lunes, 18 de enero de 2010

Musas

Para la antigua cultura grecolatina, las musas eran deidades que inspiraban a los artistas. Desde entonces, musa equivale a fuente de estímulo y creación, especialmente para poetas.
“Y más de ciento,
en horas veinticuatro,
pasaron de las musas
al teatro”.
Lope de Vega reveló así que más de cien de casi las 1.800 comedias y 400 autos sacramentales que escribió en su vida fueron empezadas y terminadas en un día. Musas eficaces, las suyas.
Casi dos siglos después, más modesto –con menos obra, también- Baudelaire dijo que cuando llegara la inspiración le encontraría trabajando.
Siempre hubo musas de carne y hueso que catalizaron la vida y la obra –sobre todo, la vida- de grandes creadores.
Acaba de publicarse un libro de Francine Prose -una escritora francesa que vive en Nueva York-, titulado “Vidas de musas” y editado por Bronce, que cuenta las historias de varias musas modernas, como las de Lewis Caroll, Reiner María Rilke, Samuel Johnson, Friedrich Nietzsche, John Lenon y algunos otros creadores ilustres.
Casi todas esas musas fueron esposas o amantes de los hombres a quienes inspiraron, y con los que mantuvieron relaciones un tanto…bizarras, por lo menos algunas.
Gala Dalí, siendo ya esposa de Salvador Dalí seguía acostándose con su ex marido, el poeta Paul Eluard, a quien no debió estimular tanto como al pintor catalán, que ganó dinero a espuertas.
La escritora Lou Andreas-Salomé fue musa a la vez de Rilke, Freud y Nietzsche.
La bailarina de ballet Suzanne Farrell amó platónicamente, nada más que platónicamente al gran coreógrafo George Balancine.
Las musas de Prose fueron seres excepcionales que lograron intensificar la creatividad de quienes las amaron. Otros las tildaron de mujeres de atractivo poco o nada convencional, complejas y contradictorias.
Hubo hombres que ejercieron de musas, o para decirlo con propiedad, que incentivaron a mujeres. Ese fue el caso de Drieu la Rochelle, que constituyó durante algún tiempo la… “distracción” de Madame (Victoria) Ocampo.
Estaban también las musas de café, como Sandra, una argentina muy sensual, de grandes ojos oscuros y dulce habla criolla, que encandiló a una cierta cantidad de cultores de varias artes en el legendario café Gijón de Madrid.
Pero quizás la verdadera musa de ese café de artistas tan conocido y tan particular fuera Madame Pimentón, a quien yo no llegué a conocer, pero de la que me hablaron mucho.
Doña Cundis, o doña Yocunda, como la habían bautizado algunos tertulianos chistosos, aseguraba que fue una cantante muy famosa y que incluso actuó en el Teatro Real de Madrid.
Parece ser que era menudita, se maquillaba en exceso y se vestía estrafalariamente. Cantaba con voz de tiple y luego pasaba un gorrito con el que se tocaba siempre.
Los saineteros le dedicaron coplillas, entre ellos López Silva. Fue una musa triste e incluso cariacontecida, pero musa al fin, aunque de café.


© José Luis Alvarez Fermosel

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