jueves, 29 de enero de 2015

La dama de la frontera



“¡Bésame otra vez, forastero!”, exigía Yvonne de Carlo a Rod Cameron en un viejo “western”, ¡ahí es nada!. 
El “western” se titulaba “La dama de la frontera”. La frase, de aquí te espero, no  movilizaba en principio a Cameron, pesadote y tristón; pero a mí me sirvió para títular una sección del programa de radio “La puerta del ‘week end’”, que se emitía todos los sábados de 9 a 13 por Radio Continental de Buenos Aires, como una especie de suplemento, por llamarlo así, de “RH Positivo”, que iba todos los días con la conducción de Rolando “Lanny” Hanglin.
En ausencia de “Lanny”, que se tomaba franco los fines de semana, batíamos el cobre Luis “Chango” Torres -infaustamente desaparecido-, la locutora Mónica Moretto -afincada ahora en Canadá- y yo.
La frasecita y la palabra frontera del título llevan consigo romance, viajes, aventuras,   exotismo… En cuanto a la orden, “¡bésame otra vez!”, la intriga residía en esa “otra vez”; uno se preguntaba inmediatamente: ¿cuándo fue la primera, cuándo fueron las otras?
Los oyentes se divertían… y nosotros también, como mandan los cánones. Bueno es trabajar en lo que a uno le gusta, ya que no hay más remedio que darle al callo.
La película puede alquilarse en cualquier videoclub, como hice yo cuando estaba en la radio.   

Ficha técnica:

Titulo original: “Frontier Gal”
Dirección: Charles Lamont
Reparto: Yvonne De Carlo, Rod Cameron, Andy Devine, Fuzzy Knight, Andrew Tombes, Sheldon Leonard, Clara Blandick, Beverly Simmons, Frank Lackteen, Claire Carleton
Año: 1945
País: Estados Unidos
Poductora: Universal Pictures
Género: Aventuras en el Oeste Americano
Sinópsis:
La justicia persigue a Johnny Hart (Rod Cameron) que ha matado a tiros de revólver a uno de los asesinos de un compañero. En su huída Hart pasa por un pequeño pueblo y para en un “saloon” que posee la cantante Lorena Dumont (Yvonne de Carlo) para echar un trago, como era de rigor.
Después de un encuentro tempestuoso y los besos apasionados de Lorena se establece el idilio, pues que Johnny no es de piedra y Lorena es bellísima; la boda se perfila en lontananza, aunque el “cow boy” declara no ser muy afecto al himeneo.
Siempre nos casamos.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 27 de enero de 2015

El policial en su quintaesencia



Conozco a Miguel Vendramín desde hace muchos años, y sé de su seriedad, de cómo lleva de bien su carrera periodística, durante la cual se destacó como articulista y crítico de libros, especializándose en producción de televisión.
Sé también de su gusto por los libros y la lectura. El dice de sí mismo que es un lector “omnívoro”.
Al igual que muchos de nosotros, Vendramín pasó sin darse cuenta del periodismo a la literatura.
Además de leer, de conservar sus libros ordenados como granaderos en los anaqueles de su biblioteca –supongo, hace mucho tiempo que no lo veo-, un día se le ocurrió la idea de ir agavillando cuentos de autores muy conocidos en Argentina, y en todo el mundo, para solaz de la grey lectora.
Así surgieron “A orillas del cielo y el infierno” (2008), “Los diez mejores cuentos de Navidad” (Planeta, 2010), “El libro de las casas encantadas” (Emecé 2013) y “La marca del crimen” (Planeta, 2014).
A Vendramín le gusta, y le va muy bien este trabajo de buscar, encontrar, recopilar y comentar con las palabras justas, y por tanto con un estilo claro, limpio y de fácil lectura los cuentos que elige para sus antologías, entre los cuales suele haber siempre uno, o varios policiales.
Policiales son las doce narraciones breves incluídas en “La marca del crimen”, que acaba de salir a la luz (Hay una edición disponible en eBook).
Figuran en este trabajo impecable, muy bien editado por Planeta, cultores del género tan famosos como Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, Robert Louis Stevenson y algunos locales, entre ellos Luisa Mercedes Levinson, Roberto Arlt y Adolfo Pérez Zelaschi, por cuya obra yo siento una profunda admiración
Además de la selección, a Miguel Vendramín se le debe el prólogo de “La marca del crimen”, uno de cuyos párrafos merece la pena transcribirse al pie de la letra, tanto más cuante que coincidimos totalmente con el pensamiento que recogen esas líneas. En general, coincidimos con Vendramín en todo cuanto a literatura se refiere.
Dice Miguel Vendramín: “Los doce cuentos reunidos en esta antología buscan ser un buen pretexto para leer cuando cae la tarde o en el silencio y sosiego de la alta noche, antes de aventurarnos en ese mundo de ensueños y pesadillas que precede al despertar de cada día, la vida cotidiana, ‘ese sueño compartido’, como algunas veces escribió Jorge Luis Borges”.
    
© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 25 de enero de 2015

De rosquillas "listas" y "tontas" y otras cosas de Madrid



Las rosquillas que constituyen el dulce típico de las fiestas con que Madrid celebra el 15 de mayo en la Pradera de San Isidro el día de su patrón, San Isidro Labrador, se dividen en “listas” y “tontas”. La pradera en cuestión fue inmortalizada por Goya en su cuadro La pradera de San Isidro, que está en el Museo del Prado.
Los dos tipos de rosquilla están hechos de la misma manera, pero a las “listas” las cubre una capa del llamado azúcar glas y a las “tontas” no. Hay otras, las de Santa Clara, cubiertas por merengue seco.  
Los expertos dicen que las mejores de todas las clases se venden en la Antigua Pastelería del Pozo, fundada en 1830, en la calle del Pozo, 8.
Otra delicia gastronómica típicamente madrileña son los “soldaditos de Pavía”, unas tajadas de bacalao rebozado y frito que, junto con las croquetas igualmente de bacalao hicieron famosa a la centenaria taberna Casa Labra, en la calle de Tetuán, 12, frente a una de las entradas de El Corte Inglés de la calle Preciados.
Se llaman así porque los soldados que acompañaban al general Pavía, cuando entró a caballo en el Congreso de Diputados y puso fin a la Primera República (1874), llevaban uniformes amarillos, casi del mismo color dorado de estos bocaditos.
Junto con las rosquillas del Santo, los “soldaditos de Pavía” y el chocolate con churros, el manjar –porque es un verdadero manjar- emblemático de la Villa y Corte es el cocido, o puchero. Los mejores se comen en Lhardy, el hotel Ritz, los restaurantes La Bola y Malacatín y en casa de mi primo Antonio, hecho por él.

Leguarios y trampantojos

Un leguario es un mojón, o hito que mide la distancia en leguas: la distancia que puede andar una persona a caballo en un hora.
Pues bien, en Madrid hay un leguario, concretamente en Puerta de Hierro –sí, donde vivió Perón tantos años-. En una de sus caras se lee: “Al Pardo, una legua”, y en la otra: “A Madrid, una legua”.
Un trampantojo es una pintura mural que muestra una cosa que no es lo que parece, y de ahí viene su nombre, que quiere decir trampa para el ojo.
El mejor de todo Madrid está en la Carrera de San Francisco, muy cerca de la plaza de Puerta de Moros. Es un calco de la fachada de ladrillo rojo de una casa de cuatro pisos, que reproduce los balcones y otros detalles del inmueble con tal verismo que desde cierta distancia no se advierte la engañifa.

El pairón

El pairón es una columna de unos 4 metros de altura, hecha con bloques de piedra berroqueña. En la cima suela haber alguna pequeña escultura de un santo o una Virgen en un nicho y, rematándolo todo, una cruz de hierro.
Suelen estar a la entrada de alguna ciudad, con el fin de delimitar los términos municipales. Es común que los caminantes se detengan hasta el pairón para rezar unos minutos.
La diputación de Guadalajara donó un pairón de piedra arenisca rosa que se halla en la intersección de las calles de María de Molina y Serrano. A Guadalajara se sale actualmente por la calle de María de Molina. De ahí la localización de este hito, que alberga dos pequeñas esculturas de bronce dedicadas a la Virgen de la Hoz y a San Isidro y una placa en la que se explica el surgimiento y el porqué del pairón.
  
