Si quieres, las comes; si no, las dejas. Las lentejas, claro.
Aunque se cocinen sin cargarlas de sabrosos embutidos, como el chorizo o la morcilla, y se hagan con franciscana sencillez para servirlas en una cazuela de barro, con su hojita de laurel, las lentejas salen siempre riquísimas y constituyen un guiso popular que ocupa desde tiempo inmemorial un lugar destacado no sólo en la historia de la gastronomía, sino en la Biblia y en la historia universal y la literatura.
Merecieron, también, la siguiente reflexión del gran poeta español Agustín de Foxá: “Después de comer, con el café, el habano y la copa de brandy, cambiaríamos la vida por la gloria de César; pero antes de comer se cambian cosas como la primogenitura por un plato de lentejas”. Se refería, naturalmente, a la historia de Esaú y Jacob.
Aunque se cocinen sin cargarlas de sabrosos embutidos, como el chorizo o la morcilla, y se hagan con franciscana sencillez para servirlas en una cazuela de barro, con su hojita de laurel, las lentejas salen siempre riquísimas y constituyen un guiso popular que ocupa desde tiempo inmemorial un lugar destacado no sólo en la historia de la gastronomía, sino en la Biblia y en la historia universal y la literatura.
Merecieron, también, la siguiente reflexión del gran poeta español Agustín de Foxá: “Después de comer, con el café, el habano y la copa de brandy, cambiaríamos la vida por la gloria de César; pero antes de comer se cambian cosas como la primogenitura por un plato de lentejas”. Se refería, naturalmente, a la historia de Esaú y Jacob.
© J. L. A. F.
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