Todos los periodistas tenemos –merecida en unos casos, en otros no- fama de pegarle al tarro; es decir, de beber más bien más que menos y… “diariamente todos los días”, como decía aquél, para que no hubiera duda.
Además de vino y champán, excelsas bebidas que no hacen el menor daño, tomadas con prudencia, claro está, los periodistas trasegamos whisky y otros alcoholes esclarecidos en ingentes cantidades, según la creencia general. Así estamos, medio gilipollas todos y con el hígado como un tambor de granaderos.
A decir verdad, son pocos los que sufren alguna dolencia o perturbación derivadas del consumo excesivo de alcohol, por la sencilla razón de que adquirieron aguante con la práctica.
Otros tienen la resistencia al alcohol ya incorporada, nacen con ella y por mucho que beban no se emborrachan ni acaban por enfermarse. Muchos de los que se saltaron alegremente a la torera el precepto de no mas de tres whiskies en los cócteles y otras fiestas, pasean alegremente sus gloriosos ochenta o noventa años por ahí, tienen una salud de hierro y siguen tomado copas con sus amigos. Además, no somos tantos los que bebemos ni es tanto lo que bebemos. Es más el ruido que las nueces. Las drogas son cien mil veces peores, las consume todo el mundo y nadie dice nada.
Se bebía más antes, y algunos periodistas y escritores se morían a chorros, sobre todo los norteamericanos. Edgar Allan Poe, Raymond Chandler, William Irish, Charles Bukowski, William Burroughs, Truman Capote y un montón más se convirtieron en alcohólicos y murieron de cirrósis u otras afecciones causadas por beber con la ferocidad propia de la inaudito, que decía mi entrañable Mario Blanco. Alternaban el alcohol con las drogas, una combinación mefítica.
No les iban a la zaga actores y actrices. Una vez, en un teatro de Manhattan, tuvo que bajarse el telón a mitad del segundo acto porque la primera actriz estaba completamente borracha.
También se dijo siempre de nosotros que somos/éramos fumadores empedernidos, jugadores, mujeriegos, peleadores, que no teníamos nunca un duro, andábamos por ahí pidiéndole dinero a todo el mundo y, si se terciaba, nos vendíamos al mejor postor.
Esto viene de largo y es universal. Ya estamos acostumbrados a que digan de nosotros éstas y otras cosas peores.
Un político ruso/soviético dijo: Una mentira repetida muchas veces se convierte en una verdad.
El escritor, publicista y político francés Emile Girardin, del siglo XIX, escribió una comedia en la que presentaba a los periodistas como hombres que sólo se inspiraban mediante la ingurgitación consuetudinaria de grandes cantidades de vino y licores.
Desde entonces, el periodista, escritor, crítico y académico de la misma nacionalidad Jules Jasnin, cuando terminaba su desayuno, compuesto por una jícara de chocolate, unos picatostes y un vaso de agua, le decía a su criada:
- Francisca, esconde los restos de esta orgía
Estamos hablando de periodismo y periodistas de épocas pasadas. Ahora hay otro periodismo y otros periodistas.
© José Luis Alvarez Fermosel
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