El post que sigue inaugura una nueva
sección, Estampas y Sainetes, que tuvo gran éxito en Radio Madrid,
Emisora Central de la Sociedad Española de Radiodifusión. La sección se nutría
de textos cortos y humorísticos, muy bien interpretados por los actores del
cuadro artístico de Radio Madrid.
Espejismo
El aduar se difumina en la distancia,
parece que se oculta tras varias capas de sol por propia voluntad. O que
retrocede mientras el hombre avanza lentamente, arrastrándose por la arena abrasadora.
El aduar es el fin, es decir, el objetivo
principalísimo del último tramo de un viaje endemoniado. Una etapa que acaso se
convierta en pesadilla.
Quizás el aduar sea un espejismo: la típica
ilusión óptica debida a una inversión de la temperatura. Con el tiempo en
calma, la separación normal entre el aire caliente y el frío, cerca de la
superficie de la tierra, puede producir un efecto de lente refractante,
ofreciendo una imagen invertida sobre la que todo lo distante parece que flota.
El hombre cree que divisa en lontananza
toldos de tiendas de campaña y palmeras cimbreantes. Pero sabe que todo es
producto de la fatamorgana.
Todo lo que puede verse en el horizonte,
incluidos islotes, témpanos de hielo y promontorios toma en virtud de ese fenómeno
el aspecto de estructuras o edificaciones muy altas, unas alargadas, otras
oblongas, algunas semejantes a fantasmagóricos castillos medievales.
La fatamorgana más frecuente es la que se
produce en la costa meridional de Sicilia, en el estrecho de Mesina, entre
Calabria y Sicilia, al sur de Italia.
El hombre siente que está llegando al
límite de sus fuerzas, pero no se detiene. Sigue su cada vez más dificultosa marcha, hincando los codos en la tierra.
¡La maldición de Fata Morgana, dama del
alma, de la fertilidad y de la muerte: mandala símbolo de la existencia de la
lucha entre lo blanco y lo negro –el bien y el mal- en el interior del ser
humano!
El hombre oye extraños ruidos metálicos y
le parece que aprieta algo con las manos.
Se despierta bruscamente, aferrando el
volante de su coche, encajado delante de una cuatro por cuatro y detrás de un
camión, en un embotellamiento de tránsito.
Su ocupante respira el aire quieto, denso
y cálido de un mediodía de verano que penetra por las ventanillas abiertas.
No era un explorador perdido en el
desierto el automovilista, que recuerda un cuento de Julio Cortázar: “Los
autonautas de la cosmopista”, en el que se describe un atasco durante el cual
pasa de todo lo bueno y todo lo malo.
Fata Morgana…
© José Luis Alvarez Fermosel
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