hombrón de más de un metro ochenta y cinco
Mike O’Halloran es un hombrón de más de un metro ochenta y cinco de estatura y ochenta y tantos kilos de peso. Jugó al “rugby” varios años. Es rubio, de ojos castaño-verdosos y rostro muy blanco, que se arrebola con frecuencia.
- ¿Está segura? –y Mike se levantó y se irguió cuan largo era-.
- Quizás un poco más bajo –admitió la señora, que se llamaba Mathilda, según me enteré luego, y parecía muy despabilada-.
El interrogatorio prosiguió más o menos en los siguientes términos:
- ¿Blanco o negro?
- Blanco.
- ¿El color del pelo?
- Rubio, como el suyo; pero lo llevaba más corto.
- ¿Cómo iba vestido?
- No con traje, como usted; con una de esas chaquetas azules..-
- ¿Un “blazer”?
- Sí, creo que sí.
- ¿No está segura?
- No; de eso, no.
- ¿Llevaba una navaja?
- No, una pistola.
- ¿Una pistola o un revólver?
- ¿Qué diferencia hay?
O’Halloran sacó de la funda que llevaba al costado derecho su revólver de reglamento –la policía neoyorquina no usaba todavía pistola-, y se lo mostró a la testigo, a la que le brillaron los ojos. Se notaba que hubiera dado cualquier cosa por agarrar el revólver: un Smith & Wesson del 38, de cañón corto.
- Esto es un revólver –explicó el detective-, mostrándolo en la palma de la mano.
- Pues eso, eso es lo que llevaba el ladrón.
- ¿Cómo pudo usted fijarse en todos los detalles, desde el "diner" (1) donde estaba?
- Porque soy muy observadora. Yo estaba frente a la ventana, comiendo mi "sveltburger" (2) pero mirando a la calle. Lo vi todo desde que empezó, y no me perdí detalle.
Al cabo, Mike dejó a la testigo…
El interrogatorio siguió durante un buen rato y al cabo Mike dejó a la testigo en manos de otro detective y nos fuimos a comer, no sin decirle antes a la maciza sargento Strasser donde íbamos a estar.
Terminábamos nuestros "bavette alla calabrese" (3) cuando vino un "camariere" y le dijo a O’Halloran que lo llamaban por teléfono desde la comisaría –todavía no habían proliferado los teléfonos celulares-.
Después de unos minutos regresó con la sonrisa en los labios.
- ¡Ya se detuvo al asaltante del “drug store”! –reveló-.
- ¡No me digas! Y al final, ¿era un mastodonte como tú?
- No; era una mulata del Bronx de 17 años, con un “jogging” gris, el pelo rapado y… “armada” con una pistola tan rudimentaria o más que la que tenía Dillinger (4) cuando se fugó de la cárcel de Crown Point.
- ¿Pistola o revólver?
- Pistola.
- Testigo infalible…
El detective de primera Mike O’Halloran soltó una estentórea carcajada. Y a continuación vació de un trago su copa de vino barolo de Pio Cesare.
(1) Restaurantes prefabricados característicos de los Estados Unidos que permanecen abiertos hasta la madrugada. El primero del que se tiene noticia fue un vagón -del que tiraba un caballo-, equipado para servir comida caliente a los empleados del periódico Providence Journal, en Rhode Island, en 1872.
(2) Hamburguesa vegetariana. Las mejores son las de Long Island.
(3) Espaguetis con miga de pan frito.
(4) Crown Point, Indiana (Medio Oeste de los Estados Unidos). Dillinger se evadió de esa prisión amenazando a los carceleros con una pistola hecha de madera, jabón o un material parecido, pintada de negro –probablemente con betún-. John Dillinger fue un famoso ladrón de bancos que acabó muerto a tiros por agentes del FBI el 22 de julio de 1934, cuando salía del cine Biograph, en el centro de Chicago. El hecho de que robara a instituciones financieras que habían contribuido a llevar a la ruina a la población norteamericana, durante la Gran Depresión, le convirtió en un héroe folklórico.
© José Luis Alvarez Fermosel
- Pistola.
- Testigo infalible…
El detective de primera Mike O’Halloran soltó una estentórea carcajada. Y a continuación vació de un trago su copa de vino barolo de Pio Cesare.
(1) Restaurantes prefabricados característicos de los Estados Unidos que permanecen abiertos hasta la madrugada. El primero del que se tiene noticia fue un vagón -del que tiraba un caballo-, equipado para servir comida caliente a los empleados del periódico Providence Journal, en Rhode Island, en 1872.
(2) Hamburguesa vegetariana. Las mejores son las de Long Island.
(3) Espaguetis con miga de pan frito.
(4) Crown Point, Indiana (Medio Oeste de los Estados Unidos). Dillinger se evadió de esa prisión amenazando a los carceleros con una pistola hecha de madera, jabón o un material parecido, pintada de negro –probablemente con betún-. John Dillinger fue un famoso ladrón de bancos que acabó muerto a tiros por agentes del FBI el 22 de julio de 1934, cuando salía del cine Biograph, en el centro de Chicago. El hecho de que robara a instituciones financieras que habían contribuido a llevar a la ruina a la población norteamericana, durante la Gran Depresión, le convirtió en un héroe folklórico.
© José Luis Alvarez Fermosel
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