Ha
muerto Mario Ceretti, un hombre talentoso y culto, un periodista y escritor de
pluma afilada –con la que no hirió a nadie- y una persona buena y generosa que
supo hacer muchos y muy buenos amigos, que hoy lamentamos su desaparición
física con toda el alma. Su espíritu, su esencia se quedan entre nosotros.
Fue
uno de mis primeros y mejores amigos argentinos. Aprendí a quererle, a
admirarle y a respetarle según lo fui tratando, primero en lo profesional y
luego en lo humano, donde descolló por sus muchas y buenas cualidades, tan
difíciles de hallar hoy en día, por desgracia.
En
estos momentos dolorosos me consuela pensar que vivió una larga y fecunda vida,
tal como él quiso vivirla, es decir, muy bien, en todos los sentidos. Aguantó a
pie firme, como un bravo, los golpes que recibió. Derrochó bondad, afecto,
esplendidez, gracia.
Desarrolló
una carrera constelada de éxitos y reconocimientos, escribió libros, viajó por
una buena parte del mundo, dio rienda suelta a sus gustos y aficiones, la
gastronomía entre ellas: era un “gourmet” exquisito.
Tuvo
un restaurante en sociedad con su amigo de toda la vida Yogui González Luquet,
que frecuentamos hasta que lo cerraron y se fueron los dos a Merlo, donde convirtieron en placentera realidad el
“beatus ille” de Horacio.
Mario
era muy culto -ya lo hemos dicho- y
tenía una excepcional facilidad para los idiomas: hablaba y escribía a la
perfección más de media docena de ellos.
Era
una de esas personas de antes: un hombre con estilo y, además, todo corazón.
Tenía un afán siempre latente por hacer el bien, por ayudar.
Nunca
le dio importancia a sus logros profesionales, que fueron muchos.
Su
espíritu queda. Como dijo su sobrina Alicia Lo Bianco, siempre estará en
nuestras vidas.
© José Luis Alvarez Fermosel
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