Hace 60 años “Casablanca”, candidata a ocho premios Oscar, recibía tres de las
preciadas estatuillas y se convertía en un clásico que nunca dejará de serlo.
Pocas películas fueron tan vistas y tan aclamadas
desde su estreno en el teatro Hollywood de Nueva York, el 16 de noviembre de
1942.
¿Por qué perduró su encanto, resistiendo el paso de
las décadas hasta convertirse en mito?
No faltan las respuestas, entre ellas la que se apoya
en el carisma intemporal del film; el guión, hecho a saltos de cigarra pero que
al final resultó; el estupendo reparto y el mensaje cargado de emoción, capaz
de conmover al público de cualquier edad y cualquier época.
La vimos por primera vez –de chicos- en el cine
Cristal de Madrid, cerca de la glorieta de Cuatro Caminos, muchos años después
de su estreno. Desde entonces no hemos dejado de verla, pues se reestrena cada
tanto. Además, la tenemos en DVD, naturalmente. La veremos por enésima vez cualquier
día de estos, más vigente que nunca.
Todos guardamos los datos en nuestros archivos y en nuestras
memorias. Recordemos algunos, sin embargo.
Ganó tres Oscar: a la mejor película, al mejor
director y al mejor guión adaptado. Fue producida por la Warner Bros. Su productor
ejecutivo fue Hale Wallis. La dirigió Michel Curtiz, un húngaro emigrado que se
llamaba en realidad Mijail Kertes. El guión se debió a Julius J. y Phillip G.
Epstein y Howard Koch, la música a Max Steiner y la fotografía a Arthur Edeson.
Dooley Wilson cantaba “Según pasan los años”, esa inolvidable melodía que hoy
parece insustituible. El narrador fue Lou Marcello y la cinta, como se decía
entonces, dura 102 minutos.
El elenco merece párrafo aparte
El elenco merece párrafo aparte. Los protagonistas
fueron Ingrid Bergman, en el apogeo de su primera etapa americana, después de
sus triunfos en Europa, y Humphrey Bogart, el duro “Bogey”, que sigue vivo, mas
no como un frío ejercicio para memoriosos, sino como la obsesiva imagen de la
hombría, el retrato por de más viril de una figura irrepetible en la que
convergieron los elementos más dispares, que se ensamblaron sin un chirrido.
Bogart no fue sólo un astro, sino un hombre valiente, un tipo singular que vivió y
murió con arreglo a sus propios códigos. “Era un héroe de Hemingway en carne
viva”. La definición de Joe Hymas, uno de sus mejores biógrafos, es exacta.
“Bogey” conformó un modelo de hombre cuya cualidad más definida fue tal vez la
lucidez, sublimada hasta la amargura.
Volviendo al reparto, no podemos dejarnos en el
tintero los nombres de Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt, Peter Lorre y
Sidney Greenstreet. Casi todos ellos trabajaron después con Humphrey Bogart en
otras películas que pasaron sin pena ni gloria.
La película es ciertamente algo más que una historia
de amor frustrado, enmarcada en un melodrama patriótico que incluye el
desarrollo de aventuras cosmopolitas en los años cuarenta -en plena Segunda
Guerra Mundial-, en un Marruecos de “boîtes de nuit”, complots y convenciones.
Exalta cualidades como el valor, el amor, el patriotismo, el espíritu de sacrificio
y la lealtad.
Todo el mundo vio “Casablanca”, así como todo el mundo
iba al “Café Americain” de Rick.
Quizás quede alguno de los más jóvenes que no la haya
visto aún y aproveche ahora, a los 60 años de haber recibido tres Oscar, para
verla y para entender que, como dijo Jorge Auditore, los altibajos de su
filmación y el surgimiento de la idea -¡ni qué hablar de la elección de los
actores!-, constituyen en sí mismos una historia tan fascinante como la de sus
personajes: seres entrañables que se mueven entre el amor y la lealtad.
© José Luis Alvarez Fermosel
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