Celebré
el Día del Libro por todo lo alto, de sol a sol.
El
23 de abríl de 1964 se convirtió en el Día del Libro en todos los países de
lengua española y portuguesa, gracias a la iniciativa del Primer Congreso
Latinoamericano de Asociaciones y Cámaras del Libro. Desde 1996 es también el
Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor.
Por
la mañana, bien tempranito, me trajeron el tomo número cinco del Gran Atlas
Salvat, dedicado a Asia física, política, occidental, Próximo y Medio Oriente,
India e Indochina.
Apenas
había terminado de hojearlo, cuando sonó otra vez el timbre del portero
eléctrico. Esta vez era el correo. Me traían devuelta una carta que le había
mandado a mi primo Paco a Madrid.
Sólo
se me puede ocurrir a mí hoy en día escribir una carta en papel timbrado, con
pluma estilográfica y despacharla por correo a otro continente.
Mi
primo Paco -ya que lo he mencionado-, fue durante muchos años, hasta la
reciente disolución de la firma, consejero delegado de H. F. Martínez Murguía,
una empresa española editora, importadora y exportadora de libros fundada en
1925. Presidió el gremio de libreros de Madrid y fue miembro del Comité
Ejecutivo de la Cámara del Libro de Madrid y del prestigioso club de libreros
Don Quijote.
Cuando
recibí la carta a mi primo devuelta estaba terminando de leer “Malaparte, vidas
y leyendas”, una biografía muy buena de Curzio Malaparte, escrita por Maurizio
Serra y tenía ya preparado un pequeño atril con un libro en mi alcoba para leer
un rato antes de dormirme, como acostumbro, “The doorbell rang”, de Rex Stout,
de la saga de Nero Wolfe.
Librerías
Sin
pretender emular al escritor español Jorge Carrión –viajero del mundo y visitante de sus librerías con verdadera
tozudez lírica y vocacional-, me eché a las calles (céntricas) de la ciudad a
recorrer unas cuantas de las más conocidas librerías porteñas (Fausto, El
Ateneo, Cúspide, Clásica y Moderna y algunas de las de venta de libros usados de
la Avenida de Mayo).
La
mañana con sol tenía esa luz de color membrillo característica del otoño. Daba
gusto pasear.
Las
librerías de Buenos Aires tienen cada vez más libros. Unos lujosamente
editados, carísimos; otros más modestos, de precios razonables. Algunos enormes, con ilustraciones espléndidas, de
esos que se colocan sobre grandes mesas de cristal de pisos caros, otros de
bolsillo. Se mantiene El “boom” de los libros de autoayuda, que para mí tienen
una connotación onanística.
En
otro orden, me llama poderosamente la atención la cantidad de biografías,
ensayos, compilaciones de artículos y otros materiales periodísticos,
testimonios y opiniones sobre el
narcotraficante y asesino de más de 5.000 personas Pablo Escobar
Gaviria, muerto el 2 de diciembre de 1993 cuando disparaba con dos pistolas desde
un tejado contra las fuerzas del orden en un barrio de Medellín (Colombia). Todo
esto coincidente con culebrones televisivos y documentales cinematográficos.
¿Un “revival” trasnochado? ¿Una…”operación”? ¿A favor de quién? ¿O contra
quién?
Compro
varios libros, entre los cuales “El hada carabina”, de Daniel Pennac, “El día
de mañana nunca llegará”, de Mika Waltary, “El martillo azul”, de Ross
MacDonald y los dos primeros tomos de “Secretos de la historia”, de Stéphane
Bern.
Como
siempre que salgo a comprar libros -¡lo cual no es muy frecuente, ay, pues los
libros están cada día más caros!- llevo una maleta cabinera que voy haciendo
rodar por las calles con los libros dentro, por lo cual me toman por turista.
Conmigo
no hay término medio. Me reconocen, me saludan afectuosamente y me piden un
autógrafo, o me toman por turista.
Ahora
tengo que ir a la Feria del Libro. Este año no voy a hablar en ella. Hasta junio
no dictaré ninguna conferencia. Todavía no tengo el tema.
©
José Luis Alvarez Fermosel
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