La sombra, las sombras…
Leí el otro día no sé donde que nadie ni
nada puede asustarnos tanto como nuestra sombra
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Es verdad.
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Pues a mí me parece que las sombras de los demás pueden asustarnos tanto o más
que la nuestra.
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No, porque del miedo que nos producen las sombras de otros podemos escapar,
pero de nuestro miedo no: lo arrastramos con nuestra sombra.
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No entiendo muy bien eso de los miedos. La sombra es la proyección oscura (de
un cuerpo opaco) que intercepta los rayos de un foco luminoso.
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Sí, pero es muchas cosas más, también; y algunas “non sanctas”: oscuridad,
bruma, negación... Tener mala sombra, por ejemplo, es tener mala leche -como se
dice en España-, o no tener ninguna gracia. Y estar a la sombra es un eufemismo
pretendidamente humorístico por estar en la cárcel. Tampoco es grato que le
hagan a uno sombra.
Lo reconozco, entonces: las sombras provocan
temores –las circunstancias influyen- y tienen mala prensa.
Pero las sombras chinescas son simpáticas.
Consisten en proyectar sombras de siluetas. En tiempos remotos, cuando se iba la
luz eléctrica, se prendían velas, que se introducían en unos receptáculos
verticales con asa, llamados palmatorias. A la luz de las velas se formaban con
manos y dedos figuras que se proyectaban en la pared y aparecían como cabezas
de animales o rostros. Había quienes hacían casi un arte de las sombras
chinescas. Claro, no esperaban a que se produjera un apagón para mostrar su
habilidad. Ellos mismos apagaban las luces y encendían las velas. Los niños
disfrutaban de lo lindo.
Buenas sombras
Las sombras son literatura, siempre lo
fueron. Los escritores las aman, o por lo menos se ocupan de ellas con
frecuencia. Algunos las cantaron en versos apasionados: “Elogio de la sombra”,
de Borges. Otros las relacionan con la meteorología: “La sombra del viento”,
del español Carlos Ruiz Zafón, “La estación de la sombra”, de Léonora Miano, de
Camerún.
¿Hay libertades sombrías? ¿Puede
ensombrecerse la libertad? Francisco José Alfonso López habla de “Sombras de la
libertad: una aproximación a la literatura brasileña”.
Las sombras dieron nombre a obras y
personajes como “Don Segundo Sombra”, novela rural del escritor argentino
Ricardo Güiraldes y, en nuestros días, a la saga de “Cincuenta sombras de
Grey”, de la inglesa E. L. James, un
“boom” más o menos justificado.
La Sombra, con s mayúscula, era el
personaje central de una serie de novelas policiales del norteamericano Maxwell
Grant que hicieron las delicias de nuestra niñez.
La umbraquinesis es una habilidad psíquica
que permite manipular las sombras, y hasta usar la propia para fundirse con
ellas.
En la novela “Jack of Shadows”, del
estadounidense Roger Zelazny, el protagonista tiene una habilidad especial para
utilizar mágicamente las sombras. Podría decirse que es umbraquinético.
“La sombra del ciprés es alargada”, reconoce
el español Miguel Delibes. La chilena Isabel Allende escribe acerca “De amor y
de sombras”.
Hasta en el tango hay sombras. Es decir,
el tango está lleno de sombras, de claroscuros. (También de luz, aunque sea “Una
luz de almacén…”).
Recordemos “Sombras, nada más” (1943), con
letrá de José María Contursi y música de Francisco Lomuto.
Una frase inquietante: “Tus sombras te
definen…”
© José Luis Alvarez Fermosel
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