lunes, 31 de mayo de 2010

El español en Filipinas

El idioma español renace en las islas Filipinas, emergiendo del olvido mediante la aparición de ocho libros escritos en esa lengua a principios del siglo veinte, durante la ocupación de los Estados Unidos, informa Doris Calderón, de la agencia de noticias Prensa Latina.
La escritura de esos libros, de gran interés documental y su conservación hasta el presente es apasionante, tal como lo cuenta Doris Calderón.
La inclusión de dichas obras en un programa de difusión del español, que comenzará a desarrollarse este año, será un granito de arena que contribuirá al aumento del cultivo de una lengua que hablan actualmente cuatrocientos millones de personas en veintidós países de cuatro continentes.

© J. L. A. F.

Las crisis tienen ya su anecdotario

Pasan en esto de las crisis cosas que con buena voluntad, y para no inflar el perro, hemos dado en llamar anécdotas, y quizás tendríamos que haber entrecomillado la palabra.
Nos dan puntual cuenta de las anécdotas en cuestión los medios BBC Mundo, el diario El País de Madrid, 26noticias y Cotizalia. Hemos hecho una selección, porque la historia de las crisis, con la globalización, está en todos los medios gráficos, audiovisuales y, naturalmente, online. Y en boca de todos, “urbi et orbi”.

domingo, 30 de mayo de 2010

Es que no saben

“Hay una falta de cultura básica que ya da miedo”, ha dicho el escritor español Javier Marías (foto) en un artículo publicado en la revista de los domingos del diario El País de Madrid.
Según Marías, “muchos profesores, pedagogos, escritores, traductores, editores, periodistas, políticos y locutores, que son los principales administradores y distribuidores de la lengua escrita y hablada y de las nociones generales, no saben nada de nada.”
“Es ya frecuentísimo
–añade el escritor- encontrarse, en libros o en diarios, con que quien ha traducido o redactado ignora quién fue Calvino, al que se llama “John Calvin” al proceder del inglés la información de origen; o que “Burma” no es sino lo que en español se llamó Birmania, o “Nijmegen” Nimega, o “Köln” Colonia; que “San Giovanni” es San Juan en italiano, que el yelmo de Mambrino está en el Quijote y no puede ser vertido del francés, como “el casco de Mambrin”, o incluso que un “stained horse” no suele ser un caballo “manchado”, sino pinto. En estos casos –y hay centenares–, no es sólo que se traduzca mal, sino que hay una falta de cultura básica que ya da miedo. No digamos cuando aparecen referencias bíblicas o de la mitología griega o romana: he visto hablar del “dios Mars”, en lugar de Marte, o de “la ciudad de Bethlehem”, que no es otra que la de Belén, Jesús Santo.”
Prosigue Marías: Y de la lengua, qué decir. Desde que escribí mi anterior artículo sobre estas cuestiones (“Productos podridos”, hace siete meses y medio), mis ojos han caído sobre el verbo “remover” cien veces (en su exclusivo sentido inglés de derrocar o destituir o quitar), o sobre frases del tipo “En Nueva Orleans todos los intrusos serán disparados”, que obligan a preguntarse si allí habrá suficientes cañones para lanzar por los aires a tanta gente. He visto traducir “hacerse el amor a uno mismo” (una forma cursi de referirse a la masturbación) como “tener amor propio”. He leído que “encontramos un cadáver bañándose en su propia sangre”, cadáver peculiar, a fe mía, dotado de movimiento y dado a raras costumbres; que “las puertas se habían cerrado de par en par”, que “le propició una serie de bofetadas” (varias veces en el mismo texto), que “profundas arrugas le araban la frente”, y que “cuando ella le dio el sí, él la esposó”, esto es, le puso unas esposas, quizá para que ella ya no se le escapase. He sentido sacudidas que habrían quemado los cables electrodérmicos al leer cosas como “todos estaban al pendiente de lo que se decía”, o “ella sostenía sus ojos abiertos”, o “mantuvimos la oreja en el suelo y los ojos pelados” (?), o “este sitio no me gusta un comino”, o “sólo de verte me frunzo todo”, o “le vio dar un manotazo con el puño cerrado” (?!), o (en un novelista alabado) “se abrió paso entre la muchedumbre como Moisés en el Mar Muerto.
Para Javier Marías, para muchos, leer es desde hace tiempo un frecuente suplicio que destroza los nervios.

