El camino que siguen las lumbreras del posmodernismo a paso de legionario, rumbo a la entropía, lo recorren también, con no menos celeridad, aquellos que se empeñan en empobrecer y corromper el idioma español.
Empleamos cada vez menos palabras de la lengua en que escribieron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y otros preclaros autores del Siglo de Oro español.
Hay voces hermosas, que cada vez se escuchan menos en la televisión, en la radio, en la calle y en todas partes. Por ejemplo, adiós –se dice sistemáticamente “chao” o “chau” y hasta luego-, cancel, o puerta cancel, cáliz –se ve que cada vez va menos gente a misa-, orear, roca, ilusión –van quedando pocas…-, jacarandá, rostro –en lugar de cara-, lúcido, ánima, añadir –todo el mundo, ¡y ni que decir tiene los cocineros de la televisión!, dice agregar porque todos creen que es más fino-, prodigio, idilio, ronda resquicio, torvo, remanente, chicotear, crepúsculo…
¡Qué tristeza da ver menesteroso y adulterado al dulce español de nuestra América, que califica a las fresas de galanas y convirtió la tristeza en verbo: yo tristeo, tú tristeas, él tristea…!
Se escucha hablar inglés en toda América Latina, pero poca gente dice malambo, huaco, mambuco, Titicaca, chirimoya, tamal, Rimac…
Qué eufónicos, más aún, qué retumbantes los nombres de los volcanes centroamericanos: Mombacho, Omatepe, Momotombo… ¡Qué poético el nombre del río Watan-Watanay, que atraviesa el Cuzco: “Año tras año, qué cansancio…!”
Y aquello que dijo Agustín de Foxá, que recorrió toda la América de habla española, contemplando una puesta de sol en Arequipa: “El gallo silvestre pone su cresta de fiebre, estridente de escarlata, sobre la niebla azuleante y el sol, difuso en amarillos, del atardecer”.
El otro día escuché en un taxi parte de un extenso diálogo entre un conocido locutor de radio y un no menos conocido actor. Se dijeron, entre otras por el estilo, cosas como “m’acuerdo”, “mu bueno”, “como que” –latiguillo infaltable: nada es como tiene que ser, todo es como que-, chabón, caripela, “¿m’entendés?”, “d’esa”, crosta –por costra-, mierda, putear, cagazo…
Nada que ver, por ejemplo, con el Diálogo entre Lactancio y un Arcediano de Alfonso de Valdés, introductor del erasmismo (1) en España.
(1) De Desiderius Erasmus Roterodamus (1446-1536). Personalidad sumamente controvertida y molesta, que se debatió en la encrucijada entre la Reforma protestante y la obsoleta ortodoxia de la Iglesia cristiana. Fue uno de los más brillantes y refinados exponentes del humanismo renacentista.
Empleamos cada vez menos palabras de la lengua en que escribieron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y otros preclaros autores del Siglo de Oro español.
Hay voces hermosas, que cada vez se escuchan menos en la televisión, en la radio, en la calle y en todas partes. Por ejemplo, adiós –se dice sistemáticamente “chao” o “chau” y hasta luego-, cancel, o puerta cancel, cáliz –se ve que cada vez va menos gente a misa-, orear, roca, ilusión –van quedando pocas…-, jacarandá, rostro –en lugar de cara-, lúcido, ánima, añadir –todo el mundo, ¡y ni que decir tiene los cocineros de la televisión!, dice agregar porque todos creen que es más fino-, prodigio, idilio, ronda resquicio, torvo, remanente, chicotear, crepúsculo…
¡Qué tristeza da ver menesteroso y adulterado al dulce español de nuestra América, que califica a las fresas de galanas y convirtió la tristeza en verbo: yo tristeo, tú tristeas, él tristea…!
Se escucha hablar inglés en toda América Latina, pero poca gente dice malambo, huaco, mambuco, Titicaca, chirimoya, tamal, Rimac…
Qué eufónicos, más aún, qué retumbantes los nombres de los volcanes centroamericanos: Mombacho, Omatepe, Momotombo… ¡Qué poético el nombre del río Watan-Watanay, que atraviesa el Cuzco: “Año tras año, qué cansancio…!”
Y aquello que dijo Agustín de Foxá, que recorrió toda la América de habla española, contemplando una puesta de sol en Arequipa: “El gallo silvestre pone su cresta de fiebre, estridente de escarlata, sobre la niebla azuleante y el sol, difuso en amarillos, del atardecer”.
El otro día escuché en un taxi parte de un extenso diálogo entre un conocido locutor de radio y un no menos conocido actor. Se dijeron, entre otras por el estilo, cosas como “m’acuerdo”, “mu bueno”, “como que” –latiguillo infaltable: nada es como tiene que ser, todo es como que-, chabón, caripela, “¿m’entendés?”, “d’esa”, crosta –por costra-, mierda, putear, cagazo…
Nada que ver, por ejemplo, con el Diálogo entre Lactancio y un Arcediano de Alfonso de Valdés, introductor del erasmismo (1) en España.
(1) De Desiderius Erasmus Roterodamus (1446-1536). Personalidad sumamente controvertida y molesta, que se debatió en la encrucijada entre la Reforma protestante y la obsoleta ortodoxia de la Iglesia cristiana. Fue uno de los más brillantes y refinados exponentes del humanismo renacentista.
© José Luis Alvarez Fermosel
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