Pues buena es la docena del fraile, que
tiene 13 huevos.
Este refrán se usa para señalar todo
aquello que no es perfecto, o para ser más precisos, lo que es malo o está mal,
significa un abuso o deja algo que desear.
Un fraile de la orden de los Mendicantes
entró un día en una huevería de un pueblo de España y pidió una docena de
huevos; pero lo hizo a su aire, o sea, media docena (seis) para el prior, un
tercio de docena (cuatro) para el encargado del refectorio y un cuarto de
docena (tres) para él. Total: trece.
Los ingleses tienen su “baker’s dozen”, la
docena del panadero o la “devil’s dozen”, la docena del diablo.
Gordos, jocundos,
lustrosos…
En España hubo hace siglos frailes y monjes
muy dados a los placeres del mundo y de la carne.
Había unos, gordos, jocundos, de lustrosos
mofletes, comilones y bebedores a los que se llamaba bigardos
Los bigardos fueron monjes herejes de la
orden de San Francisco, es decir, franciscanos. A su cabeza estuvo un tal Pedro
Juan, que parece ser que se las traía.
Esta orden bigarda se extendió a Francia,
aposentándose entre Toulouse y Narbonne.
Vivían con mucha más libertad de lo que
era común en esos tiempos. Y comían y bebían… ¡liberalmente!, de modo que
estaban todos tan rollizos, lucidos y sonrosados que daba gusto verlos.
De las historias que se contaban sobre
estos bigardos se surtió Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, destacada figura
literaria de la poesía castellana, para escribir la obra más importante de su
época (siglo XIV), El libro del Buen Amor.
Los viajeros de Vitoria
Otro refrán sostiene Líbreme
Dios del aire colado y del fraile colorado.
El fraile colorado es el clásico zampabollos,
más afecto a la mesa que a la misa, enredador y bailón.
En toda Guipúzcoa es muy conocida la historia de dos de esos frailes que
iban discutiendo por un camino vecinal y se toparon con un molinero al que
preguntaron:
- ¿Cuánto tardaría una piedra tirada desde
la luna en llegar a la tierra?
- Una piedra, no sé; pero si a las once y
media se lanzase a un fraile de la luna a la tierra, a las doce ya estaría
sentado a la mesa, poniéndose la servilleta –contestó el interpelado.
Recuérdese aquel artículo, magistral como
todos los suyos, de Mariano José de Larra: Nadie pase sin hablar al portero
o los viajeros de Vitoria.
Unos sanos y bien portados frailes ofician
de aduaneros por su cuenta y riesgo y detienen en Vitoria, capital de Alava -otra
de las tres provincias vascongadas-, un carruaje que viene de Francia con dos
viajeros, uno español y el otro francés.
- ¡Ah!, una partida de relojes; a ver…
London… ése será el nombre del fabricante. ¿Qué es esto? –barbota
uno de los frailes.
- Relojes para un amigo relojero que tengo
en Madrid.
- ¡De comiso! –dijo el
padre, y al decir de comiso, cada circunstante cogió un reloj, y metióselo en
la faltriquera. Es fama que hubo alguno que adelantó la hora del suyo para que
llegara más pronto la del refectorio.
Oh, frailes, oh, costumbres…
© José Luis Alvarez Fermosel
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