Por la transcripción, J. L. A. F.

sábado, 29 de mayo de 2010

El marido ideal

Uno pertenece a la generación en la que el hombre trabajaba fuera del hogar y la mujer lo cuidaba y criaba a los hijos. Mantenía viva la llama del viejo dios Lar.
Ahora el hombre tiene que colaborar estrechamente con la mujer en las tareas de la casa, a fin de que el matrimonio no se malogre.
Parece ser que esta modalidad es muy buena y que los matrimonios que comparten las faenas del hogar duran más, dentro de lo poco que duran los matrimonios hoy en día.
Saludamos con alborozo esta metodología, por así llamarla, que para los más veteranos es una novedad.
Ahora bien, que el hombre haga sólo y nada más que de ama de casa y la mujer trabaje fuera del hogar hasta la extenuación, me parece mal, francamente.
Hay muchos vivos con vocación de mantenidos que se limitan a realizar las labores -que a ellos les parecen menos fatigosas, lo cual no es cierto- que antes eran propias de la mujer, mientras que ésta trabaja de gerente, con un sueldo muy bueno, preside juntas, compite a lo macho con los varones en el terreno que sea, decide, manda y ejecuta, lo mismo en la oficina que en el hogar.
Es más, cuando se suscita una discusión, la mujer moderna, si se tercia, le propina un puñetazo –no una bofetada, como antes- a su marido y le parte la nariz.
En España, ya lo hemos dicho en alguna otra oportunidad, hay un gran porcentaje de hombres a quienes les pegan sus mujeres. Tan así es que se ha formado una asociación de maridos golpeados –ya pasan de los 60000- que reclaman penas para las agresoras en los tribunales.
El nuevo marido se amolda a sus nuevas responsabilidades y corre riesgos que antes eran menos frecuentes, como que la santa esposa le meta los cuernos, casi siempre con muchachos de 18 años en adelante, que son ahora los preferidos por las mujeres de 40 años en adelante. “Hélas…!”

© José Luis Alvarez Fermosel

Digital


viernes, 28 de mayo de 2010

Hace frío en el sol

No sé dónde escuché, o leí esta frase, que me parece espléndida. Es un prodigio de síntesis y una hermosa metáfora con una gran carga poética.
Hace frío en el sol. Muy bien podría haberlo dicho un niño. Los niños dicen cosas tremendas, y también dicen cosas preciosas.
Un niño cruzó de noche con su madre una plaza con una fuente bajo una farola. La luz daba en los chorros del surtidor. “¡Qué bonita es el agua iluminada!”, dijo.
Recuerdo la exhortación de aquella viejecita española a su marido: “Vámonos, Francisco, vámonos al hastial de la sala, que se está que da gloria estos días de sol y de frío”.
Yo he pasado días gloriosos de frío en el campo, con el sol arrancando reflejos de plata a la nieve que alfombraba la cespedera y cubría por entero tejados, techos, aleros, árboles, aperos de labranza y forraba con frío algodón los cables del tendido eléctrico, en los que no se posaba ningún pájaro.
El frío en el sol… Un sol que apenas conforta en los crudos inviernos españoles, en los que no es raro que nieve tres veces, de diciembre a marzo. En marzo florecen los almendros.
Año de nieves, año de bienes, suelen decir los campesinos.
Es verdad que en ciertas ocasiones, casi siempre después de una buena nevada, parece que también hiciera frío en el sol, o que el sol tuviera frío, porque se muestra avariento y uno piensa, irracionalmente, que es injusto que nos escatime su calor y lo derroche en otras latitudes en las que no sólo no nieva nunca, sino que todo el año hace calor y el sol se va sólo para dar paso a la lluvia.
Un poco de frío en el sol nunca viene mal. Si me lee algún ecologista dudará, racionalmente, de mi salud mental.
Pero el sol y el frío pueden aliarse, y lo hacen para producir, en amor y compañía, esa dulce solana que arrulla las siestas en invierno. La resolana de algunas tardes trae imágenes impresionistas y siembra dudas.
En la montaña es donde más se nota el frío en el sol, cuando éste guarda sus rayos en una bolsa, se la echa al hombro y se va. Al diluírse el blando fulgor ambarino que deja como un rastro, las sombras y el frío llegan a paso de lobo a la montaña, que se oscurece, al tiempo que su imponencia aumenta, cerrándose para guardar mejor sus secretos y tornándose un tanto aviesa, casi amenazadora.
Sí, puede hacer frío en el sol; de hecho, hace frío en el sol, en el sol del cielo y en ese otro cada vez menos ardiente, cada vez más tibio, que uno tiene en el alma.
Al principio, no se nota. Uno ni siquiera intuye que en cualquier momento puede llegar a sentir frío. Tienen que venir un poeta, una mujer o un niño y decírnoslo al oído para que nos demos cuenta de que puede hacer frío en el sol.

© José Luis Alvarez Fermosel

Lentejas

Si quieres, las comes; si no, las dejas. Las lentejas, claro.
Aunque se cocinen sin cargarlas de sabrosos embutidos, como el chorizo o la morcilla, y se hagan con franciscana sencillez para servirlas en una cazuela de barro, con su hojita de laurel, las lentejas salen siempre riquísimas y constituyen un guiso popular que ocupa desde tiempo inmemorial un lugar destacado no sólo en la historia de la gastronomía, sino en la Biblia y en la historia universal y la literatura.
Merecieron, también, la siguiente reflexión del gran poeta español Agustín de Foxá: “Después de comer, con el café, el habano y la copa de brandy, cambiaríamos la vida por la gloria de César; pero antes de comer se cambian cosas como la primogenitura por un plato de lentejas”. Se refería, naturalmente, a la historia de Esaú y Jacob.


