Napoleón dijo que la música era el menos desagradable de los ruidos. Cabría impugnar esa “boutade”, con el mismo lenguaje cuartelario, recordando el dicho según el cual la música amansa a las fieras.
En otro orden de pensamiento y de lenguaje, y de acuerdo con nuestro criterio de apreciación artística, la música es la más feérica de las Bellas Artes, la que más y mejor nos transporta a gloriosos paraísos y nos permite permanecer en ellos durante más tiempo.
Se me ocurrió esta reflexión después de escuchar el otro día los Etudes-tableaux del músico ruso Serguei Rachmaninov, que son, como supo ver el notable escritor chileno Jorge Edwards, comentarios musicales de cuadros que le gustaron al compositor.
Ya se sabe, por otra parte, que la música es terapéutica, en mil y un sentidos. Y que, como dijo el poeta estadounidense T. S. Eliot, se es la música mientras la música dura.
La nota (relacionada) del diario El País de Madrid, que firma Daniel Verdú, revela detalles de extraordinario interés acerca de la memoria musical que se aloja en distintos lugares del cerebro. Según los expertos, esa memoria funciona como unos raíles de ferrocarril en los que es posible cambiar el ritmo y la velocidad, pero no el camino.
© J. L. A. F.
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