Pues ahora resulta que a las vacas les dan vino en Canadá, nos enteramos por cables de agencias.
Dicen que la carne vacuna mejora muchísimo con ese… tratamiento. No sabemos qué pasará con la leche y sus productos, como el queso, aunque es de suponer que esas vacas están destinadas a dar carne, y no leche.
El caso es que las bodegas de la Columbia Británica tienen ahora como nuevos clientes a las vacas de la región, reveló el diario Vancouver Sun al Oeste del Canadá, donde patrulla la Real Policía Montada, cuyos efectivos lucen tan elegantes con sus casacas rojas y sus guantes blancos. Los veíamos en películas, en nuestra niñez cinéfila y alegre.
La curiosa iniciativa de hacerles ingurgitar vino a las vacas se debe a una tal Janice Ravudahal, propietaria de la granja Sezmu Meats, situada a unos 300 kilómetros de Vacouver.
Los resultados están a la vista. Varias vacas de las que toman vino han pasado ya por la cuchilla del matarife, y su carne circuló por el mercado y llegó luego a los restaurantes y a las mesas de las familias. Todos coinciden en que la carne en cuestión es una delicia.
El precio ha subido un 15 por ciento. No hay mal que por bien no venga.
Tendríamos que probar a darle vino a las vacas argentinas, aunque ya se sabe que su carne es muy buena. Pero tal vez mejorara si incluyeramos tintillo en su dieta: Malbec, por ejemplo, que está tan de moda y que se produce tanto, o ese vino negro que adquiere una tonalidad azul cuando se vierte en la copa, que es… ¡lo más!, según entendidos que en realidad no entienden nada.
A uno no le gusta ese vino, pero a lo mejor las vacas lo encuentran potable y lo trasiegan con júbilo. Si así fuera, y les sentara bien, la cosa se haría sistemática y los vinateros aumentarían su producción. Si luego los bifes de chorizo salieran más ricos, ¡pues miel sobre hojuelas!
Lo que no debería hacerse, en el caso de que se tomara esa decisión, sería dejar de acompañar con vino esa carne, ya en el plato, por el hecho de que trajera el vino incorporado. Quizás lo contrario se trocara en una nueva versión del pan con pan, comida de tontos. Vino con vino…
Ravudahal dice que en cuanto las vacas prueban el vino se ponen contentísimas. ¡Toma, ya lo creo! El vino alegra el corazón de todo bicho viviente.
Yo solía darle miga de pan mojada en vino de Oporto a un loro que tenía cuando vivía en Tánger, y el loro se ponía inmediatamente a silbar la Marsellesa. Sus dueños anteriores debían ser franceses.
Volviendo a las vacas de Vancouver, el cocinero Michael Allemeier asegura que la carne de res macerada en vino -¡en vivo!- es muy tierna. “Pero a mí lo que más me impresiona es el sabor”, se entusiasma.
Ravudahl revela que las vacas, una vez trasegado su pienso, al que se añade un litro de vino –no se explica si blanco, tinto, varietal o genérico-, mugen por todo lo alto, lo que ha de equivaler a las canciones de parroquianos de taberna, después de consumida la primera botella.
En cuanto a canciones se refiere, los vascos entonan –y a veces desentonan- la siguiente: “Las vacas del pueblo ya se han escapao/¡riau, riau!/Ha dicho el alcalde que no salga nadie,/que no anden con bromas,/que es muy mal ganao”.
A lo mejor el “ganao” no es malo, sino que a las vacas, sin que se haya sabido nunca, también les dan vino –los vascos son capaces de eso y de mucho más-, y los pobres animales se agarran unas tomateras como pianos de cola y se lanzan a las calles, en un estado de gran exaltación.
Dicen que la carne vacuna mejora muchísimo con ese… tratamiento. No sabemos qué pasará con la leche y sus productos, como el queso, aunque es de suponer que esas vacas están destinadas a dar carne, y no leche.
El caso es que las bodegas de la Columbia Británica tienen ahora como nuevos clientes a las vacas de la región, reveló el diario Vancouver Sun al Oeste del Canadá, donde patrulla la Real Policía Montada, cuyos efectivos lucen tan elegantes con sus casacas rojas y sus guantes blancos. Los veíamos en películas, en nuestra niñez cinéfila y alegre.
La curiosa iniciativa de hacerles ingurgitar vino a las vacas se debe a una tal Janice Ravudahal, propietaria de la granja Sezmu Meats, situada a unos 300 kilómetros de Vacouver.
Los resultados están a la vista. Varias vacas de las que toman vino han pasado ya por la cuchilla del matarife, y su carne circuló por el mercado y llegó luego a los restaurantes y a las mesas de las familias. Todos coinciden en que la carne en cuestión es una delicia.
El precio ha subido un 15 por ciento. No hay mal que por bien no venga.
Tendríamos que probar a darle vino a las vacas argentinas, aunque ya se sabe que su carne es muy buena. Pero tal vez mejorara si incluyeramos tintillo en su dieta: Malbec, por ejemplo, que está tan de moda y que se produce tanto, o ese vino negro que adquiere una tonalidad azul cuando se vierte en la copa, que es… ¡lo más!, según entendidos que en realidad no entienden nada.
A uno no le gusta ese vino, pero a lo mejor las vacas lo encuentran potable y lo trasiegan con júbilo. Si así fuera, y les sentara bien, la cosa se haría sistemática y los vinateros aumentarían su producción. Si luego los bifes de chorizo salieran más ricos, ¡pues miel sobre hojuelas!
Lo que no debería hacerse, en el caso de que se tomara esa decisión, sería dejar de acompañar con vino esa carne, ya en el plato, por el hecho de que trajera el vino incorporado. Quizás lo contrario se trocara en una nueva versión del pan con pan, comida de tontos. Vino con vino…
Ravudahal dice que en cuanto las vacas prueban el vino se ponen contentísimas. ¡Toma, ya lo creo! El vino alegra el corazón de todo bicho viviente.
Yo solía darle miga de pan mojada en vino de Oporto a un loro que tenía cuando vivía en Tánger, y el loro se ponía inmediatamente a silbar la Marsellesa. Sus dueños anteriores debían ser franceses.
Volviendo a las vacas de Vancouver, el cocinero Michael Allemeier asegura que la carne de res macerada en vino -¡en vivo!- es muy tierna. “Pero a mí lo que más me impresiona es el sabor”, se entusiasma.
Ravudahl revela que las vacas, una vez trasegado su pienso, al que se añade un litro de vino –no se explica si blanco, tinto, varietal o genérico-, mugen por todo lo alto, lo que ha de equivaler a las canciones de parroquianos de taberna, después de consumida la primera botella.
En cuanto a canciones se refiere, los vascos entonan –y a veces desentonan- la siguiente: “Las vacas del pueblo ya se han escapao/¡riau, riau!/Ha dicho el alcalde que no salga nadie,/que no anden con bromas,/que es muy mal ganao”.
A lo mejor el “ganao” no es malo, sino que a las vacas, sin que se haya sabido nunca, también les dan vino –los vascos son capaces de eso y de mucho más-, y los pobres animales se agarran unas tomateras como pianos de cola y se lanzan a las calles, en un estado de gran exaltación.
© José Luis Alvarez Fermosel
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