El encuentro se
produce en una cafetería de un centro de compras oblonga y de tonos oscuros en
las paredes, mesas y sillas. Minimalismo y buen café.
Ella es muy joven, menuda
y de apariencia modosa. Usa gafas y lo más conspicuo de su atuendo es una blusa
azul cobalto bien rellena. Pelo rubio, teñido, como todas.
Tiene en la mesa un
vaso con zumo de naranja, seguramente sin vodka. Si lo tuviera estaría frente a
una agradable y reconfortante mezcla llamada “destornillador” –“screw
driver” en inglés-.
En la mesa de al
lado dos señoras mayores muy bien puestas, con profusión de bisutería cara.
Dos muchachos, uno
con las patillas que los ilustradores de los relatos de Sherlock Holmes adosan
al rostro aquilino del genio de Baker Street, sirven bocadillos de colores, té,
café con leche y bebidas sin alcohol.
Parejas jóvenes con
niños y otra gente con bolsas de cartón que, seguramente, llevan prendas y
objetos elegantes.
Un matrimonio
setentón, o casi, ella con un vestido “charcoal
brown” y un collar de perlas cultivadas; él con una chaqueta inglesa de
mezclilla y zapatos color caramelo.
La iluminación está
sabiamente matizada, los negocios son lujosos, los precios exorbitantes, la
librería enorme y abarrotada de libros de temas de moda, como la autoayuda.
Una galería
comercial, con su zona dedicada a la gastronomía y el esparcimiento es un
microcosmos abigarrado, dinámico y entretenido. Se parece y no se parece a las
grandes tiendas del estilo de Harrods, Bloomingdale o El Corte Inglés que
entraron en la literatura. Recordemos “Grandes Almacenes”, de Cecil Roberts.
Un hombre joven,
alto, corpulento, de poblada barba negra, camisa blanca y pantalón negro ocupa,
de pronto, el centro de la escena. La muchachita de las gafas se precipita en
sus brazos, perdiéndose en ellos como un pajarito entre las frondas de un
bosque.
Pasa un policía de
civil –son inconfundibles- tieso como el furor.
© José Luis Alvarez Fermosel
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