Murió el actor Juan
Carlos Calabró en Buenos Aires, a los 79 años. Recientemente se le había
premiado con un Martín Fierro.
Solía verle en los
viejos tiempos de la cantina “Il Vero Fechoría”, del gallego Pepe Alberte,
adonde íbamos todos. Siempre le acompañaba Coca, su mujer.
Seguí con interés su
brillante carrera, que supo conciliar perfectamente con su vida familiar.
Era muy buen actor,
muy dúctil, muy completo y un excelente caricato. Una de sus mejores creaciones
fue “El Contra”, personaje por el cual seguía recordándosele hasta el día de
hoy.
Era un hombre serio,
en toda la extensión de la palabra y en la mejor de sus acepciones, lo cual no
quiere decir que no tuviera gracia, que no se riera.
Era también un
hombre bueno, a quien todo el mundo respetaba y quería en un ambiente como el
artístico plagado de resentimientos, envidias y traiciones.
El estuvo por encima
de todo y cosechó tantos aplausos y premios como amigos, como le pasa a todo buen artista que es a la vez una bella
persona.
Se nos está yendo
gente de primera, muy valiosa, gente de otra época, cuyo lugar no es ocupado
por nadie, hoy en día.
Entonamos este réquiem
de urgencia por Juan Carlos Calabró con tristeza. Aunque no frecuenté su trato,
le sentí amigo, con ese sentimiento que inspiran los actores cuando te hacen
pasar buenos ratos desde el teatro, el cine y la televisión y además sabes que
son impecables en su vida privada.
Siempre le
admiramos, como artista y como ser humano.
Nos queda su
recuerdo y su ejemplo, que todo artista debería seguir.
Un detalle: nunca
dijo una mala palabra ni cometió una grosería en escena, como es práctica común
ahora, en el medio siglo que duró una carrera constelada de éxitos que no se le
subieron a la cabeza, como también es de rigor.
© José Luis Alvarez Fermosel
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