He contado esta anécdota muchas veces, pero siempre a colegas -y otras gentes que no la conocían-, por lo general en un bar, u otro establecimiento igualmente apropiado para reunirse periodistas a tomar unos whiskies, a la salida de la redacción. Hoy se la voy a contar a todos aquellos que no están obligados a conocerla.
Poco tiempo después de llegar a Buenos Aires, empecé a trabajar en el diario Crónica, como reportero de policiales. Un día me mandaron a cubrir una manifestación en la Plaza de Mayo. Me dijeron que pasara la información por teléfono.
Cuando reuní los primeros datos, llamé al diario. El secretario de redacción me comunicó con Néstor “Michi” Ruiz, que fue con el tiempo un compañero extraordinariamente leal y un amigo entrañable, de genio vivo, dicho sea de paso. Antes de ser amigos nos habíamos visto de refilón alguna vez en el diario.
Se produjo el siguiente diálogo, rigurosamente textual:
Poco tiempo después de llegar a Buenos Aires, empecé a trabajar en el diario Crónica, como reportero de policiales. Un día me mandaron a cubrir una manifestación en la Plaza de Mayo. Me dijeron que pasara la información por teléfono.
Cuando reuní los primeros datos, llamé al diario. El secretario de redacción me comunicó con Néstor “Michi” Ruiz, que fue con el tiempo un compañero extraordinariamente leal y un amigo entrañable, de genio vivo, dicho sea de paso. Antes de ser amigos nos habíamos visto de refilón alguna vez en el diario.
Se produjo el siguiente diálogo, rigurosamente textual:
- Ruiz (no de muy buen humor): ¿Qué pasa, viejo?
- Yo: En la Plaza hay unas mil personas. Vigilan policías de paisano...
- Ruiz (extrañado): ¡Cómo!, ¿hay paisanos, gente de campo…, gauchos?
- Yo: No, gauchos, no. Policías de paisano, de traje y corbata.
- Ruiz (indulgente, pero ya un poco inquieto): Ah, sí, de civil. Seguí, seguí.
- Yo: Algunos manifestantes lanzan octavillas...
- Ruiz (interrumpiéndome, ligeramente nervioso): Octa… ¿qué?
- Yo: Esos papelitos que...
- Ruiz (apenas resignado): ¡Volantes!
- Yo: Además, enarbolan pancartas...
- Ruiz (nervioso): Pan... ¿qué? -¡qué lo tiró!-, pan... ¿qué?
- Yo: ¡Pancartas!
- Ruiz (muy nervioso): ¡Carajo!, ¿qué enarbolan esos puntos? Pan...¿qué? Paaaaaaan… ¿qué?
- Yo (desconcertado, gritando): ¡Pancartas, pancartas!
- Ruiz (nerviosísimo): ¿Panqueques!?
- Yo (a punto de salirme de madre, cosa que no me cuesta mucho trabajo): ¡Pancartas, coño!
- Ruiz (al borde de la histeria): Pero...¿qué es eso?, ¡Dios mío!, ¿qué es eso?
- Yo (tratando de contenerme, pero sin dar pie con bola): Esos, como carteles grandes que...
- Ruiz (histérico): ¡Cartelones, cartelones, cartelones! ¿Por qué no decís cartelones, gallego? ¿Por qué no decís cartelones, como todo el mundo, en vez de cosas raras? ¡Norma, Norma, vení a tomarle la información a este gallego, que seguramente llegó la semana pasada de Vigo, en el Cabo San Roque!; vení, Norma, por favor, que me vuelvo loco!
Vino Norma Vega y se reanudó el diálogo, con interrupciones y ruidos extraños en la línea, pues entonces los teléfonos funcionaban muy mal en Argentina.
- Norma: ¿Qué pasa, galleguito? Dale.
- Yo: La policía se niega en redondo a dejarnos entrar en...
- Norma: ¡En redondo… como en las plazas de toros…! ¡¡Olééééé!!
Y colgó el teléfono.
Cuando regresé a la redacción se pusieron todos en pie, sombríos, y me aplaudieron.
La crónica salió, gracias a “Michi” y a Norma -que le pasaron la pluma-, en porteño, y no en madrileño castizo.
Años después alguien dijo un día pancarta en la televisión y desde entonces el término se popularizó, y se quedó ya para siempre en el vocabulario de los argentinos.
© José Luis Alvarez Fermosel
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