viernes, 12 de diciembre de 2014

Presencias soberanas en un mundo global



Los reyes, los que quedan –que no son pocos-, ¿sirven de algo?, ¿respaldan con sus soberanas presencias los Estados de derecho?; ¿condicen, concuerdan con los pragmáticos tiempos globalizados que corren, tan… “progresistas?”
Podrían formularse más preguntas por el estilo. Los monárquicos dirían que sí, que los soberanos que hay, ya que están, son convenientes o, más aún, necesarios, considerando que ninguno reina de un modo absolutista, a la vieja usanza; ni siquiera reinan, sino que casi siempre juegan un papel más bien representativo que ejecutivo y, en una suerte de dorada retaguardia, los reyes son, o se los considera guardianes de la legitimidad constitucional.
Otros dirían que las monarquías son hoy en día unas antiguallas que sirven para muy poco. Además, cuestan dinero, porque el Estado tiene que mantenerlas.
Se dijo hace ya bastante tiempo que Juan Carlos I de Borbón, entonces rey de España,  conjuró el riesgo de un golpe militar al contribuir a abortar el “putsch” del teniente coronel de la Guardia Civil (1) Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981. Ahora se dicen otras cosas...
Los últimos tiempos del reinado de Juan Carlos I estuvieron salpicados por desórdenes y escándalos promovidos por él. Según la opinión general, le obligaron a ceder la corona a su hijo Felipe.

“¡Dios salve a la reina!”

“Cuando Inglaterra pierde una batalla, el culpable es el primer ministro, pero cuando resuenan las campanas de la victoria, todos los ingleses gritan a coro: ¡Dios salve a la reina!”. Así dijo una vez Winston Churchill, quien fue primer ministro durante nueve años y un gran admirador de la monarquía británica toda su vida.
No hay ningún otro país del mundo donde, en toda oportunidad, el pueblo dé tantas gracias a la reina: como si aún estuviera en sus manos la salvación, o al menos el bienestar de sus súbditos.
Isabel II de Inglaterra es en todo Occidente el símbolo por antonomasia de la realeza, pese a los escándalos que hicieron temblar su trono desde tiempo inmemorial, que no fueron pocos.
Monarquías como las de Suecia, Dinamarca y Noruega, cuyos reyes son Carlos XV, Margarita II y Harald V llegaron a ser más o menos populares. A Bélgica, regida por el rey Felipe I, no le afectó la eterna querella entre flamencos y valones.
La muy discreta, religiosa y políglota –hablaba cinco idiomas- Fabiola de Mora y Aragón, nacida en Madrid, se convirtió en reina consorte de Bélgica al casarse con el rey Balduino en 1960, el mismo año en que el Congo se independizó de Bélgica. La quinta reina de los belgas se retiró de la vida pública después de la súbita muerte del rey Balduino en 1993. Murió a los 86 años, gozando de la simpatía y el cariño del que adoptó como su pueblo.
(Fabiola tuvo un hermano que le dio algún dolor de cabeza: Jaime “Jimmy” de Mora y Aragón,   uno de los primeros animadores de la turística Costa del Sol española. Fue también muy querido, pues era un hombre ocurrente y jocoso; tocaba muy bien el piano, era un donjuán redomado,  divertido, travieso, pero una bella persona incapaz de cometer una mala acción, generoso y buen amigo.)
La corte holandesa se puso de moda con el matrimonio del príncipe Guillermo de Orange con la argentina Máxima Zorreguieta.
En Mónaco, el Estado más pequeño del mundo, situado entre Francia, Italia y el Mediterráneo, reina y gobierna el príncipe Alberto II. De los 36.000 habitantes de ese Estado soberano e independiente, sólo el 16 por ciento son verdaderos monegascos.
El Gran Duque Enrique I rige los destinos de Luxemburgo, un país también muy pequeño que fue gobernado alternativamente por Borgoña, España, Francia, Austria, Baviera, Hessen, Holanda y Bélgica.
Varios imperios se han eclipsado, como el de los Habsburgo en Austria y el de los Hohenzollern en Alemania, por citar sólo dos. Actualmente no parece haber mucho interés en que los reinos o principados existentes desaparezcan, pasen a otras manos o cambien de
regimen político.

Andorra

Hace algún tiempo se temió que  la futura constitución del microestado pirenaico de Andorra –cuyo gobierno se reparten Francia y España-, dejara a éste en manos de Francia, en detrimento de los intereses hispanos. 30.000  españoles –casi la mitad de una población de 65.844- trabajan en Andorra. La Caja de Pensiones y el Banco de Bilbao (Vizcaya, norte de España) controlan tres de las seis entidades crediticias que operan en régimen de oligopolio. La moneda actual de Andorra es el euro y el idioma oficial el catalán.
Los intereses económicos se entrecruzan a veces con los dinásticos. Quizás por eso hay todavía monarquías. Acaso tenga que actualizar pronto el Gotha (2). Porque si bien se ha prescindido de varios reyes, algunos de ellos –en el exilio o no-, o sus descendientes se creen con derecho a convertir ciertas repúblicas en monarquías y ponerse al frente de ellas.
No faltaron testas coronadas que acudieron al rescate de la democracia cuando ésta se había perdido, o estaba a punto de perderse.
Los monarcas actuales, a  pesar de que los lectores de las revistas del corazón –en cuyas satinadas páginas suelen aparecer- continúen sublimándolos, saben que los azarosos tiempos políticos que vIvImos les conceden un margen más amplio para el sentido común que para la grandeza.
Algunos de estos encumbrados personajes emergen de internas, “lobbies” y luchas partidarias como un símbolo de legitimidad y continuismo.

(1) Primer cuerpo de seguridad pública de ámbito nacional en España. Fundado por el Duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta el 13 de mayo de 1844, tuvo en principio el carácter de policía militarizada de vigilancia de fronteras rurales y estuvo encargada también de la represión del bandolerismo.
(2)) Anuario genealógico, diplomático y estadístico publicado en francés y en alemán en la ciudad germana de Gotha, entre 1763 y 1944.

© José Luis Alvarez Fermosel

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