© J. L. A. F.

jueves, 27 de mayo de 2010

Los mitos

Los mitos avanzan. Cada día se mitifica algo nuevo. Todo lo que nos rodea, tenga contenido o no, puede convertirse en mito.
La realidad pierde sentido, se nubla, la nublan. Como si el día no sucediera a la noche y ésta al día y dos más dos no fueran cuatro, no ahora ni para algunos, sino siempre y para todos.
Revisando carpetas encontré el otro día un trabajo muy interesante sobre los mitos del sociólogo y escritor argentino Juan José Sebreli, uno de los más lúcidos pensadores de América Latina, que dice verdades como puños que todos deberíamos tener muy en cuenta.

Soledad social

Lo último de lo último en materia de comunicación son las llamadas redes sociales, de las cuales se habla en todas partes. Los medios informativos se refieren a ellas constantemente.
Esas redes, en el contexto de la globalización, relacionan a una gente con otra y permiten la interacción con personas de los confines más remotos del mundo.
Los usuarios son en su mayoría jóvenes que, sin embargo, se sienten hoy en día más solos que nunca, confiesan ello mismos. Una paradoja más del posmodernismo.
La Fundación de Salud Mental británica acaba de dar a conocer los resultados de una encuesta acerca de esta nueva moda comunicacional.
La BBC News informó que, según ese estudio, un 60 por ciento de encuestados entre 18 y 34 años confesó que los supuestos beneficios de las redes sociales no son mejores que los que producen las relaciones reales.
Un inconveniente que vieron algunos –criticados acerbamente en seguida- fue el que supone la invasión de esas redes en el terreno de las relaciones personales. Cada vez hay menos intimidad.
Otros estudiosos de este nuevo fenómeno sostienen que el uso de Facebook y Twitter, por ejemplo, es muy positivo. Para otros, lo virtual avanza cada vez más sobre lo real, sin que las ventajas de esta realidad parezcan muy claras.
¡Menos mal que todavía quedan cafés donde uno puede reunirse con sus amigos, y verlos de cerca!
© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 25 de mayo de 2010

"Traders"

No tengo nada contra los millonarios, ni contra los ricos. Yo mismo hubiera podido ser rico, de no haber tenido una ilimitada capacidad de gastos. Todavía no he perdido las esperanzas de serlo.
Quienes no me gustan son los especuladores, los que hacen negocios sucios, los estafadores y otras gentes de la misma ralea, que muchas veces en connivencia con ciertas corporaciones, bancos, bolsas, etc., son las que generan las crisis económico-financieras que están ahora a la orden del día en una buena parte del mundo.
La gente de dinero, los que lo tuvieron toda su vida, los herederos de grandes fortunas que no sólo las cuidaron, sino que las incrementaron trabajando con inteligencia y tesón, y crearon empresas, y se preocuparon de mantenerlas saneadas, y dieron trabajo a muchas personas: esa gente merece mi admiración, mi respeto y mi gratitud, expresada en nombre de quienes fueron beneficiarios de su generosidad.
Porque, otra cosa, esos millonarios suelen practicar la filantropía y el mecenazgo. Ahí tenemos, sin ir más lejos, al bueno de Bill Gates.
También me agradan los “self made men”, los hombres que se hacen a sí mismos, como muchos millonarios estadounidenses y de otras nacionalidades que vendieron periódicos en su infancia, o ballenitas para los cuellos de las camisas en las calles, como Onassis, y como Onassi se hicieron multimillonarios.
El único reparo que me atrevería yo a hacer al respecto se basa en el hecho de que esos hombres admirables, como se han hecho a sí mismos, sin la ayuda de familiares, maestros y otros mentores, no terminan de hacerse del todo, o de hacerse bien, algo se queda en el camino y en no pocas oportunidades esa carencia dio origen a resentimientos, avaricia o, en el mejor de los casos, nuevo riquismo, con su pesada carga de grasitud y esnobismo.
Pero los que a mí verdaderamente me dan cien patadas en el hígado son los tipos como Jérôme Kerviel, ex “trader” (operador) de Société Genérale, que le hizo un agujero de 4.900 millones de euros a esa entidad crediticia francesa.
Kerviel, acusado de falsificación, introducción de datos fraudulentos y abuso de confianza, enfrentará próximamente al Tribunal Correccional de París por haber cometido delitos contemplados en el Código Penal que pueden llevarle a la cárcel por cinco años. Es posible que en vez de indemnizarle, como suele hacerse en estos casos, le impongan una multa de 375.000 euros.
Jérôme Kerviel causó la mayor pérdida imputable a un solo corredor en la historia de las finanzas de los últimos años en todo el mundo. Es sospechoso de haber emprendido acciones no autorizadas en los mercados financieros por 50.000 millones de euros.
¡Menos mal que se le ha frenado a tiempo, porque el angelito tiene sólo 33 años! ¡Sabe Dios lo que hubiera sido capaz de hacer, libre y dedicado a sus tareas habituales, durante otros 33 años!
Kerviel trabaja ahora para una empresa informática de las afueras de París. ¡Cuidado, internautas! Autocalificado de “chivo expiatorio”, es autor de un libro en el que sostiene que el sistema financiero actual se ha vuelto loco. Aspira a que su libro suscite en la opinión pública preguntas acerca de la realidad de las actividades bancarias actuales.
Un famoso abogado penalista francés, Jean Veil –defensor del tirano y traficante de drogas panameño Manuel Noriega- ha asumido la defensa de Jérôme Kerviel.
Veil asegura que los documentos que falsificó su patrocinado fueron adulterados con el beneplácito de la dirección del banco, lo cual da para pensar que esos directivos podrían haber dejado que se fuera su dinero por el agujero de Kerviel, y cuando no les quedara más, declararse en quiebra.
Que quede claro que nosotros sólo criticamos a personajes como Kerviel, y no al que tiene dinero y hace buen uso de él, aunque más no sea que gastándoselo alegremente, como he hecho yo toda mi vida. Tampoco todos los bancos se asocian con camanduleros como Kerviel.
Una observación final: todos los sinvergüenzas tienen suerte, así que ya verán cómo el libro de Kerviel se convierte en un “best seller” y su autor aumenta espectacularmente, y en un tiempo récord, su patrimonio mal habido.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 22 de mayo de 2010

