Encuentro unos cuantos libros en un rincón
de la biblioteca que creía que se habían perdido en la mundanza.
Casi todos son novelas y relatos
policiales, de aventuras y alguno que otro de espionaje, escritos por Bret
Harte, Hermann Melville, Jack London y otros más cerca en el tiempo, como Graham
Greene, Simenon, Larry Collins, John Le Carré…
Abro algunos, los hojeo y encuentro anotaciones
hechas por mí en los márgenes la última vez que los leí.
Son correcciones a errores de traducción,
o lisa y llanamente a malas traducciones. Vaya el primer ejemplo: Sus
palabras estaban diseñadas para comunicar valor a sus mariscales… Quizás
hubiera sido mejor decir: Sus palabras estaban destinadas a infundir valor a
sus mariscales.
En otro libro se lee: Viejo Oporto
rancio por vino de Oporto añejo.
Abundan las cacofonías y los hiatos, como
pequeña peña o una enmarañada tela de araña. Choque de eñes.
Y palabras, expresiones y nombres
extranjeros mal escritos, como “leit motif” por “leit
motiv”, y Van Dike. El verdadero apellido del gran pintor
flamenco es Van Dyck –que, entre paréntesis, creó la moda que se conserva hasta
ahora de usar bigote y perilla, o “chivita”, en vez de barba completa-.
Un ingeniero eléctrico es en
realidad un ingeniero electrónico, alférez no es un título, sino un
grado militar y un desagüe no se emboza, sino que se atasca, se atranca,
se tapa o se obstruye.
Confesión
Confesionario y no confesonario.
El agente estaba detrás mío. Se
dice el agente estaba detrás de mí.
Con
los dientes, descorchó una botella de Chambolle Mussigny. ¡Dios
mío, qué dentadura!
Maquillista para mí es maquillador. Pero vaya uno a
saber si la Real Academia Española, que tanto y tan bien contribuye a la
confusión general, habrá adoptado ese término.
Como siempre, casi todos los traductores
de novelas policíacas, por no decir todos confunden revólver con pistola –¡qué increible!-
y degradan a Maigret llamándole inspector,
cuando es comisario
Hay traductores muy buenos, como Josefina
Delgado, Giménez Jr., Julio Gómez de la Serna, Torrente Malvido, López Pacheco,
Fernández de Castro, Sánchez Dragó, Ernest Jordá…
Otros, en cambio, son bastante chapuceros,
perdón. Lo más raro es que, al parecer, cuando terminan sus traducciones nadie
les echa un vistazo final para ver si hay algún error. Dan por sentado que todo
ha de estar bien. Y hacen mal, porque ya se sabe que errar es humano.
Escribir bien no es difícil, ni fácil. Sencillamente,
hay que saber. Hoy en día se escribe mucho y muy mal.
Habría que quedarse más tiempo en casa,
leyendo, estudiando y aprendiendo. Ya lo dijo Pascal: “La mayoría de los
problemas que se les plantean a los hombres es por no quedarse solos y tranquilos
en sus casas”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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