Los
detectives de hotel existen, fuera del cine y las novelas policíacas de estilo
inglés. Los sucesores de Allan
Pinkerton, un ex tonelero escocés nacionalizado estadounidense, creador de la
primera agencia de investigación privada, los enviaron a los hospedajes de lujo
del gran mundo, hábitat favorito de los ladrones internacionales.
Su
trabajo, naturalmente, pasa inadvertido. Reciben diversos nombres: ejecutivos,
supervisores, vigilantes, auditores internos. Suelen ser ex policías, o ex
agentes de otros servicios de seguridad. Algunos están especializados en
turismo y todos cuentan con aparatología computadorizada de última generación.
Su
principal ocupación, en realidad, es mantener el orden interno: evitar
incidentes que molesten a los huéspedes, atender sus reclamaciones, guardar lo
que se dejan olvidado hasta que se les devuelva; descubrir los hurtos de los
empleados y otros delitos e impedir que se
Porque
ya no hay ladrones de hotel propiamente dichos. En los “roaring twenties” –y
aún después- en el vestíbulo, el bar, el restaurante y los salones del hotel de
lujo se reunían con frecuencia a tomar copas, o el té a la inglesa, los
representantes de la todavía no denominada “jet set”, pero que sí era la nata y
la flor de la sociedad. (Los escritores, pintores y otros artistas se
encastillaron siempre en los cafés, muchos de los cuales se convirtieron en
literarios.)
Acechantes
como guepardos en la selva
Los
ladrones internacionales fingían con gran habilidad ser aristócratas y
millonarios. Les ayudaban eficazmente sus excelentes modales –muchos procedían
de buenas familias, habían recibido una excelente educación y hablaban varios
idiomas-. Se hospedaban en hoteles lujosos y caros, en los que acechaban a sus
presas como guepardos en la selva a las gacelas Thompson.
Uno
de los más conspicuos fue el ruso Serge Rubinstein. Se hacía pasar por conde.
Operó en Tokio, Londres, Toronto, París, Zurich y Nueva York.
Otro...
“aristócrata”, Víctor Lustig –uno de sus 23 alias-, timador norteamericaano de
alto copete, tenía el estilo de un diplomático, el efectismo de un actor
profesional y la voracidad de un tiburón. ¡Vendió dos veces la torre Eiffe! Y
desconcertó a la policía en dos continentes durante 20 años.
No
le fue a la zaga Stephen Weinberg, nacido en el barrio neoyorquino de Brooklyn
y ciudadano del mundo. Vivía por temporadas en el hotel Waldorf Astoria de
Nueva York. Ladrón contumaz y asesino ocasional, murió en la horca.
La
policía local, la Interpol y en algún caso agentes secretos, que contaron con
la ayuda inapreciable de los detective de hotel, terminaron con las actividades
delictivas de estos buscones internacionales.
Gentes
noveleras y aficionadas a las historias de los policías y los ladrones
convencionales de las narraciones de Conan Doyle, Edgar Wallace, Agatha
Christie o el comisario -¡no inspector, no le degraden!- Maigret de George
Simenon gustan de los detective de hotel, que también pasaron por el cine.
A
algunos los presentaban como cabezas locas que se reformaron y pusieron al
servicio de la ley los conocimientos y habilidades que adquirieron en sus vidas
de juerguistas. Otros se mostraban como graves señores de mediana edad, más bien
gordos, con trajes oscuros brillantes por el uso, relojes de bolsillo y
revólveres enormes enfundados en pistoleras axilares.
De
origen polaco…
Vaya
para los lectores imaginativos y chispeantes, que a veces tejen sus propias
intrigas y aman el color local, un arquetipo de detective de hotel, más listo
que siete brujas, que urde con astucia endiablada una compleja trama destinada
a poner ciertas cosas en su sitio. El detective es Tony Reseck, de origen
polaco “(…) de edad madura, bajito,
pálido, barrigudo, de largos y delicados dedos que acariciaban el diente de
alce que pendía de la cadena de su reloj de bolsillo; dedos largos y delicados,
de ilusionista, bien delineados, de afilados extremos. Dedos hermosos. Tony
Reseck se frotó las manos suavemente. Había paz en sus tranquilos ojos
grisáceo.
La música le molestaba. Se
levantó con singular agilidad, de un solo movimiento, sin apartar las manos de
la cadena del reloj. Sentado con sosiegoen determinado momento, al siguiente ya
estaba erguido, aplomado sobre los pies, completamente inmóvil, tanto, que el
movimiento de levantarse se habría dicho acción imperfectamente percibida,
error visual…”
Redeck,
detective del hotel Windermere de Los Ángeles, es el personaje central de uno
de los mejores cuentos cortos de Raymond Chandler: “Estaré esperando”.
En
ese relato de Chandler no aparece su mítico detective Philip Marlowe.
© José Luis Alvarez Fermosel
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