La señora en la playa. La señora de fina
estampa, tan elegante, con su sombrero, que sostiene con una mano para que no
se lo arrebate la brisa marina.
La brisa marina y las gaviotas. El poema
de Mallarmé. “(…) Ebrias aves se alejan entre el cielo y la espuma…”.
La señora -se ve por su atavío-, es de
otra época: cuando se pintaban acuarelas tan bellas como la que nos ocupa.
La playa es rocosa, está desierta. Me
recuerda la playa bravía y solitaria de Sopelana, en Bilbao, que sigue siendo
bravía pero ya está poblada por bañistas en verano.
La pintura es impecable. La figura tiene
impulso, o mejor aún, ritmo; y esa gracia sutil que sólo determinados artistas
imprimen a las personas en movimiento.
Nos place imaginar que la señora va a
encontrarse con un señor que la espera en una lancha motora detrás del
farallón.
Una vez vi patinar de noche a una joven en
un estanque helado al compás de una música que no se sabía de donde venía. La
muchacha era hermosísima. Llevaba una blanca “tenue” de patinar. A la luz de la
luna y las estrellas parecía irreal. Dibujaba difíciles arabescos sobre el
hielo. A cual más complejo.
La señora va hollando con sus pies
desnudos la arena blanca de la playa desierta. Camina con determinación, casi
con marcialidad. No está paseando, más bien va marcando el paso.
¿A dónde irá la señora?
© José Luis Alvarez Fermosel
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