domingo, 10 de enero de 2010

Todavía hay jueces en Berlín

Federico II el Grande de Prusia ordenó demoler un viejo molino que había en sus dominios porque, a su juicio, afeaba la vista de su palacio.
El molinero recurrió a la justicia. Un juez condenó al monarca a reconstruir el molino e indemnizar a su dueño.
Contra la creencia general de que se negaría a cumplir la sentencia, el rey la aceptó, no sin antes exclamar: “Veo, con alborozo, que todavía hay jueces en Berlín”.
Desde entonces se usa esta frase cuando, ante el miedo del pueblo o el desconcierto general que infunden el mando tiránico, o la fuerza bruta, aparece un magistrado que por los fueros de la ley hace respetar sus principios.
Federico II el Grande, uno de los reyes más habiles de su tiempo –mediados del siglo XVIII-, introdujo en su joven reino importantes mejoras materiales y atendió y favoreció la agricultura, la industria y el comercio.
Durante su reinado, Prusia se convirtió rápidamente en una potencia de primer orden que casi igualó al Imperio de los Austrias.
Federico el Grande tuvo desde su infancia pasión por la música y la literatura. Fue amigo de sabios y artistas, entre los cuales Voltaire, por quien sintió profunda admiración.


© José Luis Alvarez Fermosel

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