Un buen libro para leer un sábado o un domingo de
lluvia es El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.
Dije leer y debería haber dicho empezar a releer –se
trata de un volúmen de más de mil páginas-; además, no --creo que nadie, por lo
menos de mi generación, se haya perdido la monumental obra del escritor
francés, que incluye todos los tópicos del romanticismo y gana en misterio y
trascendencia a cualquiera de sus otras creaciones, incluida Los tres
mosqueteros.
Todos, en la inefable época en que éramos niños o
luego, cuando alcanzamos la adolescencia, leímos a Dumas, cuyo despiadado éxito
tanto molestaba a Gustave Flaubert, siempre pendiente de los rigores del estilo
–recuerda J. Ernesto Ayala-.
Leíamos también a Julio Verne, Emilio Salgari, Jack
London, Fenimore Cooper, Charles Dickens, Conan Doyle, Edgar Wallace, Ellery
Queen…; a Agatha Christie y todo los títulos de la Editorial Molino- sobre todo
los de la colección Biblioteca Oro-. Tampoco nos perdimos los bolsilibros de
Bruguera. Si no todos, leímos una buena cantidad de ellos.
Luego vendrían Edgar Allan Poe, Gilbert K.
Chesterton, Mark Twain, Robert L. Stevenson, Vicky Baum, José Mallorquí, los clásicos
del Siglo de Oro español, otros clásicos…
Y Dumas, claro, cuyo aguzado sentido de la
acción y la aventura se correspondían con su pasión por la libertad y la
justicia.
La historia de una venganza.
El conde de Montecristo,
publicado por entregas de 1844 a 1845, trata, precisamente, de una tremenda
injusticia cometida en la persona del joven marino Edmundo Dantés y de la
venganza que éste lleva a cabo, con el nombre de Conde de Montecristo, hasta
que quienes le confinaron durante 14 años en las mazmorras del castillo de If,
en Marsella, pagan su mala acción con creces.
Montecristo es el débil de ayer a quien la
providencia hizo rico, sabio, poderoso y dotó de una energía nietzscheana –en
la concepción de Antonio Gramsci-, gracias a la cual puede concretar su terrible
venganza.
Para escribir esta novela Alejandro Dumas
(1802–1870) no echó mano de su habitual equipo de “negros” o “ghostwriters”:
escritores que escriben o ayudan a escribir libros firmados por otros.
(Cuentan que un día Dumas padre preguntó a
su hijo –el autor de La dama de las camelias-:
- ¿Has leído mi última novela?
- No –contestó el hijo-, ¿y tú?)
Dumas se las arregló solo en la escritura
de su novela cumbre para mezclar hábilmente las características del folletín
con el interés de una trama que se convierte en apasionante.
Maestro de la peripecia y de la intriga,
manejó la máquina de la distracción con singular pericia.
De ahí que sus novelas, y El conde de
Montecristo en particular fueran siempre bien tratadas por la crítica y se
reediten con frecuencia. La editorial Debate sacó a la luz una nueva edición de
El conde de Montecristo en 2008.
Los resortes del melodrama
Pese a que muchas novelas y obras de
teatro de Dumas perderían en comparación con las de sus contemporáneos, ninguno
sobresalió como él en el uso de todos los resortes del melodrama. Su arte
consistió en ser el mejor en su género, en ser un clásico.
Miguel García Posada dijo en el diario El
País de Madrid que la literatura de Alejandro Dumás es más que “literatura
juvenil”.
“Irregular, impura, quiosquera, es, pese a
todo, literatura”, añade el crítico para recordar acto seguido que lo malo de
Dumas fueron los imitadores, que, como escribió Jacinto Benavente,
“bienaventurados sean porque de ellos serán nuestros defectos”.
Alejandro Dumas recorrió España en 1846.
En la Carrera de San Jerónimo 10 de Madrid hay una placa que recuerda su paso
por la capital española.
© José Luis Alvarez Fermosel
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