No sé dónde escuché, o leí esta frase, que me parece espléndida. Es un prodigio de síntesis y una hermosa metáfora con una gran carga poética.
Hace frío en el sol. Muy bien podría haberlo dicho un niño. Los niños dicen cosas tremendas, y también dicen cosas preciosas.
Un niño cruzó de noche con su madre una plaza con una fuente bajo una farola. La luz daba en los chorros del surtidor. “¡Qué bonita es el agua iluminada!”, dijo.
Recuerdo la exhortación de aquella viejecita española a su marido: “Vámonos, Francisco, vámonos al hastial de la sala, que se está que da gloria estos días de sol y de frío”.
Yo he pasado días gloriosos de frío en el campo, con el sol arrancando reflejos de plata a la nieve que alfombraba la cespedera y cubría por entero tejados, techos, aleros, árboles, aperos de labranza y forraba con frío algodón los cables del tendido eléctrico, en los que no se posaba ningún pájaro.
El frío en el sol… Un sol que apenas conforta en los crudos inviernos españoles, en los que no es raro que nieve tres veces, de diciembre a marzo. En marzo florecen los almendros.
Año de nieves, año de bienes, suelen decir los campesinos.
Es verdad que en ciertas ocasiones, casi siempre después de una buena nevada, parece que también hiciera frío en el sol, o que el sol tuviera frío, porque se muestra avariento y uno piensa, irracionalmente, que es injusto que nos escatime su calor y lo derroche en otras latitudes en las que no sólo no nieva nunca, sino que todo el año hace calor y el sol se va sólo para dar paso a la lluvia.
Un poco de frío en el sol nunca viene mal. Si me lee algún ecologista dudará, racionalmente, de mi salud mental.
Pero el sol y el frío pueden aliarse, y lo hacen para producir, en amor y compañía, esa dulce solana que arrulla las siestas en invierno. La resolana de algunas tardes trae imágenes impresionistas y siembra dudas.
En la montaña es donde más se nota el frío en el sol, cuando éste guarda sus rayos en una bolsa, se la echa al hombro y se va. Al diluírse el blando fulgor ambarino que deja como un rastro, las sombras y el frío llegan a paso de lobo a la montaña, que se oscurece, al tiempo que su imponencia aumenta, cerrándose para guardar mejor sus secretos y tornándose un tanto aviesa, casi amenazadora.
Sí, puede hacer frío en el sol; de hecho, hace frío en el sol, en el sol del cielo y en ese otro cada vez menos ardiente, cada vez más tibio, que uno tiene en el alma.
Al principio, no se nota. Uno ni siquiera intuye que en cualquier momento puede llegar a sentir frío. Tienen que venir un poeta, una mujer o un niño y decírnoslo al oído para que nos demos cuenta de que puede hacer frío en el sol.
Hace frío en el sol. Muy bien podría haberlo dicho un niño. Los niños dicen cosas tremendas, y también dicen cosas preciosas.
Un niño cruzó de noche con su madre una plaza con una fuente bajo una farola. La luz daba en los chorros del surtidor. “¡Qué bonita es el agua iluminada!”, dijo.
Recuerdo la exhortación de aquella viejecita española a su marido: “Vámonos, Francisco, vámonos al hastial de la sala, que se está que da gloria estos días de sol y de frío”.
Yo he pasado días gloriosos de frío en el campo, con el sol arrancando reflejos de plata a la nieve que alfombraba la cespedera y cubría por entero tejados, techos, aleros, árboles, aperos de labranza y forraba con frío algodón los cables del tendido eléctrico, en los que no se posaba ningún pájaro.
El frío en el sol… Un sol que apenas conforta en los crudos inviernos españoles, en los que no es raro que nieve tres veces, de diciembre a marzo. En marzo florecen los almendros.
Año de nieves, año de bienes, suelen decir los campesinos.
Es verdad que en ciertas ocasiones, casi siempre después de una buena nevada, parece que también hiciera frío en el sol, o que el sol tuviera frío, porque se muestra avariento y uno piensa, irracionalmente, que es injusto que nos escatime su calor y lo derroche en otras latitudes en las que no sólo no nieva nunca, sino que todo el año hace calor y el sol se va sólo para dar paso a la lluvia.
Un poco de frío en el sol nunca viene mal. Si me lee algún ecologista dudará, racionalmente, de mi salud mental.
Pero el sol y el frío pueden aliarse, y lo hacen para producir, en amor y compañía, esa dulce solana que arrulla las siestas en invierno. La resolana de algunas tardes trae imágenes impresionistas y siembra dudas.
En la montaña es donde más se nota el frío en el sol, cuando éste guarda sus rayos en una bolsa, se la echa al hombro y se va. Al diluírse el blando fulgor ambarino que deja como un rastro, las sombras y el frío llegan a paso de lobo a la montaña, que se oscurece, al tiempo que su imponencia aumenta, cerrándose para guardar mejor sus secretos y tornándose un tanto aviesa, casi amenazadora.
Sí, puede hacer frío en el sol; de hecho, hace frío en el sol, en el sol del cielo y en ese otro cada vez menos ardiente, cada vez más tibio, que uno tiene en el alma.
Al principio, no se nota. Uno ni siquiera intuye que en cualquier momento puede llegar a sentir frío. Tienen que venir un poeta, una mujer o un niño y decírnoslo al oído para que nos demos cuenta de que puede hacer frío en el sol.
© José Luis Alvarez Fermosel
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