Fue después de una buena pelea en una “cave” que había, y que todavía hay, en la calle del Príncipe de Madrid, pero sin el carácter que tenía entonces. El dueño era Tomás Cruz, que instituyó un premio de novela corta, si mal no recuerdo.
Había mesas, sillas, un piano y una gran cabeza de caballo de yeso atravesada por una flecha, o una lanza.
La multitudinaria zarabanda, con sillas por el aire, espejos rotos, mesas volcadas y varios contusos no tuvo nada que envidiarle a las que se ven en las películas del Oeste americano, libradas en los “saloons”.
Como yo decidí ponerme de su parte, pues se hallaba en descarada inferioridad numérica, él solo contra un grupo de jóvenes sentados a una mesa frente a la suya, Camilo José Cela me tomó ley, expresión muy gallega, muy suya.
Nos veíamos después, de cuando en cuando, en el Café Gijón, o en algún otro de las inmediaciones cuya clientela estuviera compuesta en su mayoría por tertulianos. A él no le habían dado aún el premio Nobel de literatura, que ganó en 1989.
Esas veladas, y otras experiencias más vitales, le sirvieron a Cela para escribir algunos relatos que luego recogió en libros como “Café de artistas y otros cuentos”, “Garito de hospicianos” y “Cajón de sastre”, por citar sólo tres, que hay más.
El gran escritor gallego incluyó en el primero de esos tres libros un texto breve, pero que no tiene desperdicio, basado en una visita que hizo a la cartuja de Miraflores de Burgos (1) para a ver a un amigo suyo, teniente de la Legión, combatiente en la Guerra Civil española (1936 – 1939) y años después monje de clausura.
Lo peor de la nueva vida del Caballero Legionario –esa es la denominación oficial- era el frío espantoso que pasaba en invierno en su celda de sólidos muros de piedra berroqueña.
Camilo le preguntó, como puede leerse en la narración titulada “La vida contra reloj”, del libro al que nos referimos antes, que si tenía algo con qué calentarse.
- Tengo una estufa y un montón de leña –respondió el monje a la pregunta del escritor-.
- ¿Y por qué no la enciendes? ¿No te lo autorizan?
- Sí, pero me dicen que no la encienda hasta que no pueda más. Y, por ahora, voy aguantando.
Una cuestión de carácter. El carácter propio de un oficial del Tercio de Extranjeros (2) que después de luchar con denuedo en una guerra se aleja del mundo y de sus pompas y se entrega a las ascésis en una cartuja, muriéndose de frío en invierno, a ver cuánto resiste.
A Cela le llamó la atención la actitud de su amigo, que le pareció, y así lo escribió en su libro, el embrión de la tragedia del hombre que llega “a no poder más” en la creencia de que todavía puede estirarse la tensa cuerda que da voluntad a su espíritu.
Otros hombres. A esos se contrapone el feble y desorientado varón del posmodernismo que estudian, con detenimiento de entomólogos, expertos en las ciencias del comportamiento humano, interesados en conocer el papel que verdaderamente desempeña en la entrópica sociedad actual y su posición ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. No hay nada claro al respecto, aún.
Quizás sea todo cuestión de carácter, al fin y al cabo.
(1) La cartuja de Miraflores (foto), situada en la ciudad de Burgos, es una de las más bellas de España. Se debe a Enrique III, rey castellano que dispuso en su testamento que su palacio de recreo de Burgos fuera convertido, después de su muerte, en un convento franciscano. Muerto este rey, su hijo, Juan II de Castilla, gran devoto de la Orden de San Bruno, decidió instalar en aquel lugar una comunidad de cartujos, considerando que ello no contravendría la voluntad de su padre. Muy pronto solicitó la licencia correspondiente al Prior General de la Orden, gracias a la cual los cartujos pudieron tomar posesión de los reales sitios en 1442.
(2) La Legión Extranjera, o Tercio, fue fundada a principios de los años veinte por el entonces coronel Millán Astray, con la ayuda de algunos de los más capacitados jefes del Ejército español, entre los que se encontraba el general Franco, que en aquellos tiempos tenía el grado de comandante (mayor). Su inspiración tuvo dos orígenes: histórica y románticamente, de los tercios del duque de Alba del siglo XVI, meollo de la Infantería española en los tiempos en que “la disciplina española” era proverbial en Europa; militar y prácticamente, de la Legión Extranjera francesa, cuyos métodos fueron cuidadosamente estudiados por Millán Astray y sus ayudantes. Pero la Legión Extranjera española difería de la francesa en un aspecto muy importante: estaba compuesta casi íntegramente por españoles, aunque antes de la guerra civil era la única unidad del Ejército español en la que podían alistarse extranjeros.
