En la taberna del Pez Espada cantaba La
Ruiseñora, mientras que a La Lirio, de tanto sufrir (de amor, claro) se le
ponían las sienes “moraítas” de martirio.
La otra se presentaba ante el sargento
Ramírez (supuestamente de la Guardia Civil) y le pedía que le pusiera las
esposas; que cumpliera con su deber antes de que ella se cargara a su amante
infiel –naturalmente, de una puñalada al corazón-.
Aquél ya estaba en chirona y cantaba,
mirando un lejano horizonte ambarino por entre las rejas del ventanuco de su
celda:
“Mejor quisiera estar muerto,
mejor quisiera estar muerto,
que preso pá toa la vía
en este penal del puerto,
puerto de Santa María”
Un barquito de vela entraba en la bahía,
deslizándose lentamente por el plano mar
azul.
La niña de la estación aguardaba a su
novio, que se fue y no volvió jamás; pero ella le esperaba todos los días.
La vecinita de enfrente…Todos aseguraban que
iba a quedarse soltera. Se casó por fin a los treinta años con un señor de
cincuenta que decían que era magistrado.
“La otra” se quejaba:
“Yo soy la otra, la otra,
que a nada tiene derecho,
por no llevar un anillo
con una fecha por dentro”.
No se sabía de donde era La Parrala, si de
Moguer o de La Palma; ni si le gustaba el vino, el aguardiente o el marrasquino.
El caso es que si no bebía no podía cantar. Les ha pasado a varios.
La Mariana se iba a Sevilla con su
cuchilla.
Almudena vendía violetas, una tarde de
otoño, en la Plaza de Oriente; y se enamoraba de un duque que la vio pasar
desde su berlina.
(Hay que haberlo visto para sentir esa
emoción tan intensa, que no puede expresarse con palabras y que uno continúa
sintiendo con abrumadora frecuencia desde… la otra orilla: una hermosa joven
madrileña vendiendo violetas, con su pañuelo blanco a la cabeza y su cesta al
brazo con las flores, a la caída de la tarde, en la Plaza de Oriente…)
La divisa de la ganadera salmantina era verde
y oro.
La Zarzamora lloraba por todos los rincones.
¿Quién sería La Petenera?
Estaba también Rosa de Madrid: la mocita
más juncal y más hermosa; la flor de Chamberí, la flor de Chamberí…
Y Flor de té, sin cuyo amor aquel hombre
no podía vivir.
¡Tabaco y cerillas…!
Aquella tenía un novio cajista de
imprenta… que a veces se propasaba, “¡el muy ladrón!”. La otra pregonaba con
voz de azúcar, canela y clavo: “¡Tabaco y cerillas…!”
Eran todas mujeres de rompe y rasga,
protagonistas de coplas: un legado de gran riqueza, a la altura de los mejores
romanceros del mundo.
Para Emilio Carrere, “(…) la copla es
la suprema elocuencia del alma popular. Se dice lo más hondo del sentimiento de
un modo concreto y único, con una sencillez poética superior en gracia, en lírica
y en emoción a todos los géneros literarios”.
Hubo grandes intérpretes de la copla y la
tonadilla en España, desde los años cuarenta a los sesenta: Juana Reina,
Imperio Argentina, Marifé de Triana, Paquita Rico, Nati Mistral…
Pero ninguna como Concha Piquer, que no
cantaba las coplas; las interpretaba como si fueran obras de teatro. No hay más
que oirla cantar “Tatuaje”.
Concha Piquer fue descubierta por el
maestro Penella en 1922. Se impuso de los treinta a los cincuenta como la
número uno de la copla.
De “Ojos verdes”, de Rafael de León y Manuel
López Quiroga hizo una creación antológica. Esta es para muchos la mejor copla
de todos los tiempos; y la mejor intérprete del género, Conchita Piquer, que no
era andaluza, sino valenciana.
Tengo un par de compactos de Conchita
Piquer: veintiséis coplas. Me los traje de Madrid, en uno de mis viajes.
A veces lo pongo… siempre y cuando tenga
whisky a mano.
Porque sin un elemento de apoyo es muy
difícil escuchar en…la otra orilla, sin que se le mueva a uno un músculo de la
cara, veintiséis canciones seguidas de Conchita Piquer.
© José Luis Alvarez Fermosel
No hay comentarios:
Publicar un comentario