Hablaba perfectamente español con un
ligero acento inglés. Hablaba y escribía los dos idiomas con tal corrección que
era un placer escucharle y leerle en ambos.
Esa faceta idiomática, cultural, suya; su
físico imponente y su barbita entrecana a lo Van Dyck eran lo que le
peculiarizaba en un primer vistazo.
Luego uno no podía dejar de convertirse en
amigo suyo, compartir el champán –merecido en la victoria, necesario en la
derrota- y admirar su crónica gastronómica, de la que era un maestro; y de la
crítica también, aunque la administraba con sordina.
Nos referimos a Dereck Foster, periodista,
“gourmet” y “gourmand”, por sobre todo hombre bueno y poseedor de un magnífico
sentido del humor, entre otras virtudes de la inteligencia y del alma que si
las consignáramos aquí una por una nos faltaría espacio.
Dereck Foster ha muerto y “The Buenos
Aires Herald” ya no será el mismo, ni el bar del hotel Plaza recogerá los ecos
de su risa sincopada al atardecer, cuando todos los gatos son pardos.
Fue uno de los pioneros de la crítica de
la conversión de comidas en manjares y de la elaboración de vinos; en lo que
respecta a los últimos dio más de una vez en el clavo cuando no todos los que
hablaban del tema lo hacían con verdadero conocimiento.
Pero, eso sí, opinó siempre con humildad y
nunca ofendió a nadie, como hicieron otros.
Le despedimos con gran tristeza. La
memoria dolorida evoca muchos buenos ratos pasados en su compañía, en hoteles y
restaurantes de todas las estrellas y en tascas de vinazo y moscas.
© José Luis Alvarez Fermosel
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