Pocas veces, por no decir ninguna, se
cumple este propósito, siempre formulado con las mejores intenciones.
Vaya uno a saber si sería mejor empezar a
llevar una vida nueva a partir del primero de enero, o seguir con la vida de
siempre.
Lo que sí estaría bien sería que
cambiáramos un poco; al menos nuestra manera de ser, en el sentido de potenciar
nuestras virtudes, y, por qué no, adquirir alguna más; y sacarnos de encima
algún defecto de los que más molestan al prójimo, como la soberbia, por poner
un solo ejemplo.
Tampoco estaría mal entender de una vez
por todas que, como dijo Aristóteles y luego repitió el general Perón hasta el
cansancio, la única verdad es la realidad.
La realidad no es como nosotros queremos
que sea. Mucha gente –más de lo que sería deseable- es incapaz de ver la
realidad circundante. Otros no la quieren ver y se fabrican la suya.
Llevado al extremo ésto se convierte en
una enfermedad que le afecta a uno y a los que le rodean. Pagan justos por
pecadores.
Traigo a colación unas líneas de
“Cosmopolitans”, de Somerset Maugham (ilustración), que me parecen adecuadas
para estas fechas:
Sonó el teléfono. Simpson sonrió
- ¿Qué le pasa?
- Siempre espero una llamada. Una llamada
que nos enfrente con la verdad y nos haga ser más buenos y más sinceros, a
costa de lo que sea.
Ojalá que recibamos nosotros una llamada
igual, que dé ese resultado, en alguna parte de este año que no empieza de la
mejor manera.
Recuerdo una frase que solía decir mi
abuela: “Los gitanos no quieren buenos principios”.
Es que lo que empieza mal a veces termina
bien; o se convierte en bueno apenas el comienzo de lo que sea va diluyéndose,
como en las novelas, hasta llegar al núcleo y de ahí a un final feliz.
Caricatura de David Low
© José Luis Alvarez Fermosel
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