Cabe suponer que la señora leía un libro de algún poeta simbolista
cuando su marido, el escultor y pintor francés Paul-Albert Bartholomé
(1848–1928) pintaba su retrato.
El cuadro –grises humo, dorados brillantes y algún verde seco- muestra a
Prospérie (Périe), hija del marqués de Fleury, muellemente reclinada en un
diván, leyendo con aparente interés, o haciendo que leía un libro que a lo
mejor no era un libro, sino un dibujo.
Su esposo se adhirió al simbolismo, un movimiento que para unos fue el
lado oscuro del romanticismo y para otros una reacción literaria contra la
Naturaleza y el realismo.
Bartholomé, después de la muerte de su mujer, en 1878, abandonó la
pintura, aconsejado por su amigo Degas, y se volcó a la escultura.
Su primera obra fue la erigida en la tumba de su esposa, en el
cementerio de Bouillant Crépi-en-Valois.
La obra cumbre de Bartholomé, empero, fue el monumento a los muertos en
la Primera Guerra Mundial de Crespi en Valois.
El simbolismo literario español, cuyos principales cultores fueron
Salvador Rueda y Gustavo Adolfo Bécquer, dio lugar a un movimiento más general:
el modernismo, que empezó en América Latina, donde tuvo representantes tan
ilustres como el cubano José Martí, el mexicano Gutiérrez Nájera y algunos
posrománticos como el argentino Leopoldo Lugones, el peruano José María Eguren
y el nicaragüense Rubén Darío.
Périe salió tal cual era, bella y calma, en el cuadro que le pintó su
marido, que aún hacía honor a la descripción objetiva de la que luego abjuró.
© José Luis Alvarez Fermosel
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