Era una niña tranquila, que solía quedarse sola en un rincón, jugando con sus muñecas. Jugaba, también, con pececitos de plástico en la bañera, como todos los niños y niñas que en el mundo han sido.
De ojos oscuros, tan oscuros que parecían negros, su mirada no ocultaba sentimientos del mismo color.
Su carácter se fue formando con el paso de los años. Carácter fuerte y una desconfianza instintiva. Pero también generosidad, lealtad, sentido de la amistad, arrojo y otras cualidades.
Como todas las niñas de su generación, estudio piano y francés. Y no aprendió a hacer encaje de bolillos por casualidad.
Era de rigor en las familias de clase media que las niñas aprendieran, además de coser, bordar y planchar –cosa que los hombres hacen ahora maravillosamente-, mecanografía, taquigrafía y algún idioma, casi siempre francés. Esos conocimientos habrían de ayudarles, ya convertidas en mujeres, a ganarse la vida, en el caso de que se quedaran para vestir santos, lo cual suponía una tragedia, o poco menos.
Todo eso ha pasado a la historia. Ahora las niñas van para abogadas, médicas, diputadas, profesoras de educación física, policías, boxeadoras…
El caso es que la niña de nuestra historia se destacó en francés. Estudiaba en la Alianza Francesa.
Un día tuvo que recitar, en un examen, el poema “Le ciel est par-dessus le toit”, de Verlaine. Con las gafas bailándole en la punta de la nariz, se lanzó a decir los versos a toda velocidad, pues se los había aprendido muy bien y estaba ansiosa por recitarlos. E imprimió al poema ritmo de rap, muchos antes de que se pusiera de moda el rap.
Después la niña creció y vivió una vida como la de todo el mundo. Con sus más y sus menos. Ni todo rosas ni todo espinas.
Se anotó en su favor haberle puesto ritmo de rap a Verlaine. ¡Ahí es nada!
De ojos oscuros, tan oscuros que parecían negros, su mirada no ocultaba sentimientos del mismo color.
Su carácter se fue formando con el paso de los años. Carácter fuerte y una desconfianza instintiva. Pero también generosidad, lealtad, sentido de la amistad, arrojo y otras cualidades.
Como todas las niñas de su generación, estudio piano y francés. Y no aprendió a hacer encaje de bolillos por casualidad.
Era de rigor en las familias de clase media que las niñas aprendieran, además de coser, bordar y planchar –cosa que los hombres hacen ahora maravillosamente-, mecanografía, taquigrafía y algún idioma, casi siempre francés. Esos conocimientos habrían de ayudarles, ya convertidas en mujeres, a ganarse la vida, en el caso de que se quedaran para vestir santos, lo cual suponía una tragedia, o poco menos.
Todo eso ha pasado a la historia. Ahora las niñas van para abogadas, médicas, diputadas, profesoras de educación física, policías, boxeadoras…
El caso es que la niña de nuestra historia se destacó en francés. Estudiaba en la Alianza Francesa.
Un día tuvo que recitar, en un examen, el poema “Le ciel est par-dessus le toit”, de Verlaine. Con las gafas bailándole en la punta de la nariz, se lanzó a decir los versos a toda velocidad, pues se los había aprendido muy bien y estaba ansiosa por recitarlos. E imprimió al poema ritmo de rap, muchos antes de que se pusiera de moda el rap.
Después la niña creció y vivió una vida como la de todo el mundo. Con sus más y sus menos. Ni todo rosas ni todo espinas.
Se anotó en su favor haberle puesto ritmo de rap a Verlaine. ¡Ahí es nada!
Le ciel est par-dessus le toit
(Paul Verlaine)
Le ciel est, par-dessus le toit,
Si bleu, si calme!
Un arbre, par-dessus le toit,
Berce sa palme.
La cloche, dans le ciel qu'on voit,
Doucement tinte.
Un oiseau sur l'arbre qu'on voit
Chante sa plainte.
Mon Dieu, mon Dieu, la vie est là
Simple et tranquille.
Cette paisible rumeur-là
Vient de la ville.
Qu'as-tu fait, ô toi que voilà
Pleurant sans cesse,
Dis, qu'as-tu fait, toi que voilà,
De ta jeunesse?
© José Luis Alvarez Fermosel
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