© José Luis Alvarez Fermosel

Fuente:
Los porqués de Madrid, de María Isabel Gea Ortigas

martes, 20 de enero de 2015

Los precios de Madrid



Madrid no está tan caro como otras ciudades europeas, entre las cuales París, Londres y Roma. Eso sí, a los argentinos y a los “espartinos” –mezcla de español y argentino, como este humilde cronista- se les plantea el problema de que cada euro que se gasten en la Villa y Corte, en el supuesto de que viajen a ella, les costará 10,38 pesos, o 16,03 según la cotización oficial o la del mercado paralelo. Esta cotización corresponde al momento de escribir y sube o baja –casi nunca se mantiene estable- casi a diario.
El salario mínimo en España es de poco más de 700 euros al mes, un sueldo medio oscila entre 1000 y 1500 y se considera alto de 3500 en adelante.
Los españoles, que están saliendo de la crisis, tienen a su favor que el dinero les rinde y su poder adquisitivo es grande.
En España, en vísperas de fiestas como las de Navidad y Año Nuevo, o cuando comienza el verano y los turistas caen en aluvión, se bajan los precios porque se entiende que así puede comprar más gente y con menos dificultades.
Para comer, comprar ropa o lo que uno quiera conviene ir a lugares que tengan buenos precios, claro está, como los llamados ya desde hace tiempo “outlets”, por ejemplo los que venden zapatos; casi todos están en manos de chinos.
En esos establecimientos se pueden comprar zapatos para mujer y para hombre por 15 o 20 euros. En otras tiendas más caras, o en El Corte Inglés cuestan más del doble, aun estando rebajados. 70 euros viene a ser el promedio.
En los bazares chinos que constelan la ciudad se encuentran buenas cosas y a buen precio.
Pero no se trata sólo de caminar bien calzado, también hay que comer, lo que puede hacerse, si se quiere comer fuera, ajustándose al menú fijo que ofrecen –cada día uno distinto- restaurantes, tabernas, mesones, cervecerías, bares y cafés.
Los precios por el menú, que incluye dos platos a elegir entre varios, pan, vino de la casa (una botella), gaseosa –por lo general “La Casera”- y postre, los precios, decíamos, oscilan entre 7,50 y 20 euros por persona.
Si antes de comer uno quiere tomarse un vaso de cerveza tirada o de vino con un aperitivo, casi siempre aceitunas, no pagará más de un euro con 30 centavos o 2 euros, sin contar la propina, que en esos casos suele ser de 20 ó 50 centavos.
Las tajadas de bacalao rebozado y frito de Labra (foto) –frente a una de las entradas al Corte Inglés de Callao- son deliciosas, lo mismo que las croquetas de jamón, y cuestan un euro y 30 centavos. Las croquetas salen por 0,90 centavos cada una.
Antes de almorzar se desayuna, claro. Por un café con leche en taza grande con churros o una tostada con manteca y mermelada, y un vaso de jugo –aquí le dicen zumo- de naranja no te cobran más de 4 euros, como mucho, antes de las once de la mañana.
Si se ha tomado un taxi para ir a desayunar o a comer al mediodía, es decir, entre la dos y las tres y media, horario en el que almuerzan los españoles, uno se habrá gastado 7 euros y, si la carrera fue larga, 10 ó más, depende, naturalmente, de la distancia. La bajada de bandera es de 2,05 euros de día y 2,2 euros de noche. Si se le deja más de un euro de propina al taxista o al camarero, nos cantarán el pasodoble “España cañí”.
Madrid está muy bien comunicado en la superficie, y bajo ella. De madrugada recorren la ciudad unos buses pequeños llamdos “buhos”.
Se puede ir en metro hasta el aeropuerto por un euro, más un adicional de 2,70 desde cualquier punto de la ciudad, más cómodamente, claro está, si se va ligero de equipaje, como en los versos de Machado.
El metro, como el autobús, cuesta un euro y medio y 10 viajes, 12,20.
Hablando de equipaje, lo que sí está barato en Madrid son las maletas. Una mediana no de buena calidad no cuesta más de 30 euros. 
Después de comer, si uno quiere tomarse un café tendrá que oblar de un euro con 20 centavos a 2 euros. Una copa de coñac, o de cualquier otro aguardiente vale entre 4 y 8 euros –en el último caso si el licor es importado-. Una copa de jerez fino, La Ina, Tío Pepe u otra marca similar está a 2,05 euros.
Si uno se resfría –cosa que no tendría nada de particular, porque el vientecillo del Guadarrama es muy cabroncete-, o le duele la cabeza, tendrá que comprar (40) sobrecitos de Espidefén a 9 euros la caja y tomarse dos o tres por día. La mejoría es casi inmediata.
Es público y notorio que el porteño –no ya la porteña, que es muy guapa y muy elegante- suele ser “cajetilla”, o sea, que le gusta vestirse bien. Pues que tome nota, si es que piensa viajar a Madrid. Un traje del diseñador Pedro del Hierro le costará en Cortefiel entre 250  y  450 euros. Si  se  llevan dos hacen precio y  cobran 400.
Una camisa de vestir tipo Zara vale entre 28 y 35 euros, un poco menos si es deportiva; una corbata de seda, 18 euros como mínimo.
La chaqueta denominada Teba –en honor del conde de Teba, que fue su diseñador- está en la tienda Canalejas, en la céntrica plaza del mismo nombre, a 110 euros. Son espectaculares y las hay en verde, tostado, azul marino y negro.
Una entrada de cine cuesta 9,20 euros. Hay descuentos para jubilados. El teatro es por lo menos dos veces más caro. En los museos la entrada es gratis.
El décimo de lotería de Navidad se remonta a 20 euros.
Una compra en un supermercado para todo el mes viene a salir por 300 euros,  según lo que se compre y según el supermercado, aunque la mayoría, por no decir todos, tienen los mismos precios.
Una docena de huevos de los llamados “large”, o sea, grandes, cuesta de un euro y 35 centavos, a 2 euros. El precio de un litro de leche oscila entre 0,75 centavos y un euro con 10, el de una botella de Coca Cola de dos litros no sale por más de 1,60 euros. Un litro de cerveza de la mejor marca vale un euro; un tetrabrik de vino, 50 céntimos –un vino bueno cuesta unos 14 euros y de ahí para arriba-; una botella de champán -¡perdón, de cava!-, está entre 8 y 25 euros.
Un litro de gasolina común vale un euro y 22 centavos; un litro de Diesel, uno con 19 euros; un diario, uno con 70 euros. El precio de una revista no excede los cuatro euros. Un corte de pelo para mujer o para hombre, 9 euros. Una tarjeta para hablar por teléfono celular, 5 euros.
El precio promedio de la estancia en un hostal digno es de unos 60 euros por día y por habitación doble. No faltan televisor, calefacción o refrigeración, teléfono, caja fuerte, Wi Fi y todo lo necesario. El alquiler de un buen piso amueblado en una zona céntrica de Madrid, o en la sierra, con no menos de tres habitaciones amplias, dos baños, cocina equipada con lavavajilla y lavarropas no baja de 500 euros por mes. Comprarlo en las mismas condiciones puede demandar 300000.
Un televisor plasma –no hay otros- de 32 pulgadas vale entre 650 y 850 euros. Una PC portátil puede adquirise por 400, 500 y 700 euros la más cara y un Ipad por 650. Un libro sale por 20 euros como máximo (las novedades), de bolsillo por menos de 10 y un CD llega a los 10 como mucho.
Me estoy mareando con tantas cifras, así que pongo punto final, que ya está bien, y me voy a la taberna Doña Juana a tomar un vasito de vino tinto del tiempo, es decir, no helado, como tienen ahora la manía de servirlo en España en vez de “chambré”, como mandan los cánones.

