Juanito era como de la familia. Eficiente, honrado a carta cabal, de una fidelidad a prueba de bomba, unía a sus muchas virtudes la de no tomarse nunca más confianza de la que se le daba.
Poco después de las diez de la noche salíamos del Majestic y enseguida llegábamos a Pimms, cerca de la Bolsa de Comercio. Pimms es un restaurante pequeño, muy bien puesto, con una reducida carta basada en la pasta y en la carne, pero con especialidades propias, como la sopa de pescado y el bacalao de la casa, que es delicioso.
Nos sentamos lejos de la puerta y encargamos unos vermús con ginebra y unas aceitunas verdes, para abrir boca. Juanito, con la soltura de un “boulevardier”, extrajo una delgada pitillera de plata de un bolsillo interior del bien cortado traje con el que había reemplazado el esmóquin de trabajo, y me ofreció un cigarrillo.
- No, gracias –le dije
- ¿Sigue fumando clavo negro de Java?
- No, Juanito, dejé de fumar.
- Claro, el deporte…
- No, no fue por eso.
- De cualquier manera, lo bien que hizo. Yo todavía no he podido dejarlo. Así toso como un perro, por las mañanas.
Juanito me contó que cuando se quedó… anclado en París –como en el tango-, y apenas sin dinero, decidió regresar a España. Al cruzar la frontera se fue directamenter al casino de San Sebastián y se jugó el poco dinero que llevaba a la ruleta. Ganó y probó fortuna después en la mesa de punto y banca, donde volvió a ganar, esta vez una respetable cantidad que le permitió entrar en Badajoz, su ciudad natal, por la puerta grande.
Se dedicó a hacer vida de familia durante unos días hasta que un amigo afincado en Oporto, que llegó de vacaciones, le dijo que el Majestic estaba buscando un “maître” con idiomas. Juanito hablaba muy bien francés y portugués y se defendía en inglés. De modo que sin pensarlo dos veces cruzó otra frontera y en poco más de una semana estaba trabajando en el Majestic.
Hablamos de mi tío y del resto de la familia, de lo cara que estaba la vida, menos en Portugal, como siempre, y de algunos otros asuntos más o menos triviales.
Hasta que no nos trajeron el “vinho verde” no me habló Juanito de la historia que, según él, había dado la vuelta a Oporto.
- ¿No sabe usted nada? – me preguntó.
- ¿Acerca de qué?
- Del “affaire” Portela.
- No, no sé nada.
- Como viene usted con frecuencia a Oporto y aquí lo sabe todo el mundo, yo pensé que…
- Pues no, no sé una palabra de ese… “affaire”, que adivino que estás deseando contarme.
Acababan de traer el traer el vino. Teníamos tiempo de sobra, así que me acomodé en mi silla y me dispuse a escuchar a Juanito.
©Jose Luis Alvarez Fermosel
(Sigue)
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