Nudistas

viernes, 21 de mayo de 2010

Vals

De pronto, sin que nadie ni nada lo haya anunciado, ni siquiera previsto, vienen de no se sabe donde las notas de un viejo vals vienés.
No es común, ni mucho menos cosa de todos los días, más bien de ningún día; pero sucede de higos a peras, o cada muerte de obispo, como se dice en los pagos argentinos.
Uno se deja llevar por la música azul de la romántica y entrañable melodía a inefables épocas pretéritas, en las que hermosas muchachas se mecían al compás del vals en los brazos de elegantes caballeros de bigotes rizados con tenacillas.
Amplios salones con arañas de cristal de Bohemia y alegorías isabelinas en los techos. Cuadros de Turner o de Constable en las paredes. Sólidos muebles de madera de caoba.
La caza del zorro y conciertos en glorietas y plazas de parques y jardines, en verano, con fuentes con Cupidos, amorcillos alados y Venus envueltas en pliegues de mármol.
Amores contrariados. Duelos entre señores de levita y sombrero de copa, que se dejaba en un asiento de la berlina de caballos canela, emboscada entre las frondas de la quinta del extrarradio. El estampido de las pistolas asustaba a los pájaros, desalojándolos de los árboles. Se lanzaban contra el cielo, llenándolo de puntos suspensivos.
Fiestas de gala: damiselas enjoyadas, caballeros de frac; al fondo, el rojo vivo de un vestido audaz, tonos color chocolate con leche.
Rincones para el secreteo, separados del salón principal por una cortina de moaré. La música llega tamizada, reluce la bruñida madera del suelo, reflejando la luz ambarina de lámparas de cobre con pantallas de papel encerado. El escorzo se convierte en incitación.
Sólo un pintor como Anders Zorn podía haber plasmado la escena con tanto verismo, con tanta luminosidad, con tanta belleza.
- ¡Oiga!
- ¿Mande!
- Toda esa delicuescencia ya no se ve por el mundo, pertenece al pasado; y, como ya le estoy viendo venir, cualquier tiempo pasado no fue mejor, que conste en acta.
- ¡Hombre, si usted lo dice…!


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 20 de mayo de 2010

Ciudad pálida

La ciudad estaba pálida, hoy. No sin sol, ni con resolana, ni nublada, sino pálida. Con esa palidez cerúlea de los rostros de los artistas de circo, que se identifica con el pesado maquillaje que parece de yeso. Pálida como una mujer que sale sola por la mañana, con ojeras, de una casa en la que entró acompañada por la noche.
La ciudad parecía otra. Una ciudad conocida y desconocida al mismo tiempo, como las ciudades de los sueños.
Los árboles estaban blanquecinos, el cielo completamente blanco. Toda la gente parecía vestida de gris claro. Los edificios –bloques de hormigón- no encajaban en el paisaje urbano pálido; se diría que acababan de ser descargados de camiones conducidos por fantasmas.
No se veía gente joven, ni perros. No había alegría. Todo latía lentamente, por momentos.
No había humo de campos quemados cerca, como otras veces; ni nubes en el cielo blanco, ni bruma. La ciudad, pasado el mediodía, iba camino de convertirse en un dibujo de Chris Ware.
La ciudad estaba pálida. Todo parecía hacer un esfuerzo para salir de una rara sordina diluída.
Venían recuerdos de otras ciudades, otras vivencias, otros olores.
Acaso fuera uno el que estuviera pálido.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 17 de mayo de 2010

