Voy
a comprar champú y crema de enjuague a una pefumería enclavada en el tramo de
la calle de Fuencarral comprendido entre la glorieta de Bilbao –donde está el
café Comercial- y la Red de San Luis, en la Gran Vía.
-
Acondicionador, me corrige amablemente una empleada morena y gordita.
-
Y añade, con una sonrisa: Argentino, ¿verdad?
Le
digo que no y le explico parte de mi historia argentina: los muchos años que
llevo viviendo en Buenos Aires, el poco tiempo –no más de un mes y medio, por
lo general- que paso en Madrid cada vez que vengo, pues aprovecho para hacerme
una escapada a París, o a Londres, o en otras ocasiones a Roma, o a Lisboa;
también le hago saber que tengo una gran
facilidad para que se me peguen los acentos; y nos reimos los dos cuando le digo
que en Argentina me dicen que parece mentira que después de vivir allí tantos
años siga hablando como un “gayego” que acabara de llegar en el barco Cabo San
Roque, y en España me toman por argentino, uruguayo o colombiano.
Días
después caigo en el Museo del Jamón –en la sucursal que está en la Carrera de
San Jerónimo, cerca de Lhardy y del Congreso de los Diputados- y pido un cuarto
de kilo de jamón crudo.
-
¿Cómo!, se asombra el dependiente.
-
¡Perdón!, he querido decir jamón…ibérico, si es posible.
(En
Argentina se le llama crudo para distinguirlo del cocido, o jamón de York, que
se consume más.)
Tarta de zanahoria
Otro
día estaba con mi hija, María Soledad, y mi mujer, Maite, en el Café de Ruiz,
en el corazón del barrio de Malasaña, el de la gran movida cultural y social de
los años 80. Ahora parece que empieza otra.
-
Una torta de zanahoria (foto), pido para María Soledad.
-
¿Torta o tarta?
-
Tarta, discúlpeme.
(Torta
se dice en Argentina, tarta en España.)
Pero
quizá lo más gracioso sea lo de Maite, que andaba por la sección de venta de
ropa para señoras del Corte Inglés –el que está en la calle de Preciados-
diciendo coger por aquí y coger por allí, y yo detrás de ella, corrigiéndola,
hasta que se volvió hacía mí con una sonrisa y me recordó que estábamos en
Madrid, donde coger significa exclusivamente asir, tomar, agarrar.
Estos
divertidos “quid pro quo” son lógicos cuando uno va a un país cargando con los
modismos de otro, lo cual no es óbice para que se entiendan si los dos hablan
el mismo idioma.
Gastronomía de crisis
Algunas
curiosidades de tipo gastronómico.
En
otros viajes tuve oportunidad de probar la pizza española, que es bastante mala,
así que esta vez no insistí en la degustación, pero observé que ya la preparan
en todas partes, en competencia con la clásica tortilla de patatas. Debe costar
muy poco, como es natural en tiempos de crisis. Quizás ahora la preparen mejor.
La
gastronomía ha caído mucho en España, como todo. Volviendo a la tortilla de
patatas, ya no es lo que era; sale con las patatas cocidas en trozos grandes,
con poco huevo. Eso sí, la de la tasca de Mariola, en El Boalo, en plena sierra
de Guadarrama, es riquísima, como que está hecha a la vieja usanza.
En
muchos lugares sirven el vino tinto frío, el bueno también. ¡Lo guardan en la
nevera!
Cada
vez cortan el fiambre en lonchas más finas. Así dura más. La crisis, otra vez.
Cambios
El
pan con tomate (“pa amb tomáquet” en catalán) es un condumio propio de las cocinas catalana, valenciana, balear,
aragonesa y andaluza, similar a la “bruschetta al pomodoro” italiana.
Se
hace frotando tomate crudo y maduro en pan, preferiblemente pan de “pagés” o
payés (campesino catalán), tostado o no, impregnado con ajo y rociado con un
hilo de aceite de oliva.
Con
él se preparan deliciosos bocadillos o “bocatas”(“sandwiches” en Argentina) de
jamón, chorizo, tortilla de patatas, quesos y salazones.
Pues
bien, ahora lo han reducido a pequeños trozos de pan de campo, ligeramente
tostados y con un poco de tomate rallado por encima, que se sirven acompañando
a los fiambres.
La
fabada ya no lleva el chorizo y la morcilla que corresponden a un plato típico
asturiano ideal para combatir el frío del invierno.
Pero
aunque un tanto modificadas, estas “delikatessen” un poco rústicas siguen pareciéndonos
exquisiteces a los españoles de cierta edad, en comparación con lo que hemos
tenido que comer en épocas lejanas de infauste memoria.
©
José Luis Alvarez Fermosel
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