Pues señor, había una vez, allá por los
tiempos de María Castaña, un matrimonio rico y mal avenido.
El marido planeó en una oportunidad, a
pesar de que tanto él como su mujer gozaban de buena salud, encargar las
lápidas de las tumbas de los dos antes de que abandonaran este valle de
lágrimas.
Su mujer no se opuso y el trabajo se
encargó y se puso en marcha.
En la losa correspondiente a su mujer, el
marido hizo grabar el siguiente epitafio: “Aquí yace Fulana de Tal, por fin
fría”.
La esposa mandó a su vez a los operarios
tallar en la lápida de su marido: “Aquí yace Mengano de Cual, al fin rígido”.
© J. L. A. F.
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