Ponga usted Martínez

Me he reído mucho en la radio, y estoy seguro de que más de un oyente también, relatando mis tribulaciones a la hora de intentar que alguien retenga, no ya a la primera vez sino después de varias, mi nombre y mis dos apellidos y los pronuncie y los escriba correctamente.
La dificultad principal estriba en Fermosel. Dicen Fernando, Fernández, Fermoselle, Fermoselles, Formosol y, lo que es más alambicado, Fermodyl, Fernandel, Ferrosel, Femoral…
Ultimamente estoy teniendo también dificultades con mi primer apellido, que es más fácil. En una oficina pública en la que tenía que cobrar un cheque el otro día lo hicieron nominativo y lo extendieron a nombre de José Lavarez. Naturalmente, no lo pude cobrar.
En una oportunidad salió en un diario de Cúcuta (Colombia) un artículo firmado por Juan José Alvaro Ferroucoselli. Yo era el autor. Esa vez me italianizaron el apellido. Lo más frecuente es que lo catalanicen, añadiéndole una ele final y convirtiéndolo en Fermosell. El apellido es castellano. Proviene de Zamora, al noroeste de Madrid.
Mi amigo Roberto Puello, que fue hace años embajador de Panamá en Argentina, se quejaba –en broma, claro está-: “¡Me llaman de todo, José Luis: Cuello, Pollo, Pillo…!”.
Releo en estos días una obra desopilante –como todas las suyas- de Enrique Jardiel Poncela, titulada “La mujer como elemento indispensable para la respiración”. No puedo dejar de transcribir el siguiente diálogo entre alguien y Jardiel, quien pretendía a toda costa –sin ninguna suerte- dar a conocer a su interlocutor sus nombre y sus dos apellidos.

- ¿Su gracia de usted?
- Enrique Jardiel Poncela.
- ¿Cómo?
- Enrique Jardiel Poncela.
- Antonio, ¿verdad?
- Enrique.
- ¡Ah! Emilio, muy bien. ¿Y los apellidos?
- Jardiel Poncela.
- Jover Tarantela.
- Jardiel Poncela.
- ¿Garbié?
- Jardiel.
- ¡Ah! Jardiez. ¿Con ceta?
- Con ele.
- ¿Cómo con ele?
- Que Jardiel, con ele.
- Digo el segundo.
- ¿Qué segundo?
- El segundo apellido. Me dijo Conceta.
- Es con pe.
- Con pe, justamente.
- Jardiez con pe es Pardiez, y eso es una exclamación antigua.
- ¿Entonces? ¿Pancesa Gabiera? ¿O Jezer Gomiés?
- Ponga usted Martínez.

© José Luis Alvarez Fermosel

Más sobre las crisis financieras del milenio

En una de las crisis económico-financieras más graves de la actualidad, concretamente la de España, 584 consejeros y directivos de las empresas del Ibex 35 cobraron en 2009 una media de 989.000 euros.
El año pasado fue el peor de la recesión que flagela la Península Ibérica. La recesión es tan grave que se está al borde de que el país salga de la zona del euro.
Los grandes ejecutivos se reparten millones de euros como quien arroja un puñado de monedas a los niños de la calle cuando pasa un bautizo –vieja costumbre ibérica-.
En plena crisis, se baten récords de apropiaciones de dinero entre millonarios. Muchos de ellos llevaron a sus firmas a la mayor suspensión de pagos empresarial de la historia.
Se enriquece salvajemente la élite dentro de la élite. A los que tienen que cobrar no se les paga. El pueblo llano se aprieta el cinturón casi hasta la asfixia.
El diario madrileño El País da a conocer cifras para el espanto. Es sólo un botón de muestra. Un botón de muestra que enciende el pelo.
Ya no está la cosa para sarcasmos, ni parábolas, ni comparaciones, ni juegos de metáforas.
La situación es afligente, lo repetimos. Y, sobre todas las cosas, indignante.
© J. L. A. F.

