¿Quién no recuerda a Gila y sus desternillantes monólogos telefónicos? (Ver vídeo: "sketch" Gila 2)
Miguel Gila; Gila, a secas, fue uno de los humoristas y actores cómicos más queridos y populares del mundo hispanohablante.
Nació en 1919 en el castizo barrio de Chamberí de la capital española, de familia muy pobre. Huérfano de padre a temprana edad, tuvo que abandonar sus primeros estudios a los 13 años. Hasta retomarlos desempeñó diversos oficios, entre ellos el de pintor de automóviles y mecánico de aviación.
En el año 1944 debutó como humorista gráfico en la revista “La Exedra” de Salamanca, editada por un grupo de estudiantes universitarios. Años más tarde pasó al famoso semanario madrileño “La Codorniz”.
Pero, según contó él mismo, el éxito le llegó en 1951, cuando improvisó durante una actuación en el teatro Fontalba de Madrid un monólogo que fue muy aplaudido.
Habiéndose hecho ya un nombre en la radio y la televisión españolas, en 1968 se vino a Buenos Aires, donde formó una compañía de teatro y fundó la revista satírica “La Gallina”.
Recorrió toda Latinoamérica, siempre con el éxito por compañero. En esta cálida orilla se le admiró y aplaudió a rabiar y, lo más importante, se le quiso muchísimo.
Lo suyo era el diálogo telefónico fingido, es decir, el monólogo, en el que siempre hizo gala de un costumbrismo salpicado de surrealismo que constituyó una fórmula infalible. Como curiosidad: jamás utilizó palabras malsonantes ni conceptos que despertaran discusiones o polémicas.
Tomaba el teléfono, averiguaba si su (imaginario) interlocutor se encontraba al habla e inmediatamente decía: “¡Qué se ponga!”, muletilla que se convirtió en su caballito de batalla.
Escribió diez libros y varios guiones para cine y televisión y trabajó en una docena de películas. Pero lo suyo fue la televisión y sus presentaciones en público en teatros y cafés-conciertos.
Murió en loor de popularidad en Barcelona, a los 82 años.
Miguel Gila; Gila, a secas, fue uno de los humoristas y actores cómicos más queridos y populares del mundo hispanohablante.
Nació en 1919 en el castizo barrio de Chamberí de la capital española, de familia muy pobre. Huérfano de padre a temprana edad, tuvo que abandonar sus primeros estudios a los 13 años. Hasta retomarlos desempeñó diversos oficios, entre ellos el de pintor de automóviles y mecánico de aviación.
En el año 1944 debutó como humorista gráfico en la revista “La Exedra” de Salamanca, editada por un grupo de estudiantes universitarios. Años más tarde pasó al famoso semanario madrileño “La Codorniz”.
Pero, según contó él mismo, el éxito le llegó en 1951, cuando improvisó durante una actuación en el teatro Fontalba de Madrid un monólogo que fue muy aplaudido.
Habiéndose hecho ya un nombre en la radio y la televisión españolas, en 1968 se vino a Buenos Aires, donde formó una compañía de teatro y fundó la revista satírica “La Gallina”.
Recorrió toda Latinoamérica, siempre con el éxito por compañero. En esta cálida orilla se le admiró y aplaudió a rabiar y, lo más importante, se le quiso muchísimo.
Lo suyo era el diálogo telefónico fingido, es decir, el monólogo, en el que siempre hizo gala de un costumbrismo salpicado de surrealismo que constituyó una fórmula infalible. Como curiosidad: jamás utilizó palabras malsonantes ni conceptos que despertaran discusiones o polémicas.
Tomaba el teléfono, averiguaba si su (imaginario) interlocutor se encontraba al habla e inmediatamente decía: “¡Qué se ponga!”, muletilla que se convirtió en su caballito de batalla.
Escribió diez libros y varios guiones para cine y televisión y trabajó en una docena de películas. Pero lo suyo fue la televisión y sus presentaciones en público en teatros y cafés-conciertos.
Murió en loor de popularidad en Barcelona, a los 82 años.
© José Luis Alvarez Fermosel
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