Una posada no es un albergue,
ni un hostal, ni una pensión.
Algunas esconden entre sus
cuatro paredes negros secretos y camas con baldaquino de las que hay que
guardarse.
La Posada de Jamaica era
siniestra, pero no por ella en sí, sino por sus moradores: contrabandistas y
ladrones que expoliaban navíos en la costa inglesa de Cornwall. Ese era el
argumento de una apasionante novela de Daphne du Maurier: La Posada de Jamaica.
Alfred Hitchcock hizo una
película en 1939, basada en la novela y con el mismo título. Charles Laughton y Maureen O’Hara la protagonizaron.
Otra posada inquietante era
la del Almirante Benbow, de otra novela: La
isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, que hizo las delicias de
nuestra niñez. Albergaba ruda gente de mar y algún pirata, como el viejo Billy
Bones.
¿Quién copió a quién?
Pero quizás la peor de todas
fuera la del cuento La Posada de las dos
brujas (publicado en 1913), de
Joseph Conrad (1857–1924), que tiene una marcada coincidencia en su argumento
con el relato de Wilkie Collins (1824-1889), Una cama terriblemente extraña
(publicado en 1852): el arma
mortal es el baldaquino que hay sobre ella.
¿Quién copió a quién? Según la opinión más generalizada, teniendo
en cuenta las fechas, Conrad copió a Collins.
No todas las posadas tienen
una oscura historia. La Posada del Peine, que quizás haya sido de las más
inocuas, abrió sus puertas allá por 1610, a unos metros de la Plaza Mayor de Madrid
y hoy es un hotel de lujo, con Wi Fi y todo.
Hay una Posada de la Lechuza
en la provincia argentina de Entre Ríos, que a pesar de que su nombre despierte
algún recelo a espíritus apocados, no ha registrado hasta ahora acontecimiento
extraño alguno. Antes bien, todos los que han estado en ella hablan y no acaban
de sus muchas cosas buenas.
Recuerdo una posada en Dublin,
en la que gané una noche una respetable cantidad de dinero en una partida de
póquer que se prolongó hasta cerca del amanecer.
Una obra de misericordia es
dar posada al peregrino.
Ilustración:
Cuadro del pintor español
Leonardo Alenza
© José Luis Alvarez Fermosel
No hay comentarios:
Publicar un comentario