sábado, 15 de mayo de 2010

Galimatías

jueves, 13 de mayo de 2010

Las crisis financieras del tercer milenio

Las crisis financieras del tercer milenio son tan irracionales como todo, o casi todo actualmente, incluída la gripe A que volverá este invierno, si Dios quiere, las inundaciones cuando llueve con alguna intensidad, la falta de monedas y algunos disparates más. Consisten, básicamente, en eso: la falta de monedas.
De pronto, a un país serio, que ha tenido una excelente situación financiera desde hace mucho tiempo, se le cae la Bolsa, rompe bolsa como una parturienta. Las monedas salen de la bolsa, como es lógico, y se esparcen por todas partes, incluídos lugares de los cuales ya nunca podrá sacárselas, como las alcantarillas.
De modo fulmíneo, otros países, cercanos o no, también rompen bolsa porque con esto de la globalización todo se sabe en el acto y todo el mundo hace lo mismo. Esto se llama efecto dominó.
Se instala una crisis financiera mundial. Se dice que muchos millonarios, entre los cuales dueños de bancos -¡que antes eran tan seguros, Dios mío!-, capitanes –y generales- de empresa y otros poseedores de fortunas inmensas que integran las finanzas de sus países han quebrado, o están al borde de la quiebra.
Lo primero que se piensa es en la gran crisis de los Estados Unidos del año 1929. Se recuerda en especial, con cierto morbo, a la gente que se tiraba entonces por las ventanas de los rascacielos.
Nadie se tira ahora ni siquiera de un entresuelo, afortunadamente, porque gobiernos y entidades financieras empiezan a aplicar inyecciones vitamínicas de dinero a las venas de los millonarios que se quedaron anémicos. Tal es el lenguaje: “Se van a inyectar tantos millones…”.
Estas nuevas crisis pasan relativamente pronto, los magnates que dicen que quebraron se recuperan porque los indemnizan, no se sabe por qué. Los que pagan el pato son las gentes de trabajo que se quedan sin él y los jubilados, a quienes se les recortan sus míseras pensiones. También suelen aumentar los impuestos en estos casos; y, brutalmente, el número de desempleados, con los que no se hace otra cosa que incluirlos en estadísticas.
Los verdaderos causantes de las crisis, que son los gobiernos, o para ser exactos los malos gobernantes permanecen incólumes. Mienten, dicen pavadas y siempre alguien excusa su incompetencia, su falta de probidad y su codicia.
Las crisis financieras suceden, como tantas otras cosas, por la carencia del sentido de la realidad. Se constituyen empresas, industrias, negocios; se abren grandes tiendas sin dinero, con créditos, es decir, con papeles.
Un señor va a ver a otro que tiene negocios y le dice que quiere hacer uno con él. Se ponen de acuerdo y se intercambian papeles en los que hay anotados unos números. Esos papeles se pasan a otros señores que tienen otros papeles parecidos. Pero el dinero no se ve. ¡Claro, es que no lo hay!
Se funciona sin dinero, se está “en descubierto”. La expresión que utilizan los bancos es “sobregirar”.
Los millonarios de ahora no son como los de antes, que cuando le querían poner un piso a su amante le decían a su ayuda de cámara: “Heriberto, ve al cuarto de los billetes, saca dos kilos y tráemelos”. Y con el dinero en un maletín se iban a la inmobiliaria.
Ahora los únicos billetes que se ven, siempre de dólar, son los de las películas y las series de televisión y proceden del narcotráfico, que ese sí que nunca sufre crisis.
Lo que a todas luces resulta injusto es que los grandes magnates, al fin y a la postre, salgan ganando dinero, después de haber sido ellos, en infinidad de casos, los que provocaron las crisis.
Los que se quedaron sin su dinero –el poco que tenían- y no lo recobrarán jamás, fueron otros, no importa quienes, no son conocidos. Los “businessmen”, los “brokers”, los que cuidan la bolsa ya la han remendado, o la van a remendar enseguida. Y pronto estará de nuevo llena de monedas.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 9 de mayo de 2010

Llegar a tiempo

Leo el delicioso artículo de Angélica Gorodischer publicado en Perfil con el título ¿Qué es llegar tarde? Contagiado por su optimismo, me hago a la idea de ser capaz yo también de llegar a tiempo para aprender a manejar un teléfono celular de amplio espectro.
No pertenece uno a esta generación, y para colmo de males tiene muy poca, por no decir ninguna habilidad manual. Añádase a estos dos importantes handicaps el hecho de ser más rápido que lento y más impaciente que paciente, facetas de mi carácter acentuadas, quizás, por muchos años de trabajo en agencias internacionales de noticias -en países en circunstancias difíciles- y en secciones de cierre de varios diarios.
Pero Angélica Gorodischer, que tiene el don de la persuasión, me ha convencido de que nunca es tarde para aprender lo que sea, incluso el manejo de un teléfono celular.
Por eso, la próxima vez que me olvide en la barra de un bar o en un taxi el mío, que llevo encima algunas veces, sólo para hacer y recibir llamadas, me compraré uno de los más completos.
Al no tener nietos que me desasnen, como la afortunada Angélica, que tiene a Nicolás, le pediré a algún abuelo amigo que me preste cualquiera de los suyos para que me dé unas clases, a ver si yo también puedo llegar a tiempo… pensando en Rita Levi.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 8 de mayo de 2010

Adicción


viernes, 7 de mayo de 2010

¡No te vayas!

Ya se sabe que el periodismo lleva dentro la tristeza del olvido.
Por eso este periódico –el periodismo- de la fotografía se sale de sí mismo y se abraza a la buena moza trigueña vestida de color azul paloma.
La imagen-símbolo de papel maché quiere trascender, aunque más no sea que por el tiempo que dura un diario.
Nada hay tan viejo como un diario de ayer. Esta marchitez de la noticia tiñe al periodismo de melancolía y le llena de ilimitadas posibilidades poéticas.
Como dijo Miguel Pardeza en periodismo hay que disfrutar la bagatela y utilizar el lirismo como cosmético para maquillar la actualidad.
Quizás por eso ningún género represente tan bien al periodismo como la noticia y su hermana mayor, la crónica.
El género breve, que algunos privilegiados cronistas cultivan con gracia lírica en textos llenos de sugerencias y evocación, partiendo de la base de que nada hay más general que lo personal, nada más objetivo que lo subjetivo.
Dijo el poeta: “La actualidad es nuestra frágil rosa/en una hora fresca y marchitada./Lo que el lunes fue luz, martes ya es sombra,/que el suceso es el pez de nuestras mallas”.

