Enrique Gallud Jardiel ha vuelto a
escribir sobre Enrique Jardiel Poncela, que fue su abuelo. En esta oportunidad
Gallud Jardiel practica una vivisección del genial, multifacético y entrañable
polígrafo, que revolucionó las letras del siglo XX y en particular el teatro.
El libro se titula “Jardiel, la risa
inteligente”, fue editado por Doce Robles en Zaragoza, en este año de gracia de
2014. Tiene 250 páginas.
Calificado en algunos medios de “obra”,
“trabajo” y a lo sumo “ensayo biográfico”, para mí el libro es una biografía
que se inscribe en la más pura ortodoxia. Su autor se ajustó al género, pero lo
despojó hábilmente de la monumentalidad y la pesantez que suelen caracterizarlo.
Todo Jardiel campea en esta nueva biografía
del inolvidable autor de “Eloísa está debajo de un almendro”. (La última vez
que estuve en Madrid la estaban dando, no recuerdo ahora en qué teatro.)
Ahí está todo. La vida de Jardiel, su
obra, tan influyente en la literatura de su tiempo; su trabajo en el cine como
adaptador y guionista; su gusto por escribir a mano con pluma estilográfica en
las mesas de los cafés, y hacer tertulia en ellos con sus amigos.
Enrique Gallud Jardiel es doctor en
Filosofía hispánica, profesor universitario, narrador y traductor; pero también
periodista, o, mejor, escritor en (no de) periódicos. De ahí que abunden en su
libro datos, fechas, cifras, citas, anécdotas…: todo procedente de fuentes
inobjetables.
Dos de las peculiaridades del libro –no
menores- son su claridad y su concisión. Está escrito en el lenguaje que usamos
todos los días. Se entiende, los que lo usamos bien.
(Recuerdo a este respecto mis charlas con
Fernando Vizcaíno Casas, en las que reconocía que sus novelas populares se
vendían más porque todo el mundo las entendía que por su calidad literaria. Sus
libros de Derecho y los que escribió, casi tipo enciclopedia, evocando los
agridulces años cuarenta cimentaron su fama de buen tratadista y buen escritor.
Me acuerdo también de mi arenga a los reporteros a mis órdenes en la agencia
EFE: “¡Muchachos: sujeto, verbo, predicado… ¡y a cobrar!”. Alex Grijelmo me
habría felicitado.)
“Jardiel, la risa inteligente” carece por
fortuna de hinchazón, culto al ego y el pedante oscurantismo de los falsos
intelectuales de gafas cuadradas con marco negro de Martín Nahara. No es poco.
Además, su autor ha tenido la habilidad de
trufar su texto con una considerable cantidad de textos de Jardiel, que
enriquecen el libro. Uno va recordando, al pasar las hojas, fragmentos de obras
de Jardiel Poncela, pensamientos, aforismos y ocurrencias suyas. (Entrañable la
unión en el recuerdo de nieto y abuelo.)
Otra cosa, Gallud es imparcial, totalmente
objetivo. Podía habérsele ido el freno de mano de los elogios en su carrera en pos de la inserción de su
abuelo en el sector del Olimpo que le corresponde.
Pues bien, no cayó en el desenfreno.
Se ajusta a la verdad desnuda, por
ejemplo, cuando recuerda que el humor era una forma de vida para su abuelo, y
que “(…) contemplaba la estupidez humana de una manera casi filosófica. Supo
reirse de sí mismo y de los demás”.
Lo mismo cuando dice que Jardiel se sabía
un innovador; sin embargo, jamás quiso pertenecer a la vanguardia oficial.
“Nunca se proclamó literariamente junto con nadie ni se adhirió a ningún
manifiesto artístico colectivo, sino que mantuvo siempre un individualismo
estético”.
Gallud añade que “(…) el teatro era un
género propio de Jardiel: el teatro cómico-fantástico, con elementos de parodia
y gran guiñol. Jardiel inventó su propio teatro, como García Alvarez inventó el
astracán, Valle Inclán los esperpentos, Unamuno las novelas o Manuel Machado
los sonetos”.
El autor recuerda el conocimiento riguroso
que Jardiel Poncela tenía del teatro, su ambicioso concepto de la escenografía,
que le llevaba a interesarse personalmente en la puesta en escena, los
decorados, la iluminación, el vestuario, hasta el “atrezzo”.
Escenas de la agitada existencia de
Jardiel, sus amores, los viajes, sus éxitos, sus fracasos están presentes en el
libro.
Enrique Jardiel Poncela triunfó por todo
lo alto, recibió buenas críticas, tuvo dinero a manos llenas, las mujeres que
le dio la gana, automóviles deportivos, amigos y admiradores. Pero no le
faltaron enemigos, falsarios, envidiosos que consiguieron con su destrato y sus
canalladas ningunearle y llevarle a la miseria.
Es que Jardiel era mucho Jardiel. Fue un
desmitificador, un crítico acerbo de arribistas, ignaros, pedantes y esnobs y
denunció la hipocresía, la injusticia; odiaba el plagio, que le parecía lo que
es: un robo manifiesto. El fue muy plagiado.
Fue un hombre bondadoso, amante de los
animales, generoso, buen amigo.
Algunos trataban de destrozar los teatros
que representaban obras suyas. Una vez le invadieron jayanes con bastón para
hacer ruido y un clavel rojo en la solapa en el estreno de “Agua, aceite y
gasolina”.
Era el mejor. Fue un visionario, un
precursor. Como dijo su nieto, dignificó la intelectualidad del humor.
Yo creo que esta nueva visión de Jardiel por Jardiel es la mejor.
© José Luis Alvarez Fermosel
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