© José Luis Alvarez Fermosel

Investigación: 
María Soledad Alvarez Fermosel

martes, 13 de enero de 2015

Página de dietario



“¡Volver, volver, volver…!”, decía una vieja canción. Vuelvo consciente de que mi vuelta significa que dejé algo atrás que desde ahora mismo forma parte de mi pasado.
Ese pasado que no pasa nunca, que ni siquiera es pasado, según dijo Faulkner. El pasado es sólo una dimensión del presente. Lo recuerda Javier Cercas en su libro “El Impostor” –un extraordinario trabajo de investigación-.
Vuelvo de mi querida sierra de Guadarrama, donde pasé de niño inolvidables veranos. En San Rafael, Cercedilla, Navacerrada, El Escorial…; sobre todo, El Escorial. Mi abuelo paterno, Pedro Alvarez Díaz, restauró, pintando al fresco como Miguel Ángel la Capilla Sixtina, los techos del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, siempre lo digo.
Este viaje, del cual fue artífice mi hijo Juan Ignacio, me permitió reencontrarme con gente muy querida.
El reencuentro más emotivo fue el mío con mi primo Antonio Sánchez Carvajales. No lo veía desde que, después de viajar varios años por Europa y el norte de Africa regresé a España.
La celebración incluyó el dionisíaco condumio de un cochinillo asado, entre otras “delicacies”, por parte de Antonio, su encantadora mujer, Elizabeth Francis –que es “argeñola”, mitad argentina, mitad española-, la mía, Maite, que también es encantadora y argentina y mis hijos Juan Ignacio y María Soledad, que también son encantadores y “argeñoles”.
El festival gastronómico celebratorio tuvo lugar a las 14 del 8 de enero del año de gracia de 2015 en El Plantío 35, carretera de El Plantío, Majadahonda. Que conste en acta.
Hablando de festejos, recordemos que Belén Briones se casa el 25 del próximo abril. No se confirmó que el padrino vaya a ser Fernando López de Castro, el personaje más conspicuo del mundillo hípico de la sierra de Guadarrama. Profesor de varias artes marciales y practicante de otros deportes –entre ellos la equitación, naturalmente-, abogado, hombre de mundo, es querido y admirado por todos por su caballerosidad y su arrolladora simpatía.