© José Luis Alvarez Fermosel

La nueva masculinidad

La nueva masculinidad se viste con falda y calza tacones de aguja.
Es que arrecia la moda, la costumbre, la determinación o lo que sea de que el hombre se vista de mujer.
Todavía no lo hace para ir a trabajar, a las reuniones o a las fiestas; pero siempre que puede, en la intimidad o no tanto, solo o con otros hombres, ocasionalmente con su propia esposa se pone una blusa, una falda, se encarama a unos tacones y se contonea frente a un espejo.
Recordamos que hay establecimientos repartidos por todo Buenos Aires con amplias habitaciones con armarios repletos de ropa femenina. Los hombres acuden a ellos, se prueban varios vestidos y se pasan un buen rato yendo y viniendo de un extremo a otro de un gran salón con espejos adosados a las paredes.
Unas avispadas muchachas alquilan a buen precio esos salones y se están haciendo de oro. Han sido entrevistadas por los medios.
Ya se ven en la televisión anuncios que publicitan artículos para hombres y mujeres. Los protagonizan modelos vestidos de mujer.
No se trata de trasvestismo, ni de cosas de gays. Hombres hechos y derechos de gimnasio y barba cerrada –algunos con una mosquita bajo el labio inferior, eso sí-, de aspecto viril, no es que se disfracen de mujer: se visten como tales y quieren que se note; les encanta, dicen que experimentan una sensación maravillosa, imposible de describir, casi orgásmica y que para ellos no hay nada como eso para combatir el estrés: el cofre que atesora los diagnósticos de los médicos que no saben qué diagnosticar a sus pacientes.
Se trata, en definitiva, de que el hombre muestre su costado femenino: ese costado femenino que dicen que tenemos todos los hombres.
Otros sostienen que el hombre anhela parecerse incluso físicamente a la mujer porque ella es la que corta el bacalao. La mujer es el modelo, hoy en día. Hermosa, juncal, elegante por fuera y dura por dentro, como una fruta tropical con más carozo que carne.
No tiene más remedio que asumir las funciones del hombre, en vista de que éste quiere parecerse a ella, incluso en la vestimenta. Se han cambiado los papeles hasta el punto de que la mujer es ahora la que engaña al hombre, por lo general con chicos apenas pasada la adolescencia.
De modo que las mujeres pegan a sus maridos. Las estadísticas son inquietantes. En España hay ya un nucleamiento de más de 60.000 hombres golpeados por sus esposas.
Todo esto, los traumas del divorcio, el poco trato con los hijos -con los que suele quedarse la mujer después de la separación-, los problemas económicos y otros de otra índole quizás estén impulsando al hombre a buscar nuevas experiencias, nuevas emociones.
De ahí, acaso, procedan fenómenos sociales como los cambios de pareja; el “whoring”, es decir, que el marido pague a la mujer para tener sexo con ella, como si fuera una prostituta; que se casen las abuelas con sus nietos; el comercio sexual de hombres con travestis, a fin de sentirse penetrados por una mujer; el síndrome de Peter Pan, o negarse a crecer.
Son cosas de estos tiempos, del posmodernismo. Cuando soplaban otros vientos, ante los golpes que da la vida los hombres nos íbamos al gimnasio a pegarle a la bolsa, o nos tirábamos un traguito, como dicen por el Caribe.
Luego agarrábamos al toro por los cuernos y nos poníamos a resolver el problema.


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 5 de mayo de 2010

La impuntualidad, la descortesía de todos

Alguna vez se dijo que la puntualidad era la cortesía de los reyes. Eso fue hace siglos. La puntualidad no es ahora la cortesía de nadie.
Todo el mundo llega tarde a todas partes. El tiempo parece haberse convertido en algo abstruso, difícil. Las horas ya no tienen 60 minutos y los minutos 60 segundos. Al menos es lo que piensa la legión de impuntuales que cree que en una hora puede hacerse lo que puede hacerse en dos. Esta es la clave de la impuntualidad.
Eso y el desorden. Por lo general, el impuntual es desordenado, y viceversa. Lo malo es que la impuntualidad trasciende ya lo social y se extiende a lo laboral.
Tradicionalmente los latinos somos más impuntuales que los anglosajones y los asiáticos –los japoneses entre los últimos-. En algunos países sudamericanos se dan bonos a los pocos empleados que llegan puntualmente a sus trabajos.
La impuntualidad es en estos tiempos algo común y corriente, un concepto maleable –dice Carolina Pierro en La Nación-; algo normal y, en poco tiempo más, tal como van las cosas, será “cool”, que es lo máximo que se aspira a ser en este siglo tan raro.
© J. L. A. F.

