Argentina vuelve a recibir inmigrantes españoles. Ahora no vienen en la tercera clase de un barco, vestidos de pana, con una mano detrás y otra delante, ni se hospedan, nada más llegar, en el Hotel de Inmigrantes, entre otras razones porque el Hotel de Inmigrantes es ahora un museo.
Vienen en avión, vestidos con deportiva elegancia, se alojan en hostales de tres estrellas, o en casas de amigos o conocidos que les precedieron. Traen unos miles de euros que, al cambio en pesos, les alcanzan para tirar varios meses sin pasar estrecheces, hasta que se ubican, cosa que están haciendo rápidamente. Más que inmigrantes podría considerárselos como turistas que a lo mejor se quedan aquí un tiempo largo.
Son muchachos de entre 25 y 35 años –no suele venir ninguna chica- con buena cultura general, algunos universitarios, casi todos con buen inglés, que se alejan de España empujados por la crisis del euro y están formando en Buenos Aires grupos que desarrollan con fortuna actividades relacionadas con el cine, el teatro, la publicidad, la fotografía y otras artes.
Se presentan en “castings” para hacer papeles de modelos publicitarios, o de actores españoles en coproducciones cinematográficas hispano-argentinas. Casi siempre es elegido alguno del grupo. Les pagan muy bien, pues muchos films publicitarios se ruedan en países latinoamericanos, en los Estados Unidos o en España, y les costean el viaje, el alojamiento y los gastos diarios en dólares o en euros, amén de su retribución pactada por contrato, que suele ser sustanciosa.
Son simpáticos, laboriosos, tienen muy buena pinta, casi todos se echan una novia de trámite a las primeras de cambio, en seguida se compran un coche o una moto, viajan, se interesan enormemente por la idiosincrasia y la cultura del argentino, con quien se entienden muy pronto.
Conforman la otra cara de la moneda, al cabo de tantos años, acuñada por aquellas inmigraciones en oleada de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, que poblaron estas costas de españoles –casi todos procedentes de Galicia-, italianos del sur y polacos, fundamentalmente.
Casi toda aquella pobre gente –muchos se enriquecieron a fuerza de trabajar de sol a sol durante toda su vida, en tierra extraña- venían muertos de hambre, prematuramente envejecidos, presa de un profunda tristeza que no les abandonó jamás, ni siquiera cuando se se insertaron en una sociedad hospitalaria y generosa, como la argentina, y se ganaron la vida honradamente y con provecho.
La añoranza del terruño perdido les carcomió el alma, como un cáncer. Cuando al cabo de muchos años volvieron de turistas a sus pueblos de origen, nada era lo mismo; todo había cambiado: la novia se casó con otro, los padres murieron y, como dice Sabina, la taberna de las tertulias con sus amigos había sido reemplazada por una sucursal del Banco HispanoAmericano.
En cambio, estos chicos son alegres, deportivos, les consta que la globalización y la tecnología de punta los convierte en ciudadanos del mundo y que no necesitarán pasarse aquí la vida, ni trabajar hasta la extenuación para pasarlo bien e irse cuando quieran a donde les dé la gana, siempre con un duro en el bolsillo, cazadoras de piel de pecarí, camisas Oxford y “jeans” de firma.
Quizás alguno se quede y forme aquí una familia, después de todo.
Mientras tanto, aquí están, contrapunto simpático de una ciudad cosmopolita y variopinta, que les ofrece una variada y rica actividad cultural para disfrutarla o formar parte de ella.
Vienen en avión, vestidos con deportiva elegancia, se alojan en hostales de tres estrellas, o en casas de amigos o conocidos que les precedieron. Traen unos miles de euros que, al cambio en pesos, les alcanzan para tirar varios meses sin pasar estrecheces, hasta que se ubican, cosa que están haciendo rápidamente. Más que inmigrantes podría considerárselos como turistas que a lo mejor se quedan aquí un tiempo largo.
Son muchachos de entre 25 y 35 años –no suele venir ninguna chica- con buena cultura general, algunos universitarios, casi todos con buen inglés, que se alejan de España empujados por la crisis del euro y están formando en Buenos Aires grupos que desarrollan con fortuna actividades relacionadas con el cine, el teatro, la publicidad, la fotografía y otras artes.
Se presentan en “castings” para hacer papeles de modelos publicitarios, o de actores españoles en coproducciones cinematográficas hispano-argentinas. Casi siempre es elegido alguno del grupo. Les pagan muy bien, pues muchos films publicitarios se ruedan en países latinoamericanos, en los Estados Unidos o en España, y les costean el viaje, el alojamiento y los gastos diarios en dólares o en euros, amén de su retribución pactada por contrato, que suele ser sustanciosa.
Son simpáticos, laboriosos, tienen muy buena pinta, casi todos se echan una novia de trámite a las primeras de cambio, en seguida se compran un coche o una moto, viajan, se interesan enormemente por la idiosincrasia y la cultura del argentino, con quien se entienden muy pronto.
Conforman la otra cara de la moneda, al cabo de tantos años, acuñada por aquellas inmigraciones en oleada de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, que poblaron estas costas de españoles –casi todos procedentes de Galicia-, italianos del sur y polacos, fundamentalmente.
Casi toda aquella pobre gente –muchos se enriquecieron a fuerza de trabajar de sol a sol durante toda su vida, en tierra extraña- venían muertos de hambre, prematuramente envejecidos, presa de un profunda tristeza que no les abandonó jamás, ni siquiera cuando se se insertaron en una sociedad hospitalaria y generosa, como la argentina, y se ganaron la vida honradamente y con provecho.
La añoranza del terruño perdido les carcomió el alma, como un cáncer. Cuando al cabo de muchos años volvieron de turistas a sus pueblos de origen, nada era lo mismo; todo había cambiado: la novia se casó con otro, los padres murieron y, como dice Sabina, la taberna de las tertulias con sus amigos había sido reemplazada por una sucursal del Banco HispanoAmericano.
En cambio, estos chicos son alegres, deportivos, les consta que la globalización y la tecnología de punta los convierte en ciudadanos del mundo y que no necesitarán pasarse aquí la vida, ni trabajar hasta la extenuación para pasarlo bien e irse cuando quieran a donde les dé la gana, siempre con un duro en el bolsillo, cazadoras de piel de pecarí, camisas Oxford y “jeans” de firma.
Quizás alguno se quede y forme aquí una familia, después de todo.
Mientras tanto, aquí están, contrapunto simpático de una ciudad cosmopolita y variopinta, que les ofrece una variada y rica actividad cultural para disfrutarla o formar parte de ella.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Lo tengo en mis pensamientos, pero estoy entre argentina o méxico, si no me pillo una erasmus a francia, claro, aunque creo que no encajaría mucho en el perfil de tus jóvenes, eso sí, me gustaría tirar para el cine como técnico en alguna cosa... eso sí, no sé si me reconocerían como español, lo digo por mi acento andaluz, aunque soy ceceante... jeje
Un saludo! :)
¡A la Argentina, Manué, a la Argentina, no lo dudes! Aquí serás bien recibido y lo más raro que te pasará es que te llamen gallego siendo andaluz. En México, si no eres un puritito mexicano te expones a que te llamen gachupín. Pero no me hagas caso, ve a donde quieras. México es un país hermoso. Eso sí, tenme al tanto. Buena suerte y un abrazo.
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