La sierra y su influencia

La sierra de Guadarrama jugó un papel importante en la vida de los madrileños. En algunos de sus pueblos se libraron varias de las batallas más cruentas de la Guerra Civil (1936/1939), como la de Brunete, donde ahora Maite Sandeogracias tiene el Club Ecuestre del Valle, con caballos de salto que entrena Juan Ignacio y cría perros Jack Russell.
Tuvimos oportunidad de conocer allí a Patricia Madrigal, madre de dos amazonas adolescentes, Mencia y Teresa, alumnas de Juan Ignacio.
La sierra se fue recuperando y reconstruyendo. Gente de clase media y acomodada compró chalés y pisos y surgieron las ciudades dormitorio. Ahora tiene una gran pujanza. Muchas familias han dejado Madrid para instalarse en Villalba, Moralzarzal, Manzanares el Real, El Boalo, Tres Cantos. Tardan entre 25 y 45 minutos en bajar a Madrid en coche, según donde vivan, para acudir a sus trabajos. Al regreso, y los fines de semana, disfrutan de una atmósfera sin polución y de los menús a precios más que razonables de los mesones, tabernas y restaurantes que han proliferado en la sierra.
Muchos argentinos vinieron a estas latitudes e instalaron asadores que ofrecen la carne cortada y asada a su estilo. Les va muy bien.
Leticia cría gatos de la raza Bosques de Noruega. Presenta a los mejores en exposiciones internacionales y ya ha ganado varios premios. Ahora viaja a Finlandia, creo que a Helsinki, a una exposición. Con ella y su marido, Valentín, celebramos Maite, Juan Ignacio y yo la Nochevieja y comimos las doce uvas.
Alejandro y Javier siguen bien, de lo cual me alegro mucho. Fue bueno verlos y compartir con ellos y sus primos, que son mis hijos, la cena del 24 de diciembre.
Fuimos invitados a otras cenas y agasajos. Recordamos con especial agrado los ágapes con Alejandro Morales y Sandrin, Manuela Gayo y su marido Eduardo Fernández, Christel Kaberghs  y sus bellísimas hijas, Laura y Sara y el entrañable Javier Junoy, fiel amigo desde hace muchos años. Nos invitó a cenar una noche en un restaurante típico, al que acudió con sus padres y su esposa, Laura Roncada, una buena moza que tiene sentido del humor.
A Juanjo Vinagre, que se dedica a la gastronomía con buena mano, debemos el placer que nos produjo la degustación de un exquisito queso manchego en aceite que nos regaló.  
Una mención especial para la tortilla de patatas de Salomé Simón, encantadora criatura que a pesar de sus pocos años es una excelente cocinera.

Caballos, perros y gatos

No podemos olvidarnos de quienes el santo de Asís calificó de “nuestros hermanos menores”: los animalitos de Dios.
Los caballos del centro ecuestre Tovarich reclaman su pitanza de la noche con sonoros relinchos, mientras la luna llena, que se asemeja a un remoto farolillo chino, ilumina un cielo que presagia que va a nevar. Pero esta vez no nevó en la sierra de Madrid, no hubo Navidades Blancas.
“Ratatouille”, la gata nómada de María Soledad, me tomó ley, a tal punto que una noche sí y otra también entraba en nuestra alcoba, se subía a la cama y me daba un lametón en la cara, con esa lengua áspera como la lija de todos los gatos. Algún día amanecía acostada a nuestros pies.
“Chiqui”, la Jack Russell adquirida por Juan Ignacio a los dos meses de su nacimiento, retoza por doquier. Es juguetona y tierna y da la impresión de que también va a ser traviesa, como corresponde a su raza.
Tuvimos la suerte de encontrar y saludar a los perros “Rufo”, a la labradora “Lady”, que ya está muy viejecita, y a “Laly” (otra Jack Russell, ésta adulta).
Yo me topé un día con un hermoso lagarto verde, naranja y azul que tomaba el sol tan ricamente sobre una gran piedra plana, pero se asustó al verme, salió disparado y no tuvimos oportunidad de saludarnos.
He vuelto, sí. Pero dentro de poco me voy otra vez: me voy a una isla remota en la que me espera el capitán Nemo, que me llevará a bordo de su Nautilus a recorrer veinte mil leguas de viaje submarino.

© José Luis Alvarez Fermosel