Un pintor es un hombre que pinta lo que se vende, pero un artista es un hombre que vende lo que pinta, decía Picasso.
El pintor argentino Darío Mastrosimone es un artista, porque está vendiendo muchos de los cuadros que pinta, aunque quizás tenga algo que ver con esto el hecho de que sea también contador público nacional, con estudio contable propio, y se le den muy bien los números.
El cuadro –que nos encanta- de Mastrosimone elegido para ilustrar este post se titula, muy acertadamente, Vuelta a la vida, pues el pescador, inmerso hasta media pierna en un agua color de lapislázuli, devuelve al pez recién pescado a su elemento natural y a la vida. Colores tranquilos: amarillos oscuros, algún verde parduzco, un poco de azul acá y allá, equilibrio y seguridad.
Mastrosimone estudió pintura con Tano Benedetti, un profesor del colegio Mariano Acosta, donde cursó su enseñanza secundaria; luego hizo taller con el acuarelista Daniel Salaverría. Por eso, quizás, sus cuadros al óleo tengan factura y alegría de acuarela.
Darío empezó a pintar, se presentó a varios concursos, ganó algunos premios y un día, nada menos que Georg Miciu, que había visto algunas pinturas suyas, le dijo: “¡Llegó el momento de quemar las naves!”.
Mastrosimone se despertó, según propia confesión, y empezó a pintar, olvidándose de la contaduría.
Sus cuadros, pintados con espátula, tienen un trazo firme y su temática es hermosa: caballos, el mar, ríos, tardes de invierno, figuras infantiles expresivas, graciosas…
El pintor administra muy bien luces, tonos, escorzos. Su estilo, mezcla de impresionismo y modernismo, es vigoroso y muy personal, con figuras bien resueltas, lo cual no es fácil pintando con espátula.
Mastrosimone se acuerda de Claude Monet, cuando el gran pintor francés dijo que iba a pintar la luz de las cosas.
Monet, entre paréntesis, sufrió apreturas económicas, como casi todo el mundo que se dedica al arte. Un día se le ocurrió jugarse los 100000 francos que constituían toda su fortuna a la Lotería Nacional francesa y ganó el primer premio, por lo cual pudo dedicarse desde entonces a vagar sin agobios por la campiña francesa, pintando paisajes.
No es el caso de Darío Mastrosimone, que por si las moscas habrá hecho bien si continúa manteniendo su estudio contable, aunque sea dirigido por otros.
Con la pintura va a llegar lejos, ya lo verán.
© José Luis Alvarez Fermosel
El pintor argentino Darío Mastrosimone es un artista, porque está vendiendo muchos de los cuadros que pinta, aunque quizás tenga algo que ver con esto el hecho de que sea también contador público nacional, con estudio contable propio, y se le den muy bien los números.
El cuadro –que nos encanta- de Mastrosimone elegido para ilustrar este post se titula, muy acertadamente, Vuelta a la vida, pues el pescador, inmerso hasta media pierna en un agua color de lapislázuli, devuelve al pez recién pescado a su elemento natural y a la vida. Colores tranquilos: amarillos oscuros, algún verde parduzco, un poco de azul acá y allá, equilibrio y seguridad.
Mastrosimone estudió pintura con Tano Benedetti, un profesor del colegio Mariano Acosta, donde cursó su enseñanza secundaria; luego hizo taller con el acuarelista Daniel Salaverría. Por eso, quizás, sus cuadros al óleo tengan factura y alegría de acuarela.
Darío empezó a pintar, se presentó a varios concursos, ganó algunos premios y un día, nada menos que Georg Miciu, que había visto algunas pinturas suyas, le dijo: “¡Llegó el momento de quemar las naves!”.
Mastrosimone se despertó, según propia confesión, y empezó a pintar, olvidándose de la contaduría.
Sus cuadros, pintados con espátula, tienen un trazo firme y su temática es hermosa: caballos, el mar, ríos, tardes de invierno, figuras infantiles expresivas, graciosas…
El pintor administra muy bien luces, tonos, escorzos. Su estilo, mezcla de impresionismo y modernismo, es vigoroso y muy personal, con figuras bien resueltas, lo cual no es fácil pintando con espátula.
Mastrosimone se acuerda de Claude Monet, cuando el gran pintor francés dijo que iba a pintar la luz de las cosas.
Monet, entre paréntesis, sufrió apreturas económicas, como casi todo el mundo que se dedica al arte. Un día se le ocurrió jugarse los 100000 francos que constituían toda su fortuna a la Lotería Nacional francesa y ganó el primer premio, por lo cual pudo dedicarse desde entonces a vagar sin agobios por la campiña francesa, pintando paisajes.
No es el caso de Darío Mastrosimone, que por si las moscas habrá hecho bien si continúa manteniendo su estudio contable, aunque sea dirigido por otros.
Con la pintura va a llegar lejos, ya lo verán.
© José Luis Alvarez Fermosel
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