El Gran Café Tortoni de Buenos Aires, situado en la Avenida de Mayo de la capital del Plata, ha cumplido ya 150 años de fidelidad a sus clientes… y a sus viejos y queridos fantasmas, que se acodan en el mostrador, antes de que el café abra sus puertas, para beber el aguardiente canalla de las madrugadas.
En el Tortoni se desintegra de noche la greguería de Ramón Gómez de la Serna: “Hay que tener cuidado con la noche, porque nada más empezar está borracha de vino triste”.
El Tortoni es una institución de Buenos Aires. Como el obelisco de la Plaza de la República, la estatua de El pensador de Rodin, frente al imponente edificio neoclásico barroco del Palacio de las Leyes, y los portones amplios, limpios y umbríos de los versos de Mario Binetti.
El viejo café, señorial y familiar a la vez, es el detalle de Buenos Aires que aproxima esta ciudad sudamericana, tan europea, a otras que también tienen cafés antañones y famosos.
El Gijón de Madrid, el Select hemingweyano de París, el “Have a coffe on a coffin” del Soho londinense –en el que bebía uno hace muchos años vino en porrón de cristal valenciano, codo a codo con Dirk Bogarde-, el Brasileira de Lisboa –con las telas amarillentas en los muros húmedos, que tan bien describió el periodista y café-maníaco Joao Portela- o el Greco de Roma, con el ectoplasma de D’Annunzio estampado en “bleu d’horizon” contra la puerta, como un aldabón.
Escritores más o menos malditos, empleados de las oficinas cercanas, señoras mayores que van a tomar el té, periodistas, hombres de negocios, turistas, truchimanes, “brokers”, abogados, pintores, estudiantes y otros ejemplares de la fauna urbana toman a diario el café Tortoni como quien toma la barbacana de un castillo.
Famosa fue La Peña del Tortoni, que integraron, entre otros, Quinquela Martín, Tomás Allende Inagorri, Augusto González Castro, Pedro Herreros, Celestino Fernández y Ricardo Viñas. Casi todos esos pintores, músicos y periodistas que acaudillaba Quinquela Martín, venían de La Cosechera de Avenida de Mayo y Perú.
Por el Tortoni desfilaron Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo, Jacinto Benavente –que comandaba en Madrid una tertulia de lujo en El Gato Negro-, Arthur Rubinstein, Alfonsina Storni, Luiggi Pirandello…
Fue tema de un tango, “Viejo Tortoni”, de Eladia Blázquez y Héctor Negro.
En su sótano se despliegan todo tipo de actividades artísticas: exposiciones de pintura, conferencias, presentaciones de libros, recitales…
El rítmico flujo y reflujo de las bolas de billar, al fondo. Veladores de mármol. Café caliente y cócteles. A la hora del té, pastelillos de crema con canela.
Una de sus muchas anécdotas se centra en el escritor español Federico García Sánchiz, que más que escribir hablaba –y era muy pesado, el pobre-. Se autotitulaba charlista y usaba –habiéndoselo robado a Mariano José de Larra- el seudónimo de El Pobrecito Hablador.
Cuando García Sanchiz vino a Buenos Aires dio una charla en el Tortoni. Se extendía tanto que fue urgido a resumir. Pero él seguía hablando y hablando. Hasta que el historiador argentino Ernesto Palacio le interrumpió para recitar enseguida esta cuarteta:
En el Tortoni se desintegra de noche la greguería de Ramón Gómez de la Serna: “Hay que tener cuidado con la noche, porque nada más empezar está borracha de vino triste”.
El Tortoni es una institución de Buenos Aires. Como el obelisco de la Plaza de la República, la estatua de El pensador de Rodin, frente al imponente edificio neoclásico barroco del Palacio de las Leyes, y los portones amplios, limpios y umbríos de los versos de Mario Binetti.
El viejo café, señorial y familiar a la vez, es el detalle de Buenos Aires que aproxima esta ciudad sudamericana, tan europea, a otras que también tienen cafés antañones y famosos.
El Gijón de Madrid, el Select hemingweyano de París, el “Have a coffe on a coffin” del Soho londinense –en el que bebía uno hace muchos años vino en porrón de cristal valenciano, codo a codo con Dirk Bogarde-, el Brasileira de Lisboa –con las telas amarillentas en los muros húmedos, que tan bien describió el periodista y café-maníaco Joao Portela- o el Greco de Roma, con el ectoplasma de D’Annunzio estampado en “bleu d’horizon” contra la puerta, como un aldabón.
Escritores más o menos malditos, empleados de las oficinas cercanas, señoras mayores que van a tomar el té, periodistas, hombres de negocios, turistas, truchimanes, “brokers”, abogados, pintores, estudiantes y otros ejemplares de la fauna urbana toman a diario el café Tortoni como quien toma la barbacana de un castillo.
Famosa fue La Peña del Tortoni, que integraron, entre otros, Quinquela Martín, Tomás Allende Inagorri, Augusto González Castro, Pedro Herreros, Celestino Fernández y Ricardo Viñas. Casi todos esos pintores, músicos y periodistas que acaudillaba Quinquela Martín, venían de La Cosechera de Avenida de Mayo y Perú.
Por el Tortoni desfilaron Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo, Jacinto Benavente –que comandaba en Madrid una tertulia de lujo en El Gato Negro-, Arthur Rubinstein, Alfonsina Storni, Luiggi Pirandello…
Fue tema de un tango, “Viejo Tortoni”, de Eladia Blázquez y Héctor Negro.
En su sótano se despliegan todo tipo de actividades artísticas: exposiciones de pintura, conferencias, presentaciones de libros, recitales…
El rítmico flujo y reflujo de las bolas de billar, al fondo. Veladores de mármol. Café caliente y cócteles. A la hora del té, pastelillos de crema con canela.
Una de sus muchas anécdotas se centra en el escritor español Federico García Sánchiz, que más que escribir hablaba –y era muy pesado, el pobre-. Se autotitulaba charlista y usaba –habiéndoselo robado a Mariano José de Larra- el seudónimo de El Pobrecito Hablador.
Cuando García Sanchiz vino a Buenos Aires dio una charla en el Tortoni. Se extendía tanto que fue urgido a resumir. Pero él seguía hablando y hablando. Hasta que el historiador argentino Ernesto Palacio le interrumpió para recitar enseguida esta cuarteta:
“Señor García Sanchiz:
a esta horrenda perorata,
aquí la llamamos lata.
¿Cómo se llama en Madrid?”
Los versos de Baldomero Fernández Moreno:
“A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café. Estoy sentado
bajo el toldo tirante y empapado
de este viejo Tortoni conocido…”
© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:
“Cafés famosos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/cafs-famosos.html)
“Los cafés, islotes urbanos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/los-cafs-islotes-urbanos.html)
“Café con anécdotas”“Cafés famosos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/cafs-famosos.html)
“Los cafés, islotes urbanos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/los-cafs-islotes-urbanos.html)
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/ancdotas-de-caf.html)
“Aquellos viejos cafés de Buenos Aires…”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/aquellos-viejos-cafs-de-buenos-aires.html)