© José Luis Alvarez Fermosel
Había mesas, sillas, un piano y una gran cabeza de caballo de yeso atravesada por una flecha, o una lanza.
La multitudinaria zarabanda, con sillas por el aire, espejos rotos, mesas volcadas y varios contusos no tuvo nada que envidiarle a las que se ven en las películas del Oeste americano, libradas en los “saloons”.
Como yo decidí ponerme de su parte, pues se hallaba en descarada inferioridad numérica, él solo contra un grupo de jóvenes sentados a una mesa frente a la suya, Camilo José Cela me tomó ley, expresión muy gallega, muy suya.
Nos veíamos después, de cuando en cuando, en el Café Gijón, o en algún otro de las inmediaciones cuya clientela estuviera compuesta en su mayoría por tertulianos. A él no le habían dado aún el premio Nobel de literatura, que ganó en 1989.
Esas veladas, y otras experiencias más vitales, le sirvieron a Cela para escribir algunos relatos que luego recogió en libros como “Café de artistas y otros cuentos”, “Garito de hospicianos” y “Cajón de sastre”, por citar sólo tres, que hay más.
El gran escritor gallego incluyó en el primero de esos tres libros un texto breve, pero que no tiene desperdicio, basado en una visita que hizo a la cartuja de Miraflores de Burgos (1) para a ver a un amigo suyo, teniente de la Legión, combatiente en la Guerra Civil española (1936 – 1939) y años después monje de clausura.
Lo peor de la nueva vida del Caballero Legionario –esa es la denominación oficial- era el frío espantoso que pasaba en invierno en su celda de sólidos muros de piedra berroqueña.
Camilo le preguntó, como puede leerse en la narración titulada “La vida contra reloj”, del libro al que nos referimos antes, que si tenía algo con qué calentarse.
- Tengo una estufa y un montón de leña –respondió el monje a la pregunta del escritor-.
- ¿Y por qué no la enciendes? ¿No te lo autorizan?
- Sí, pero me dicen que no la encienda hasta que no pueda más. Y, por ahora, voy aguantando.
Una cuestión de carácter. El carácter propio de un oficial del Tercio de Extranjeros (2) que después de luchar con denuedo en una guerra se aleja del mundo y de sus pompas y se entrega a las ascésis en una cartuja, muriéndose de frío en invierno, a ver cuánto resiste.
A Cela le llamó la atención la actitud de su amigo, que le pareció, y así lo escribió en su libro, el embrión de la tragedia del hombre que llega “a no poder más” en la creencia de que todavía puede estirarse la tensa cuerda que da voluntad a su espíritu.
Otros hombres. A esos se contrapone el feble y desorientado varón del posmodernismo que estudian, con detenimiento de entomólogos, expertos en las ciencias del comportamiento humano, interesados en conocer el papel que verdaderamente desempeña en la entrópica sociedad actual y su posición ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. No hay nada claro al respecto, aún.
Quizás sea todo cuestión de carácter, al fin y al cabo.
(1) La cartuja de Miraflores (foto), situada en la ciudad de Burgos, es una de las más bellas de España. Se debe a Enrique III, rey castellano que dispuso en su testamento que su palacio de recreo de Burgos fuera convertido, después de su muerte, en un convento franciscano. Muerto este rey, su hijo, Juan II de Castilla, gran devoto de la Orden de San Bruno, decidió instalar en aquel lugar una comunidad de cartujos, considerando que ello no contravendría la voluntad de su padre. Muy pronto solicitó la licencia correspondiente al Prior General de la Orden, gracias a la cual los cartujos pudieron tomar posesión de los reales sitios en 1442.
(2) La Legión Extranjera, o Tercio, fue fundada a principios de los años veinte por el entonces coronel Millán Astray, con la ayuda de algunos de los más capacitados jefes del Ejército español, entre los que se encontraba el general Franco, que en aquellos tiempos tenía el grado de comandante (mayor). Su inspiración tuvo dos orígenes: histórica y románticamente, de los tercios del duque de Alba del siglo XVI, meollo de la Infantería española en los tiempos en que “la disciplina española” era proverbial en Europa; militar y prácticamente, de la Legión Extranjera francesa, cuyos métodos fueron cuidadosamente estudiados por Millán Astray y sus ayudantes. Pero la Legión Extranjera española difería de la francesa en un aspecto muy importante: estaba compuesta casi íntegramente por españoles, aunque antes de la guerra civil era la única unidad del Ejército español en la que podían alistarse extranjeros.
© José Luis Alvarez Fermosel
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