La muerte del cantante y autor argentino Roberto Sánchez, Sandro, ha movilizado a grandes cantidades de gente en Argentina, y en particular en Buenos Aires.
Los habitantes de este país tan particular no son propensos a lanzarse a las calles en apoyo u homenaje de cualquiera que no sea un político, un gremialista o alguien a quien exigirle reivindicaciones laborales o sociales.
Tanto más mérito tiene esa presencia suya en las calles, en masiva manifestación de duelo por la desaparición de un artista.
Sandro merecía el fervor con que se velan sus restos –en el momento de escribir- en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación. No ya por sus condiciones de cantante y compositor, sino por su bondad, su simpatía, su sencillez y el culto que hacía de la mujer, que le llevó a acumular infinidad de admiradoras, la mayoría mujeres maduras y de avanzada edad a quienes él llamaba, cariñosamente, no irónicamente, “mis nenas”.
Sandro murió a los 64 años, a las 20,40 (hora argentina) del 4 de enero, en el Hospital Italiano de la capital de la provincia andina de Mendoza -a 1037 kilómetros al oeste de Buenos Aires-, por graves complicaciones post operatorias y una septicemia, a 45 días de habérsele trasplantado un corazón y unos pulmones que sustituyeron a los suyos, gravemente enfermos por un intenso y prolongado tabaquismo.
Toda la prensa del mundo, no ya de Suramérica publica y comenta la noticia de su muerte. El diario “El País” de Uruguay dijo que “miles de ‘fans´aguardan en el Parlamento argentino para despedir a Sandro”. “El Mundo” de Madrid señaló que murió uno de los mejores cantantes de América Latina. La BBC inglesa dijo textualmente: “Singer Sandro, the Argentine Elvis (Presley), dies at 64”. (El cantante Sandro, el Elvis Presley argentino, muere a los 64 años.) En iguales términos se expresó el estadounidense “The Washington Post”.
Los medios reseñaron sus virtudes profesionales, pero todavía más las humanas.
Es que Sandro era un buen hombre y los hombres buenos no abundan; lo que es peor, escasean cada vez más. En él se dio esa conjunción, muy rara, de gran artista y gran ser humano.
El enorme impacto que ha causado su desaparición física- siempre quedarán sus canciones y su recuerdo- mueve a una reflexión elemental, insinuada al principio, pero que refleja una realidad como un templo.
Ni los políticos -ellos menos que nadie-, ni los categorizados por ellos mismos como intelectuales, ni los filósofos que no lo son, ni los conductores de masas, ni los predicadores –cada vez más declinantes-, ni los (falsos) profetas, ni los líderes pacifistas o ecologistas convocan hoy por hoy, ni vivos ni muertos, a multitudes enfervorizadas que abarroten las calles.
Los artistas populares que se destacaron por su talento, sus buenas obras, su integridad, su modestia y, por si todo esto fuera poco, supieron enlazarse con el público con un sutil y resistente hilo conductor, tocaron el corazón del pueblo y lo movilizaron cuando desaparecieron. Sandro no fue una excepción.
Roberto Sánchez murió con la conciencia limpia, sin haber recibido prebendas, ni haberse vendido al mejor postor, ni haberse uncido al carro de los poderosos, ni haber servido a intereses espúrios.
Sobreviven, por desgracia, muchos, muchísimos prevaricadores, ventajistas, logreros, explotadores, amigos de lo ajeno, manipuladores, corruptos, chantajistas y demás gente de mal vivir.
“La vida sigue igual…”, cantaba Sandro.
Descanse en paz.
© José Luis Alvarez Fermosel