Un pintor, un bar y una receta podría ser el título de este post, ya que el texto incluye un comentario acerca de un pintor exquisito del Renacimiento italiano y la receta de un plato de carne, no menos exquisito. El pintor es Vittore Carpaccio, el plato lleva su apellido y su creador fue Giuseppe Cipriani, también italiano, que fundó en 1931 el Harry’s Bar de Venecia, famoso en todo el mundo.
Vittore Carpaccio (1460-1525) surge en el primer Renacimiento, corriente identificada, en materia de pintura, por convertir la naturaleza, la luz y el color en un recreo para la vista.
Carpaccio registra una serie de influencias. Para mí, una de las más patentes es la flamenca, si bien no puede negarse un acercamiento a Piero della Francesca, Mantegna y Giovanni Bellini -a quien también hay que relacionar con la gastronomía, pues hay un cóctel que lleva su apellido y se debe, asimismo, al proteico Cipriani-.
El estilo de Vittore Carpaccio está marcado por el esplendor del Renacimiento italiano y su escuela es el Quattrociento. (Las escuelas desempeñaron un papel importante: eran asociaciones corporativas que agrupaban a miles de ciudadanos, promotores del desarrollo de la pintura veneciana, gracias a la demanda sostenida de grandes telas con una temática narrativa, centrada en escenas de las vidas de los santos a los que estaba dedicada la escuela.)
Se advierte un cierto bizantinismo en la obra de Carpaccio (mantenido en los grandiosos mosaicos de San Marcos).
El ciclo de la Escuela de Santa Úrsula es el conjunto de pinturas más famoso de Carpaccio. El momento culminante de la historia de Santa Úrsula se recoge en el cuadro que hemos elegido para ilustrar estas líneas.
Un ángel, con la palma del martirio en la mano, entra en la alcoba de Úrsula para anunciarle durante el sueño su muerte inmediata. Los objetos y adornos que rodean a la santa dormida dan una idea exacta de la decoración de las habitaciones de las casaa venecianas del siglo XV. Esos ornamentos están representados por Carpaccio con una fidelidad y una precisión que conmueve.
Pocos pintores renacentistas transmitieron con tanta justeza y con tanto lujo como Carpaccio el refinado mundo de la Serenísima República en el Renacimiento.
La influencia de pintores como Giorgione y Giovanni Bellini se advierte también en el Carpaccio retratista, cuyas imágenes revelan un colorido intenso y expresivo.
No hay historia sin anécdota. Giuseppe Cipriani, dueño del Harry’s Bar, cercano a la plaza de San Marcos de Venecia, inventó un plato a base de carne de lomo de vaca al que dio el nombre del Carpaccio, basándose –según dijo siempre- en varios tonos rojos de la paleta del pintor renacentista.
Cipriani colocó en el fondo de un plato lonchas de carne congelada, cortadas muy finas, -¡y crudas, color rojo sangre!-, que aderezó con aceite de oliva, sal, pimienta, zumo de limón y queso parmesano.
Si es cierto que los extremos se tocan, las artes –y la gastronomía es una de ellas- se abrazan.
© José Luis Alvarez Fermosel
Vittore Carpaccio (1460-1525) surge en el primer Renacimiento, corriente identificada, en materia de pintura, por convertir la naturaleza, la luz y el color en un recreo para la vista.
Carpaccio registra una serie de influencias. Para mí, una de las más patentes es la flamenca, si bien no puede negarse un acercamiento a Piero della Francesca, Mantegna y Giovanni Bellini -a quien también hay que relacionar con la gastronomía, pues hay un cóctel que lleva su apellido y se debe, asimismo, al proteico Cipriani-.
El estilo de Vittore Carpaccio está marcado por el esplendor del Renacimiento italiano y su escuela es el Quattrociento. (Las escuelas desempeñaron un papel importante: eran asociaciones corporativas que agrupaban a miles de ciudadanos, promotores del desarrollo de la pintura veneciana, gracias a la demanda sostenida de grandes telas con una temática narrativa, centrada en escenas de las vidas de los santos a los que estaba dedicada la escuela.)
Se advierte un cierto bizantinismo en la obra de Carpaccio (mantenido en los grandiosos mosaicos de San Marcos).
El ciclo de la Escuela de Santa Úrsula es el conjunto de pinturas más famoso de Carpaccio. El momento culminante de la historia de Santa Úrsula se recoge en el cuadro que hemos elegido para ilustrar estas líneas.
Un ángel, con la palma del martirio en la mano, entra en la alcoba de Úrsula para anunciarle durante el sueño su muerte inmediata. Los objetos y adornos que rodean a la santa dormida dan una idea exacta de la decoración de las habitaciones de las casaa venecianas del siglo XV. Esos ornamentos están representados por Carpaccio con una fidelidad y una precisión que conmueve.
Pocos pintores renacentistas transmitieron con tanta justeza y con tanto lujo como Carpaccio el refinado mundo de la Serenísima República en el Renacimiento.
La influencia de pintores como Giorgione y Giovanni Bellini se advierte también en el Carpaccio retratista, cuyas imágenes revelan un colorido intenso y expresivo.
No hay historia sin anécdota. Giuseppe Cipriani, dueño del Harry’s Bar, cercano a la plaza de San Marcos de Venecia, inventó un plato a base de carne de lomo de vaca al que dio el nombre del Carpaccio, basándose –según dijo siempre- en varios tonos rojos de la paleta del pintor renacentista.
Cipriani colocó en el fondo de un plato lonchas de carne congelada, cortadas muy finas, -¡y crudas, color rojo sangre!-, que aderezó con aceite de oliva, sal, pimienta, zumo de limón y queso parmesano.
Si es cierto que los extremos se tocan, las artes –y la gastronomía es una de ellas- se abrazan.
© José Luis Alvarez Fermosel
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