¡Qué buena película aquélla: “Están
matando a todos los ‘chefs’ de Europa!”
En España están cerrando todos los cines. He
visto en Televisión Española a gente congregada ante el edificio del Palacio de
la Música, en la Gran Vía, protestando por el sistemático cierre de salas.
De las 500 que había en Madrid en los años
70 sólo quedan 30.
Se dice que esta sarracina se debe a la
crisis económico social de España, a la subida del IVA y los cambios sociales y
de costumbres.
Entre las costumbres estaba la de ir al
cine. Ahora se ve cine por cable, o se alquilan películas en un video club y se
pasan por la pantalla de esos enormes televisores que se cuelgan en la pared
como cuadros. Están, además, los video juegos y las redes sociales para
entretenernos. Y el teléfono móvil.
Los cines de la Gran Vía
Me entero por la prensa española de que
sólo en la Gran Vía desaparecieron los cines Azul, Avenida, Rex, Imperial, Coliseum,
Pompeya…
Frecuenté todos y cada uno de ellos
durante muchos años con mi familia, la novia de turno, mis amigos. Eran
preciosos, con lujosas arañas con caireles, butacas comodísimas y amplios
vestíbulos decorados con muy buen gusto en los que se lucían señoras y
caballeros elegantes, que esperaban fumando y chismorreando que comenzará la
sesión.
En el Palacio de la Música se proyectó
–varios años después de estrenarse en los Estados Unidos- “Lo que el viento se
llevó”.
Las señoras hablaban y no paraban de Clark
Gable. Los caballeros, naturalmente, admiraron a Vivian Leigh. Los chicos nos
quedamos sin ver la película hasta unos años después porque no era apta para
menores, según la censura de la época.
Bajo dos banderas
También se cerró el cine Tívoli de la
calle Alcalá, donde yo vi mi primera película, de niño, con mi madre y mi tía
Mary: “Bajo dos banderas”, con Ronald Colman y Claudette Colbert. Igualmente
cerró sus puertas el Real Cinema de la plaza Isabel II, a dos paso del Palacio de
Oriente.
Antes habían caído el Colón y el Príncipe
Alfonso de la calle Génova, donde está la sede del Partido Popular español (en
el gobierno).
En el Príncipe Alfonso vi “Romanza de
amor”, con Grace Moore, que interpretaba, en una de las escenas, bordándolo, el
hermoso canto indio de amor “Siboney”, que es desde entonces una de mis
canciones favoritas.
El cine Bilbao estaba en la calle
Fuencarral, a dos pasos de mi colegio, al que también íbamos los sábados,
mañana y tarde. Pero los Maristas nos daban libre la tarde del jueves
¡Si habremos ido esas tardes, y otras
muchas al cine Bilbao!
En el corazón del castizo y simpático
barrio de Chamberí, en la calle Luchana, estaba el cine del mismo nombre, que
también frecuentamos. Ya, de muchachos universitarios, nos íbamos a la salida
del cine a tomar una copa en el bar Ranea, que estaba muy cerca.
La “razzia” alcanzó a cines de barrio como
el Lido, el Europa y el Cristal. Los tres en la calle Bravo Murillo.
Daban dos películas, el noticiario NODO y
un corto en color de dibujos –de animación, se dice ahora- de Walt Disney.
Los cines de barrio
Aquellos cines de barrio…, con su olor a
desinfectante Zotal y a brillantina, los vendedores de chocolatinas, bocadillos
de jamón y helados; las palomitas, como llamábamos al “popcorn” –copos de maíz-
norteamericano, parejas de novios en la última fila: “la fila de los mancos”…
El bar, llamado pretenciosamente ambigú,
estaba en el entresuelo. Había en él herniados divanes de un pálido color
granate y espejos nublados, en los que dejaron su huella varias generaciones de
moscas.
El cine tenía su encanto, su magia –de la
que se habla hoy tanto: la magia de la radio, la magia de la Internet, la magia
del “WhatsApp”…-.
El cinematógrafo, o el cinema, como decían
algunos afectadamente, fue una válvula de escape en tiempos difíciles, un breve
pero encantador viaje a otros mundos: mundos con melodía.
¿Qué mundo nos espera? Por lo pronto, un
mundo sin salas de cine, al menos en Madrid. Un mundo con más tecnología. ¿Un
mundo feliz?
(1) Juego de palabras basado en la novela
distópica “Un mundo feliz”, del escritor británico Aldous Huxley.
© José Luis Alvarez Fermosel
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