Estos viejos cafés, refugios madrileños
de los mejores y más bellos sueños,
me han visto día a día
ganar, hablar, crecer.
Y hoy no diría
si por haber crecido y no poder
crecer ya más, en mi melancolía
me ven callar, ceder, perder.
Que el alma mía
se ha dado dulcemente a envejecer
lo mismo que ellos, a la luz del día.
Paso, en otras e idénticas mañanas,
y miro de reojo a las ventanas
y a las puertas abiertas y despiertas
que enseñan en su sitio los rincones
de cosas y razones
que fingen existir y que están muertas,
como esos desgraciados corazones
que viven en un pecho envejecido
y, chiquitos de angustia y pesadumbre,
recuerdan que han vivido
¡por ser ceniza de su misma lumbre
y porque es todo lo que un día ha sido!
Y paso, de mi fuera, y en mi incierto,
olvidado de aquel que gana ahora
batallas sin querer, como un Cid muerto
que, muerto y todo, sufre, siente y llora...
de los mejores y más bellos sueños,
me han visto día a día
ganar, hablar, crecer.
Y hoy no diría
si por haber crecido y no poder
crecer ya más, en mi melancolía
me ven callar, ceder, perder.
Que el alma mía
se ha dado dulcemente a envejecer
lo mismo que ellos, a la luz del día.
Paso, en otras e idénticas mañanas,
y miro de reojo a las ventanas
y a las puertas abiertas y despiertas
que enseñan en su sitio los rincones
de cosas y razones
que fingen existir y que están muertas,
como esos desgraciados corazones
que viven en un pecho envejecido
y, chiquitos de angustia y pesadumbre,
recuerdan que han vivido
¡por ser ceniza de su misma lumbre
y porque es todo lo que un día ha sido!
Y paso, de mi fuera, y en mi incierto,
olvidado de aquel que gana ahora
batallas sin querer, como un Cid muerto
que, muerto y todo, sufre, siente y llora...
© César González Ruano
No hay comentarios:
Publicar un comentario