Para
leer en domingo. Podría ser el título de un nuevo rubro para este blog, u otro
conjunto de escritos –pequeños ensayos, tal vez-.
De
cualquier modo, hay, o yo creo que hay –digamos, mejor- lecturas especiales
para el domingo: un día tan traidor como el escorpión. Apenas comienza el
crepúsculo vespertino te clava su aguijón y te inocula el síndrome del domingo
por la tarde, que ha causado tantas víctimas.
El
domingo hay que leer humor, cuanto más intenso, cuanto más disparatado, mejor. Por
ejemplo: Pierre Daninos, Mark Twain,
Chesterton, Wodehouse. ¿Y por qué no Groucho Marx, O´Henry, Borges, Wenceslao
Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela…?
A
mí el domingo pasado me fue muy bien releyendo el Sartor Resartus de Carlyle, de quien Borges –ya que le hemos
citado- dijo que “(…) escribió
proféticamente, en pleno siglo diecinueve, que la democracia es el caos
previsto de urnas electorales y aconsejó la conversión de las estatuas de
bronce en útiles bañeras de bronce”.
Leí
por primera vez a Thomas Carlyle en inglés -su idioma- en Londres. La edición
de Corregidor de Sartor que tengo
ahora está impecablemente prologada, acotada y traducida por Enrique L. Revol.
(¡Al fin, un buen traductor!)
Este
domingo me dispongo a regocijarme con Del
asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey: una edición de Nueva Caledonia Editora,
prologado nada menos que por André Breton y aceptablemente traducido por Diego
Ruiz.
En general, los raros
individuos que provocaron mi desagrado en este mundo eran personas florecientes
y de renombre. En cuanto a los pillastres que conocí, y no son pocos, pienso en
todos ellos sin excepción, con placer y cariño.
Capacidad
crítica
Eso
dijo De Quincey, un escritor inglés enjuto y sufrido, con una enorme capacidad
crítica; de la literatura inglesa de su época y de la sociedad en general.
De
vasta cultura de fundamento grecolatino pasó por el periodismo como otros, como
casi todos; llegó a ser editor de The
Westmoreland Gazette.
(¡Qué
vidriera tan deseada, en la que se instalaron y aun se autoadmiraron tantos es el
periodismo, o mejor dicho, el columnismo!)
Bien.
Sigamos con Thomas de Quincey, un autor excepcionalmente original para su época
(el Romanticismo). Estuvo influido por Allan Poe y Baudelaire. Este último le
consideraba más merecedor que cualquiera de la singularización de humorista con
todas las de la ley.
Quizás
ésta sea la clave de la obra de Thomas de Quincey, un excelente escritor de
pluma buída que despreció por sistema las reputaciones establecidas.
Su
camino no estuvo precisamente alfombrado de rosas, pero no fue un resentido. Al
contrario: quizás nadie mejor que él se haya compadecido tan profundamente del
sufrimiento humano.
Conservó
hasta el fin de sus días la hermosa costumbre de bromear en medio del dolor.
El asesinato considerado como
una de las bellas artes es
una de sus obras más leídas y celebradas. Contiene punzantes reflexiones sobre el
que considera arte de hacer pasar a mejor vida al prójimo.
Evita
cuidadosamente caer en la vulgaridad, el peor de los crímenes para De Quincey.
© José Luis Alvarez Fermosel
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