Mi prima Elizabeth Francis Varangot de
Sánchez Carvajales, en nombre y representación de su marido y primo mío,
Antonio Sánchez Carvajales y en el suyo propio, me hace entrega del libro “Los
porqués de Madrid”, de mi compatriota y colega María Isabel Gea Ortigas. Un
hermoso regalo que agradezco mucho.
Correspondo entregándole dos ejemplares de
mi libro “¡A comer con gusto! con El
Caballero Español” (recetas de cocina, alguna nota autobiográfica,
personalidades, anécdotas…): uno para ella y otro para Antonio, que no ha
podido venir esta vez a Buenos Aires.
Elizabeth pinta, casi siempre retratos.
Cuadros con mucha personalidad, gran fuerza expresiva y un toque “naïf” apenas
perceptible; un poco “picassianos” –al menos para mí-, también.
Ella, Maite y yo hablamos de historia, libros
y temas de la vida cotidiana en el Tortoni, uno de los cafés más prestigiosos y
nombrados de la ciudad.
Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y
Alfonsina Storni reflejan una luz anaranjada que no humaniza su hieratismo de
estatuas de cera.
Las “happy hours” del Tortoni tienen un
regusto al gin canalla de los poetas baudelerianos. Estamos en un ángulo del
salón al que llega el ruido del entrechocar de platos y vasos de la cocina. Se
anima la tarde y el café resplandece, mientras en la Avenida de Mayo arrecia el
tránsito.
Se habla de la extraordinaria oferta
cultural de Buenos Aires, constelada de librerías, teatros y cafés notables
como el Tortoni, que con sus 156 años es el más antiguo en actividad de la
capital.
El público argentino es el más cálido y
afectuoso del mundo. Aquí da gusto ser artista.
Alguien que recién llega de la calle dice
cerca de nosotros que parece que va a llover. Cobrarían entonces actualidad,
una vez más, los versos de Baldomero Fernández Moreno:
A pesar
de la lluvia yo he salido
a tomar
un café. Estoy sentado
bajo el
toldo tirante y empapado
de este
viejo Tortoni conocido.
© José Luis Alvarez Fermosel
No hay comentarios:
Publicar un comentario