martes, 4 de mayo de 2010

Británicos en las dos pantallas

Los actores ingleses que tomaron Hollywood sabiendo escoger un vino o una corbata y besar la mano a las señoras, como Cary Grant, David Niven, Claude Rains, Albert Finney y muchos más –algunos de los cuales aún viven-, también eran considerados como caballeros en la Meca del Cine, y se los distinguía. Ellos eran naturalmente distinguidos.
Hablaban un inglés por lo menos de Londres –si no de Oxford o Cambridge- y se los permitía hacer de ingleses para que no tuvieran que esforzarse en aprender americano, que como se sabe es otro idioma. Eran otras épocas.
Aquellos ingleses entrañables desaparecieron, pero fueron sustituídos, andando el tiempo, por otros como Helen Mirren, Peter Sellers, Kate Winslet, Jim Broadbent
Todos trabajan muy bien, tanto en el cine como en la televisión. Algunos, como Pierce Brosnan –que en realidad es irlandés-, y Hugh Laurie, el popular Doctor House de la serie de televisión homónima, hablan un inglés que da gloria, pero muchos de sus papeles los obligan a hablar, o a tratar de hablar como lo hacía John Wayne.
A otros los hacen parlotear americano, o sí o sí; o los pasan por estadounidenses de Boston, donde se habla muy bien inglés –inglés americano-.
A casi todos los ponen de malos, o excéntricos.
Cada vez hay más ingleses en Hollywood que interpretan yanquis. Estos últimos se frotan las manos, de puro contentos. Porque les pagan menos. Los consideran mano de obra barata y los llaman, “los mexicanos blancos”.
Un británico, Clive Owen, dice: "Al principio, todo el mundo me hablaba de proyectos y oportunidades. Luego descubrí que hay que concretar las cosas porque la gente habla mucho y luego ningún proyecto llegaba a nada". Al final todo se compone.
Muchos actores británicos aspiraron al Oscar, otros fueron candidatos en un pasado no lejano. Algún día daremos la lista de los que lo ganaron.
God save the Queen!

© J. L. A. F.

domingo, 2 de mayo de 2010

Borracheras de presidentes

Hablábamos ayer de los papelones de presidentes despistados o descuidados.
Mostramos hoy a mandatarios y algún alto funcionario borrachos como cubas haciendo uso de la palabra en actos oficiales o conferencias de prensa, entre otros los franceses Sarkozy y Chirac y los rusos Yeltsin y Putin. Algunos ya no presiden nada. Otros siguen rigiendo los destinos de sus pueblos.
Creíamos que Bush era un enfermo alcohólico recuperado y que hacía muchos años que no bebía. Pero como se ve en el video nos equivocamos,
Ah, un ministro de finanzas japonés dimitió tras aparecer ante las cámaras de televisión completamente borracho, en una reunión del G7 (Grupo de los siete: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido.) Cuando dio a conocer su renuncia también estaba borracho.

© J. L. A. F.
Nota relacionada:
Papelones de presidentes

sábado, 1 de mayo de 2010

Papelones de presidentes

¿Qué les está pasando a los políticos, a los presidentes, o a muchos presidentes de países europeos y americanos, que no hacen más que meter la pata?
El “premier” inglés, Gordon Brown no se dio cuenta el otro día en Rochester -ciudad del famoso condado de Kent-, de que tenía aún puesto el micrófono corbatero después de un acto eleccionario, transmitido por televisión, y calificó de “fanática” a una votante jubilada de 65 años que había estado con él en el programa. Se enteraron Mariquilla y toda la villa. Y la señora, por supuesto.
Peor fue lo de su antecesor, John Major, que llamó en 1993 “bastardos” a ciertos miembros díscolos de su gabinete sin reparar en que él también tenía encima un micrófono abierto.
Si de los ingleses pasamos a sus “primos” norteamericanos, mejor será que no recordemos a Clinton y su “affaire”, no precisamente… “du coeur”. Nos referimos al de la becaria y su vestidito azul...
Antes, el actor Ronald Reagan, que llegó a la presidencia de los Estados Unidos, declaró ya en la Casa Blanca la guerra a Rusia en 1984. En broma, por supuesto. Pero hubo gente que no entendió el chiste y se armó un cierto “hullabaloo” (escandalete).
Más cerca en el tiempo, George W. Bush recibió en 2006 a Tony Blair, cuando éste era primer ministro del Reino Unido, diciéndole: “¡Hola, compadre!”. En estas costas eso se llama ser compadrito.
El jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero se encontraba reunido en 2009 con su homólogo ruso Dimitri Medvedev en el Palacio de la Moncloa (sede presidencial) de Madrid, tratando un plan de promoción del turismo español en Rusia.
Al terminar el acto, Zapatero dijo textualmente en una rueda de prensa: “Para estimular, para favorecer, para ‘follar’ (realizar el acto sexual)…”. Y sin interrumpirse continuó, con gran presencia de ánimo, hay que reconocerlo: “(…) Para apoyar ese plan…”.
Tal vez peor que todo lo anterior fue lo que le pasó en Turquía al norteamericano Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial. Invitado a visitar la mezquita de Selimiya, en Estambul, al descalzarse para entrar, según el ritual musulmán, se vio que… ¡tenía ambos calcetines agujereados y, al parecer, no muy limpios!
Se dirá que los presidentes, y otras personalidades encumbradas son también seres humanos sujetos a las mismas presiones y el mismo estrés del hombre común, o más todavía, dadas sus mayores responsabilidades.
Precisamente por eso tienen que dar ejemplo y ser y estar siempre impecables, o por lo menos presentables. Cuentan para ello con docenas de mentores, consejeros, asesores y amanuenses que les dicen lo que tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer.

© José Luis Alvarez Fermosel

Ganarás el pan con el sudor de tu frente