Las crisis financieras del tercer milenio son tan irracionales como todo, o casi todo actualmente, incluída la gripe A que volverá este invierno, si Dios quiere, las inundaciones cuando llueve con alguna intensidad, la falta de monedas y algunos disparates más. Consisten, básicamente, en eso: la falta de monedas. De pronto, a un país serio, que ha tenido una excelente situación financiera desde hace mucho tiempo, se le cae la Bolsa, rompe bolsa como una parturienta. Las monedas salen de la bolsa, como es lógico, y se esparcen por todas partes, incluídos lugares de los cuales ya nunca podrá sacárselas, como las alcantarillas.
De modo fulmíneo, otros países, cercanos o no, también rompen bolsa porque con esto de la globalización todo se sabe en el acto y todo el mundo hace lo mismo. Esto se llama efecto dominó.
Se instala una crisis financiera mundial. Se dice que muchos millonarios, entre los cuales dueños de bancos -¡que antes eran tan seguros, Dios mío!-, capitanes –y generales- de empresa y otros poseedores de fortunas inmensas que integran las finanzas de sus países han quebrado, o están al borde de la quiebra.
Lo primero que se piensa es en la gran crisis de los Estados Unidos del año 1929. Se recuerda en especial, con cierto morbo, a la gente que se tiraba entonces por las ventanas de los rascacielos.
Nadie se tira ahora ni siquiera de un entresuelo, afortunadamente, porque gobiernos y entidades financieras empiezan a aplicar inyecciones vitamínicas de dinero a las venas de los millonarios que se quedaron anémicos. Tal es el lenguaje: “Se van a inyectar tantos millones…”.
Estas nuevas crisis pasan relativamente pronto, los magnates que dicen que quebraron se recuperan porque los indemnizan, no se sabe por qué. Los que pagan el pato son las gentes de trabajo que se quedan sin él y los jubilados, a quienes se les recortan sus míseras pensiones. También suelen aumentar los impuestos en estos casos; y, brutalmente, el número de desempleados, con los que no se hace otra cosa que incluirlos en estadísticas.
Los verdaderos causantes de las crisis, que son los gobiernos, o para ser exactos los malos gobernantes permanecen incólumes. Mienten, dicen pavadas y siempre alguien excusa su incompetencia, su falta de probidad y su codicia.
Las crisis financieras suceden, como tantas otras cosas, por la carencia del sentido de la realidad. Se constituyen empresas, industrias, negocios; se abren grandes tiendas sin dinero, con créditos, es decir, con papeles.
Un señor va a ver a otro que tiene negocios y le dice que quiere hacer uno con él. Se ponen de acuerdo y se intercambian papeles en los que hay anotados unos números. Esos papeles se pasan a otros señores que tienen otros papeles parecidos. Pero el dinero no se ve. ¡Claro, es que no lo hay!
Se funciona sin dinero, se está “en descubierto”. La expresión que utilizan los bancos es “sobregirar”.
Los millonarios de ahora no son como los de antes, que cuando le querían poner un piso a su amante le decían a su ayuda de cámara: “Heriberto, ve al cuarto de los billetes, saca dos kilos y tráemelos”. Y con el dinero en un maletín se iban a la inmobiliaria.
Ahora los únicos billetes que se ven, siempre de dólar, son los de las películas y las series de televisión y proceden del narcotráfico, que ese sí que nunca sufre crisis.
Lo que a todas luces resulta injusto es que los grandes magnates, al fin y a la postre, salgan ganando dinero, después de haber sido ellos, en infinidad de casos, los que provocaron las crisis.
Los que se quedaron sin su dinero –el poco que tenían- y no lo recobrarán jamás, fueron otros, no importa quienes, no son conocidos. Los “businessmen”, los “brokers”, los que cuidan la bolsa ya la han remendado, o la van a remendar enseguida. Y pronto estará de nuevo llena de monedas.
© José Luis Alvarez Fermosel