Nieva en Madrid, mientras en Buenos Aires los porteños se asan a la parrilla a 34 grados centígrados, con un elevado porcentaje de humedad y la presión atmosférica por los suelos: la fórmula clásica del verano en la capital del Plata.
Mi hija ha tomado unas fotografías bellísimas de Madrid bajo la nieve, algunas en el jardín de su casa –que fue la de mis padres, mi hermano y mía durante muchos años-.
A la fuente que hay en el centro del jardín le falta una estatuilla; creo que se trataba de una Venus púdicamente envuelta en velos. Lo demás está igual; los árboles más frondosos, quizás.
En esa casa yo vi nevar por primera vez, aprendí a leer y escribir, a soñar, a hacerme ilusiones –muchas de las cuales nunca se cumplieron-; sentí el calor del hogar y disfruté de una magnífica familia, en cuyo seno no faltaban, habiendo chicos, el orden, la disciplina y un cierto rigor. Eran otros tiempos.
Allí escribí mis primeros relatos y, apenas entrado en la adolescencia, me enamoré por primera vez de una vecinita de pelo y ojos castaños de mi misma edad. No fui correspondido.
Estrené en esa casa pantalones largos y me hice un hombre, que al cabo se fue para entrar en un mundo que le pareció enmarañado y enfermo. Entonces me convertí en individualista. El desarrollo de nuestra civilización va emparejado con el individualismo, como dice Rosa Montero.
Mi hija ha tomado unas fotografías bellísimas de Madrid bajo la nieve, algunas en el jardín de su casa –que fue la de mis padres, mi hermano y mía durante muchos años-.
A la fuente que hay en el centro del jardín le falta una estatuilla; creo que se trataba de una Venus púdicamente envuelta en velos. Lo demás está igual; los árboles más frondosos, quizás.
En esa casa yo vi nevar por primera vez, aprendí a leer y escribir, a soñar, a hacerme ilusiones –muchas de las cuales nunca se cumplieron-; sentí el calor del hogar y disfruté de una magnífica familia, en cuyo seno no faltaban, habiendo chicos, el orden, la disciplina y un cierto rigor. Eran otros tiempos.
Allí escribí mis primeros relatos y, apenas entrado en la adolescencia, me enamoré por primera vez de una vecinita de pelo y ojos castaños de mi misma edad. No fui correspondido.
Estrené en esa casa pantalones largos y me hice un hombre, que al cabo se fue para entrar en un mundo que le pareció enmarañado y enfermo. Entonces me convertí en individualista. El desarrollo de nuestra civilización va emparejado con el individualismo, como dice Rosa Montero.
He vuelto a la casa muchas veces desde que me fui. De ella partieron para siempre mis padres y mi hermano. La casa, naturalmente, envejeció, pero su fisonomía no cambió mucho.
© José Luis Alvarez Fermosel
¡Ah, si pudiera hablar…! No tendría nada de particular que ventilara los idilios de mi hermano y míos con encantadoras “chachas”, como se llamaba entonces a las chicas de servir, conocidas hoy –las pocas que quedan- con el nombre un poco ampuloso de empleadas del hogar.
Nieva en Madrid. El jardín de la casa a la que yo fui a vivir a los seis años, el hogar de mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud está completamente cubierto por la nieve, lo cual le imprime un aspecto inmaculado que perderá en cuanto la nieve se licue y, al mezclarse con la tierra, se convierta en barro.
He mirado y remirado las fotos de mi antiguo barrio y mi antiguo jardín que me ha mandado María Soledad.
Anoche soñé yo también que había vuelto a Manderley (1).
(1) Alusión a la novela “Rebeca” de la escritora inglesa Daphne du Maurier, llevada al cine bajo la dirección de Alfred Hitchcock y con Joan Fontaine Y Laurence Olivier en los papeles protagónicos. La novela empieza diciendo: “Anoche soñé que había vuelto a Manderley…”.
Nieva en Madrid. El jardín de la casa a la que yo fui a vivir a los seis años, el hogar de mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud está completamente cubierto por la nieve, lo cual le imprime un aspecto inmaculado que perderá en cuanto la nieve se licue y, al mezclarse con la tierra, se convierta en barro.
He mirado y remirado las fotos de mi antiguo barrio y mi antiguo jardín que me ha mandado María Soledad.
Anoche soñé yo también que había vuelto a Manderley (1).
(1) Alusión a la novela “Rebeca” de la escritora inglesa Daphne du Maurier, llevada al cine bajo la dirección de Alfred Hitchcock y con Joan Fontaine Y Laurence Olivier en los papeles protagónicos. La novela empieza diciendo: “Anoche soñé que había vuelto a Manderley…”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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