Flora, como se sabe, es el conjunto de las
distintas plantas –especies no cultivadas- de un país, o zona, o de un medio
determinado. También es nombre de mujer, e incluso de una cierta gata
caprichosa...
Vegetación y flora son dos cosas
distintas. Un bosque de pinos forma una rica vegetación porque reune muchos
árboles, pero tiene una pobre flora, ya que todos sus componentes son de la
misma especie.
Además de alegrar nuestros sentidos,
plantas, flores, frutas, hojas y aun raíces son muy buenas para la nutrición y
la medicina. La farmacopea y la cosmética las utilizan regularmente.
Sentado en el jardín, al lado de un pino,
tomando un té con limón y con una caja de pastillas Juanola -hechas a base de
regaliz- contra la tos, uno advierte que la floración de los almendros se ha
adelantado este año.
En el jardín de mi vieja y querida casa de
la Dehesa de la Villa, los almendros florecían después de la última nevada, a
finales de febrerico el loco. Alguna vez me tocó ver florecidos los cerezos de
la Casa Blanca en Whasington, pero no pude asistir nunca al magno Festival Nacional de los Cerezos en Flor.
Las hojas de los árboles, no ya las
flores, dan lugar a canciones y se las cita en charlas y en crónicas poéticas
cuando caen en las calles en otoño, tendiendo una irregular alfombra dorada y púrpura
que cruje bajo nuestros zapatos.
El simbolismo de muchas plantas que
ocuparon un sitial en la historia y la mitología se ha viciado en los tiempos
modernos, como tantas otras cosas.
El laurel
Tenemos el caso del laurel (Laurus
nobilis), que es un árbol siempre verde, de tronco liso, hojas oblongas,
duras, lustrosas, de color verde oscuro, muy aromáticas y fruto en drupa (1) de
color negro. Florece en primavera y sus frutos maduran en otoño.
La madera de laurel es muy dura. Se
utiliza en Andalucía –en el sur de España- para trabajos de marquetería.
Siempre se dijo que el laurel protegía
contra los rayos. Plinio el Viejo recogió esta creencia, asegurando que no
conoció casa alguna en cuyo jardín hubiera laureles que fuera alcanzada por un
rayo.
El aceite obtenido de sus frutos es un
tónico estomacal. Antiguamente se usaba para tratar inflamaciones
osteoarticulares.
Según la mitología, el laurel es la
transformación de la ninfa Daphne, a quien su padre, Peneo, salvó de la
persecución de Apolo, convirtiéndola en laurel.
De ahí, Apolo cortó dos ramas y las
trenzó, elaborando una guirnalda triunfal, de las que posteriormente ceñirían
las sienes de los generales y emperadores de Roma. Esos lauros llegaron hasta
nuestros días como símbolo de victoria.
En el reino vegetal todos los colores
riman… De ahí la armonía que conjugan el rojo fuerte de las flores de Pascua… y
el verde profundo de los laureles de Indias, dice el escritor español
Miguel Delibes en su libro Mundo.
Bajón
Ya no se hacen coronas de hojas de laurel.
Digo más: el laurel ha descendido notablemente en la escala de valores desde
que con sus hojas se trenzaban coronas, o prestaba su nombre para
condecoraciones, como la hispánica Cruz Laureada de San Fernando.
Las hojas de laurel cayeron en cazuelas y
ollas para aromatizar mesocráticos guisos de lentejas o de judías (2) con
chorizo.
Dice Bernard Imm en su libro Verduras:
“(…) un poquito de azúcar, tomillo y una hoja de laurel”.
Los lauros escasean estos días. Poca gente
puede dormirse sobre sus laureles. Entre otras cosas porque el laurel está en
la cocina, y no en la noble testa de caballeros que buscaron el Santo Grial, o descubrieron
en recónditos laboratorios remedios para la humanidad doliente, quemándose las
pestañas de tanto estudiar durante muchos años.
Al bajar ayer de un autobús sorprendí
parte de una conversación entre dos señoras que intercambiaban consejos
prácticos para mantener impolutas sus cocinas. Una, la de más edad, le decía a
la otra:
- Te aseguro que no falla. Pones dos hojas
de laurel en el lugar por el que has visto salir a las cucarachas y se quedan
tontas, como muertas, vaya.
¡De florones de coronas, las hojas de
laurel han pasado a ser cucarachicidas!
(1) Todo fruto carnoso con hueso dentro
(2) Alubias, porotos.
© José Luis Alvarez Fermosel
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