“¡Volver, volver, volver…!”, decía una
vieja canción. Vuelvo consciente de que mi vuelta significa que dejé algo atrás
que desde ahora mismo forma parte de mi pasado.
Ese pasado que no pasa nunca, que ni
siquiera es pasado, según dijo Faulkner. El pasado es sólo una dimensión del
presente. Lo recuerda Javier Cercas en su libro “El Impostor” –un extraordinario
trabajo de investigación-.
Vuelvo de mi querida sierra de Guadarrama,
donde pasé de niño inolvidables veranos. En San Rafael, Cercedilla,
Navacerrada, El Escorial…; sobre todo, El Escorial. Mi abuelo paterno, Pedro
Alvarez Díaz, restauró, pintando al fresco como Miguel Ángel la Capilla Sixtina,
los techos del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, siempre lo digo.
Este viaje, del cual fue artífice mi hijo
Juan Ignacio, me permitió reencontrarme con gente muy querida.
El reencuentro más emotivo fue el mío con
mi primo Antonio Sánchez Carvajales. No lo veía desde que, después de viajar
varios años por Europa y el norte de Africa regresé a España.
La celebración incluyó el dionisíaco
condumio de un cochinillo asado, entre otras “delicacies”, por parte de
Antonio, su encantadora mujer, Elizabeth Francis –que es “argeñola”, mitad
argentina, mitad española-, la mía, Maite, que también es encantadora y
argentina y mis hijos Juan Ignacio y María Soledad, que también son
encantadores y “argeñoles”.
El festival gastronómico celebratorio tuvo
lugar a las 14 del 8 de enero del año de gracia de 2015 en El Plantío 35,
carretera de El Plantío, Majadahonda. Que conste en acta.
Hablando de festejos, recordemos que Belén
Briones se casa el 25 del próximo abril. No se confirmó que el padrino vaya a
ser Fernando López de Castro, el personaje más conspicuo del mundillo hípico de
la sierra de Guadarrama. Profesor de varias artes marciales y practicante de
otros deportes –entre ellos la equitación, naturalmente-, abogado, hombre de
mundo, es querido y admirado por todos por su caballerosidad y su arrolladora
simpatía.
La sierra y su influencia
La sierra de Guadarrama jugó un papel
importante en la vida de los madrileños. En algunos de sus pueblos se libraron
varias de las batallas más cruentas de la Guerra Civil (1936/1939), como la de
Brunete, donde ahora Maite Sandeogracias tiene el Club Ecuestre del Valle, con
caballos de salto que entrena Juan Ignacio y cría perros Jack Russell.
Tuvimos oportunidad de conocer allí a
Patricia Madrigal, madre de dos amazonas adolescentes, Mencia y Teresa, alumnas
de Juan Ignacio.
La sierra se fue recuperando y
reconstruyendo. Gente de clase media y acomodada compró chalés y pisos y
surgieron las ciudades dormitorio. Ahora tiene una gran pujanza. Muchas
familias han dejado Madrid para instalarse en Villalba, Moralzarzal, Manzanares
el Real, El Boalo, Tres Cantos. Tardan entre 25 y 45 minutos en bajar a Madrid en
coche, según donde vivan, para acudir a sus trabajos. Al regreso, y los fines
de semana, disfrutan de una atmósfera sin polución y de los menús a precios más
que razonables de los mesones, tabernas y restaurantes que han proliferado en
la sierra.
Muchos argentinos vinieron a estas
latitudes e instalaron asadores que ofrecen la carne cortada y asada a su
estilo. Les va muy bien.
Leticia cría gatos de la raza Bosques de
Noruega. Presenta a los mejores en exposiciones internacionales y ya ha ganado
varios premios. Ahora viaja a Finlandia, creo que a Helsinki, a una exposición.
Con ella y su marido, Valentín, celebramos Maite, Juan Ignacio y yo la
Nochevieja y comimos las doce uvas.
Alejandro y Javier siguen bien, de lo cual
me alegro mucho. Fue bueno verlos y compartir con ellos y sus primos, que son
mis hijos, la cena del 24 de diciembre.
Fuimos invitados a otras cenas y agasajos.
Recordamos con especial agrado los ágapes con Alejandro Morales y Sandrin,
Manuela Gayo y su marido Eduardo Fernández, Christel Kaberghs y sus bellísimas hijas, Laura y Sara y el
entrañable Javier Junoy, fiel amigo desde hace muchos años. Nos invitó a cenar
una noche en un restaurante típico, al que acudió con sus padres y su esposa,
Laura Roncada, una buena moza que tiene sentido del humor.
A Juanjo Vinagre, que se dedica a la
gastronomía con buena mano, debemos el placer que nos produjo la degustación de
un exquisito queso manchego en aceite que nos regaló.
Una mención especial para la tortilla de
patatas de Salomé Simón, encantadora criatura que a pesar de sus pocos años es
una excelente cocinera.
Caballos, perros y gatos
No podemos olvidarnos de quienes el santo
de Asís calificó de “nuestros hermanos menores”: los animalitos de Dios.
Los caballos del centro ecuestre Tovarich
reclaman su pitanza de la noche con sonoros relinchos, mientras la luna llena,
que se asemeja a un remoto farolillo chino, ilumina un cielo que presagia que
va a nevar. Pero esta vez no nevó en la sierra de Madrid, no hubo Navidades
Blancas.
“Ratatouille”, la gata nómada de María
Soledad, me tomó ley, a tal punto que una noche sí y otra también entraba en
nuestra alcoba, se subía a la cama y me daba un lametón en la cara, con esa
lengua áspera como la lija de todos los gatos. Algún día amanecía acostada a
nuestros pies.
“Chiqui”, la Jack Russell adquirida por
Juan Ignacio a los dos meses de su nacimiento, retoza por doquier. Es juguetona
y tierna y da la impresión de que también va a ser traviesa, como corresponde a
su raza.
Tuvimos la suerte de encontrar y saludar a
los perros “Rufo”, a la labradora “Lady”, que ya está muy viejecita, y a “Laly”
(otra Jack Russell, ésta adulta).
Yo me topé un día con un hermoso lagarto
verde, naranja y azul que tomaba el sol tan ricamente sobre una gran piedra
plana, pero se asustó al verme, salió disparado y no tuvimos oportunidad de
saludarnos.
He vuelto, sí. Pero dentro de poco me voy
otra vez: me voy a una isla remota en la que me espera el capitán Nemo, que me
llevará a bordo de su Nautilus a recorrer veinte mil leguas de viaje submarino.
© José Luis Alvarez Fermosel
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