domingo, 15 de diciembre de 2013

Para leer en domingo



Para leer en domingo. Podría ser el título de un nuevo rubro para este blog, u otro conjunto de escritos –pequeños ensayos, tal vez-.
De cualquier modo, hay, o yo creo que hay –digamos, mejor- lecturas especiales para el domingo: un día tan traidor como el escorpión. Apenas comienza el crepúsculo vespertino te clava su aguijón y te inocula el síndrome del domingo por la tarde, que ha causado tantas víctimas.
El domingo hay que leer humor, cuanto más intenso, cuanto más disparatado, mejor. Por  ejemplo: Pierre Daninos, Mark Twain, Chesterton, Wodehouse. ¿Y por qué no Groucho Marx, O´Henry, Borges, Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela…?
A mí el domingo pasado me fue muy bien releyendo el Sartor Resartus de Carlyle, de quien Borges –ya que le hemos citado- dijo que “(…) escribió proféticamente, en pleno siglo diecinueve, que la democracia es el caos previsto de urnas electorales y aconsejó la conversión de las estatuas de bronce en útiles bañeras de bronce”.
Leí por primera vez a Thomas Carlyle en inglés -su idioma- en Londres. La edición de Corregidor de Sartor que tengo ahora está impecablemente prologada, acotada y traducida por Enrique L. Revol. (¡Al fin, un buen traductor!)
Este domingo me dispongo a regocijarme con Del asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey: una edición de Nueva Caledonia Editora, prologado nada menos que por André Breton y aceptablemente traducido por Diego Ruiz.
En general, los raros individuos que provocaron mi desagrado en este mundo eran personas florecientes y de renombre. En cuanto a los pillastres que conocí, y no son pocos, pienso en todos ellos sin excepción, con placer y cariño.

Capacidad crítica

Eso dijo De Quincey, un escritor inglés enjuto y sufrido, con una enorme capacidad crítica; de la literatura inglesa de su época y de la sociedad en general.
De vasta cultura de fundamento grecolatino pasó por el periodismo como otros, como casi todos; llegó a ser editor de The Westmoreland Gazette.
(¡Qué vidriera tan deseada, en la que se instalaron y aun se autoadmiraron tantos es el periodismo, o mejor dicho, el columnismo!)
Bien. Sigamos con Thomas de Quincey, un autor excepcionalmente original para su época (el Romanticismo). Estuvo influido por Allan Poe y Baudelaire. Este último le consideraba más merecedor que cualquiera de la singularización de humorista con todas las de la ley.
Quizás ésta sea la clave de la obra de Thomas de Quincey, un excelente escritor de pluma buída que despreció por sistema las reputaciones establecidas.
Su camino no estuvo precisamente alfombrado de rosas, pero no fue un resentido. Al contrario: quizás nadie mejor que él se haya compadecido tan profundamente del sufrimiento humano.
Conservó hasta el fin de sus días la hermosa costumbre de bromear en medio del dolor.  
El asesinato considerado como una de las bellas artes es una de sus obras más leídas y celebradas. Contiene punzantes reflexiones sobre el que considera arte de hacer pasar a mejor vida al prójimo.
Evita cuidadosamente caer en la vulgaridad, el peor de los crímenes para De Quincey.

© José Luis Alvarez Fermosel

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